Luis Ramiro en Galileo

Lo último que podía imaginar ayer al salir de casa es que acabaría el día envuelto en hermosos versos, en historias de amor y desamor, en precisos dardos sentimentales directos al corazón, en melancolía y cantos a la vida (yo, que iba en realidad a ver una cinta sobre el nulo sentido de la vida de Woody Allen, ya ven, de eso hablaremos otro día). Esta maravillosa sorpresa se la debo a dos grandes amigos que me regalaron una noche de ensueño en la sala Galileo Galilei y a Luis Ramiro, cuyas canciones volvieron a emocionar, a hacerme reír, a llevarme a cantar, bailar, amar, pensar, reflexionar, recordar, desear, fabular. Historias tiernas o canallas. De amor y desengaños. De entrega, pasión, y ausencias. Uno busca, cada vez más, en la música, poesía, letras cuidadas, bellas, armoniosas, con profundidad, con algo que contar, con  historias bien contadas. Este cantautor madrileño, al que descubrí hace relativamente poco tiempo y al que vi en concierto, precisamente también en la sala Galieo, en otra noche memorable de música, reúne todos esos requisitos que no son los más frecuentes en la música que, digamos, está más de moda hoy en día. Ni falta que hace quedando oasis como la sala Galileo y artesanos del idioma como él. 

Quién no ha regalado alguna vez algo a un ser querido más pensando en nuestros gustos que en los suyos. Pues bien. Los buenos regalos, claro, son los otros. Los que se hacen para que gusten a quien los recibe al margen de las preferencias de quien los da. Las entradas al concierto de anoche son un buen ejemplo de estos últimos. Un regalo insuperable de un amigo que no había escuchado nunca a Luis Ramiro y de otra que tenía de él pocas referencias, cierto es que, por mi parte, todas ellas positivas. Poco o nada conocían a esta mago de las palabras, a este poeta que canta sus creaciones, y aun así allá que se fueron. Les encantó, debo decir. Pero les podría haber parecido un horror. Esos son los buenos regalos, ya digo. Los inolvidables. Los sorprendentes. Los que logran que te embargue una ilusión infantil. Las experiencias compartidas que dan sentido a la vida.  

Comenzó el concierto con Mayo de 2002, una hermosa canción que "no habla de amor, ella estaba tan sola como yo", para seguir después con un primer tramo del concierto acompañado de la banda con varias de las canciones más marchosas de su repertorio como Dices. Fascina la capacidad de contar historias bien construidas, elaboradas, reconocibles, con las que no resulta difícil sentirse identificado, en poco más de tres minutos. Varios de los temas que Luis Ramiro interpretó los conocía, pero otros fueron una formidable sorpresa. Sobre todo, Dos coplas, una sensible y delicada canción que narra una historia de amor de dos jubilados en Benidorm ("tú agárrate y no te sueltes, cariño, que a esta vida le quedan dos coplas, y yo quiero bailarlas contigo, y que se mueran de envidia las olas del mar, que si lloro es de felicidad por tenerte aquí al lado y volver a encender las hogueras de nuestros pecados"). 

Después Ramiro se quedó solo en el escenario. Fue un tramo acústico, más recogido e intimista, en el que compartió dos temas de su nuevo disco. Uno de ellos, bastante conocido ya para sus aficionados, El café, donde narra una bella historia de desamor, de nostalgia, en la que describe ese momento en el que uno se encuentra con quien fue y ya no es su pareja, con otra persona, riendo otras risas, iluminando otros ojos, soñando otras vidas. También compartió Desayuno con diamantes, en la que se habla igualmente de un amor ya terminado y donde se llama a celebrar un aniversario de lo que pudo ser. El cantautor solo al piano también interpretó Todo lo que nunca hice bien, que describió como un tema que versa sobre aquellas relaciones de ida y vuelta, ya en el reencuentro final, cuando se sabe que la historia ha terminado. Puta, tierna y sensible, pese a lo que pueda sugerir el título ("haz lo que quieras con mi cuerpo, pero ten claro que lo de dentro, que lo de dentro, ni se alquila, ni se paga, ni se vende, ni se presta, ni se deja, ni se ofrece por dinero, por dinero"), cerró este segundo tramo antes de que regresaran al escenario el bajo, el guitarra, el batería y el teclado. 

Verborreico, divertido, desatado, con confianza y soltura, Ramiro fue entrelazando canciones con historias personales sin venir muy a cuento. Con ironía y gracia, en respuesta a comentarios del público, regaló una noche inolvidable. Cantó El rey de la pista, donde equipara el apoyo al Atlético de Madrid, su equipo de fútbol, con la vida, a la que hemos venido a sufrir, "aunque a veces, me rebelo y exijo días buenos". Con la animada y vitalista (pues no todo son canciones melancólicas de desamor) Mañana nos casamos en Las Vegas y la algo más melancólica Romper acabó el concierto oficialmente, aunque luego vinieron los esperados bises. No podía faltar Relocos y recuerdos. No es la canción con la que más fácil uno pueda identificarse (narra un amor fugaz con una mujer argentina en Madrid), pero sí la más especial. Quizá porque fue con la que descubrí a este juglar moderno, tal vez por su ritmo, por la belleza de su letra, que narra ese contraste entre los dos miembros de la pareja.. Un amor que marca para uno, un entretenimiento sin más para ella ("qué distinto es mi dolor a tu te echaré de menos"). Algo único tiene esta canción que la hace única y, a tenor de la reacción del público de la sala Galileo anoche, creo que no soy el único que lo piensao. 

Además de discos (el lunes lanza una campaña de crowdfunding para su nuevo trabajo discográfico), Luis Ramiro ha publicado un libro de poesía (Te odio como nunca quise a nadie), del que recitó un par de poemas. Uno de ellos, Cuando todo encaja, le sirvió de preámbulo a Perfecta, una canción que canta las bondades de la amada digan lo que digan sus complejos. "Adoro cuando pierdes la paciencia y exiges que me quite ya el abrigo, que deje en mi mesilla la conciencia, que sea por un rato tu enemigo. Las locas como tú me vuelven cuerdo, provocas un tsunami en mis caderas, "no juegues al romántico", sé un cerdo, y añades "haz conmigo lo que quieras. Y luego, cuando acaba la batalla, observo tu verdad sin maquillaje, y entonces el amor es cuando estalla. Dormirte junto a ti, el mejor viaje, la cama se transforma en una playa, consigues que por fin la vida encaje". 

Cerró el concierto con El tiovivo, de su disco Canciones para infancias mal curadas. Sobre el amor no correspondido, sobre el tiovivo de las pasiones cruzadas, de los deseos encontrados, de la red de amores, recuerdos y clavos que sacan otros clavos. Vitalista, divertida y animosa canción que puso un broche dorado al final de una noche única en la que me acordé mucho de otra muy buena amiga a la que debo, entre otras miles de cosas, haber descubierto a Luis Ramiro. Noches de esas en las que todo lo feo de este mundo queda, por un rato, aparcado. Noches en las que se reafirma que la vida vale la pena. Que, como dice El tiovivo, "mañana es primavera". 

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