Premios Princesa de Asturias

Un año más, el viernes pasado el hermoso Teatro Campoamor de Oviedo acogió la ceremonia de entrega de los Premios Princesa de Asturias, llamados así por primera vez desde que Felipe VI es rey. La ceremonia convirtió de nuevo a la ciudad asturiana en la capital mundial del conocimiento, las ciencias y las humanidades. Es innegable el valor internacional, sólo por debajo de los Nobel, de estos galardones, que cada años reconocen la labor ejemplar en su campo de personas que convierten el mundo con su trabajo en un lugar más habitable, con un futuro algo más halagüeño y un presente mucho más llevadero y amable. Lo mejor de las artes, de la literatura y de las ciencias se dieron cita en Oviedo, copando de conocimientos, de lecciones vitales y de talento las calles de la señorial y elegante capital asturiana. 

Francis Ford Coppola, mítico directo de El Padrino entre otras grandes obras maestras, regaló consejos a los estudiante de cine y compartió su visión ingeniosa sobre su trabajo, el séptimo arte. "Querer hacer arte sin arriesgar es como querer hijos sin tener sexo", afirmó el genio en una conferencia durante la semana previa a la entrega de los galardones, porque Oviedo se viste de gala y se entrega a la cultura en los días anteriores a la majestuosa entrega de los galardones en el Campoamor. Habló de su visión de futuro del cine, de cómo arriesgar está en la esencia de su profesión, del riesgo que debe guiar a los creadores. De cómo el cine jamás morirá, sea cual sea su forma, porque siempre querremos que alguien nos cuente historias, como el ser humano ha deseado desde el principio de los tiempos. 

El filósofo Emilio Lledó, quien sigue estudiando filosofía cada día, aprovechó la merecida plataforma del Princesa de Asturias para reivindicar la importancia de la filosofía en la enseñanza de los jóvenes y para clamar por una educación de calidad alejada del politiqueo de bajos vuelos que intoxica desde hace décadas el debate público sobre este campo en España. Lledó defiende la importancia de un pueblo culto, educado. Un pueblo sus estará siempre más preparado ante los intentos de manipulación de gobernantes o políticos que pretenden esconder su estulticia tras el disfraz de palabras gruesas, presuntos proyectos idílicos y supuestas soluciones para problemas inexistentes o artificialmente alimentados por ellos. 

La economista Ester Duflo, Princesa de Asturias de Ciencias Sociales, conocida como la economista de los pobres, removió al teatro Campoamor con un vibrante y encendido discurso en el que recalcó que los dramas de personas lejanas, de quienes sufren por el hambre y la miseria, son mayores a los nuestros, y que también son retos de toda la sociedad en su conjunto, no nos ajenos. Si algo salta a la vista de este sistema económico imperante que llamamos capitalismo es que ha fomentado una descomunal desigualdad. Tranquiliza saber que dentro de la ciencia económica hay voces como la de Duflo con visiones alternativas y críticas.  

Con su trabajo académico, Duflo ayuda a reavivar la llama del inconformismo, del replanteamiento de lo que funciona mal en nuestra sociedad, de la autocrítica. Con su ejemplar labor sobre el terreno, los miembros de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios han socorrido (y socorren) a las víctimas de esa insufrible desigualdad, las personas de los paises de África que han sufrido el rebrote del ébola, drama humanitario del que, salvo honrosas excepciones, en Occidente sólo hablamos cuando afecta a un ciudadano de este lado del mundo, mientras callamos o miramos hacia otro lado cuando son africanos quienes sufren. Los Premios Princesa de Asturias sirven también para remarcar acontecimientos relevantes de ese año y el drama del ébola, con tantos héroes anónimos combatiendo la enfermedad, ha sido sin duda una de las noticias más importantes del año y justo es reconocer esta labor de tantas personas que actúan ante la fealdad de nuestro mundo, ante la desigualdad de oportunidades entre habitantes del mismo planeta nacidos, por azar, en las zonas más pobres. 

La ciencia tiene también su espacio cada año en los Princesa de Asturias. Esta vez, Emmanuele Charpentier y Jennifer Doudnar fueron reconocidas por sus investigaciones que "permiten reescribir el genoma y corregir genes defectuosos con un nivel de precisión sin precedentes y de forma muy económica". También fueron premiados los hermanos Gasol en la categoría de Deportes, quienes ya habían sido premiados junto a toda la selección española, y la web Wikipedia, donde cualquiera puede compartir sus conocimientos y que, tal vez de forma excesiva, se comparó con La Enciclopedia de la Ilustración. Entre los premiados que pronunció un discurso, lírico, sentimental, memorable, fue él escritor Leonardo Padura, quien dijo sentirse de tres patrias: Cuba, el idioma castellano y el trabajo. 

Fue, un año más, una ceremonia formidable, un espejo de lo mejor de nuestra sociedad, una muestra de personas brillantes, de esas que hacen recuperar la confianza en el ser humano. Lo más importante de los Princesa de Asturias son siempre sus premiados, su aliento intelectual, la luz estimulante de su talento, esfuerzo y grandeza. Por eso, porque estos premios son para todos los que no los miren con el anteojos del sectarismo y con la ceguera del rancio dogmatismo, los más relevantes y reconocidos a nivel internacional por detrás del Nobel y por la inalcanzable a través de otros medios proyección mediática e internacional que consigue con ellos la ciudad de Oviedo, resulta difícil entender que desde el Ayuntamiento, su número dos, se promueva revisar (eliminar, entendemos) la subvención pública a esos galardones, el mayor evento cultural de cuantos se celebran en la ciudad y uno de los más destacados, si no el que más, de toda España cada año. Subvención que es minúscula, pues la fundación es privada y se financia con patrocinios, aunque eso tampoco les gusta. Es endeble e incomprensible esa postura de quienes rechazan los Princesa de Asturias por su nombre y por su origen, por el pecado original que a su entender esos galardones tienen por llevar en su nombre alusiones a la monarquía, como si la altura de Coppola o de Padura se empequeñeciera porque sea un rey quien les dé el premio. Como si de nada valiera  que Oviedo sea cada año desde hace décadas a finales de octubre la capitula mundial de las humanidades. 

Es esa clase de sectarismo rancio que despierta más lástima que crítica dura, la verdad, ya tienen bastante con lo suyo, de quién es incapaz de reconocer un mérito a su "enemigo". La ceguera fanática de quien ve el mundo como un lugar con amigos y rivales, con los tuyos y los otros, quienes comparten sus cerrados e inamovibles dogmas ideológicos y los que no lo hacen. La estulticia de quienes, antes de emocionarse con una melodía o un libro, necesitan conocer la adscripción ideológica de su autor. No vaya a ser que se vean alabando una obra cultural de alguien con otras ideas políticas, monárquicos, por ejemplo. La monarquía no se sostiene en pleno siglo XXI. Es un sistema atemporal, indefendible hoy en día. Lo razonable es que al Jefe del Estado se le elija en las urnas democráticamente y no sea un puesto que se herede desde la cuna. Pero ese es otro debate. No comprendo que se mezcle con un evento con resonancias internacionales y valorado en todo el mundo como los Princesa de Asturias. 

Ese frentismo ciego y visceral va en contra de los intereses de Oviedo, para la que esos premios son su mayor escaparate. Es indefendible esta actitud. El rey hoy, además, es el Jefe del Estado. Guste o no. Y si en el futuro España es una república, algo que deseo, espero que la cerrazón dogmática de personas como la vicealcaldesa de Oviedo no nos prive de estos premios que convierten a la capital asturiana en una pasarela de mentes brillantes, artistas portentosos y seres humanos ejemplares. Que su ceguera sectaria no estropee el mayor evento cultural de nuestro país. Sería deseable que no intoxiquen de politiqueo los Princesa de Asturias. Y que no entretengan a la gente con polémicas vacuas. Porque imagino que Oviedo tendrá asuntos más apremiantes y, sobre todo, porque dudo mucho que la mayoría de los ovetenses apoyen sus sectarias e imprecisas reclamaciones contra estos galardones.

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