Las anécdotas de Grecia. Macedonia de humor

Lo primero que uno piensa al leer Las anécdotas de Grecia. Macedonia de humor, de Ramón Irigoyen, es que los helenistas más puristas debieron de llevarse las manos a la cabeza ante tamaña aberración. Pretender contar algo de la antigua Grecia en un libro muy breve y con un tono humorístico. Lo segundo que piensa, inmediatamente después, es que muchos de los estudiosos de la antigua Grecia, o al menos los más abiertos de mente, debieron de recibir esta obra como una bendición, como una extraordinaria manera de acercar al lector medio su pasión por una civilización fascinante y a la que tanto debemos hoy en día. Porque, en efecto, la obra relata historias y anécdotas de políticos y filósofos de aquella época. Y el lector queda con ganas de conocer más sobre esos personajes. Sobre la Academia de Platón. Sobre la vida de Diógenes. 

Hay que saber mucho de un tema, en este caso de un periodo histórico determinado, para poder retratarlo del modo irónico y divertido. Y, sin duda, el autor exhibe un exhaustivo conocimiento de la Grecia clásica, aunque sin alardes, huyendo de la gravedad y el academicismo. De esta obra se pueden destacar decenas de anécdotas magníficas y de vidas fascinantes. Pero uno de los aspectos más relevantes es cómo, transcurridos tantos siglos, algunas prácticas de la antigua Grecia, donde nació la democracia, parecen aún tan sensatas. Y también ver cómo tantas expresiones que empleamos hoy en día proceden de aquel tiempo. De lo primero, de las prácticas que irremediablemente recuerdan a nuestros días, podemos destacar, por ejemplo, la decisión de Solón (640-560 a.C.) de prohibir "los préstamos criminales que hipotecaban incluso la libertad personal del deudor y de su familia". Y claro, uno se acuerda de Grecia y los rescates de sus socios/acreedores de la UE

También gusta comprobar cómo entonces la libertad sexual estaba bastante más respetada que en nuestros días. Muchos de los personajes relevantes de aquella época de los que habla el autor tenían relaciones homosexuales sin el menor problema. Algo se ha hecho rematadamente mal, piensa el lector, para que aquello que los prohombres de la Grecia clásica tenían como práctica habitual sea, todavía hoy, algo pecaminoso o aberrante para tanta gente. Gusta comprobar también cómo existía un sistema democrático (con un partido del pueblo y otro aristocrático), si bien aún mucho menos depurado que el que más tarde se desarrollaría. Como no todo puede ser admirable en ninguna época, de la antigua Grecia espanta, visto con la mentalidad del siglo XXI, el desprecio a las mujeres y la existencia de esclavos. 

Debemos a la Grecia clásica el sistema democrático del que disfrutamos, el peor de los posibles a excepción de todos los demás, en precisa definición de Churchill, pero también muchas expresiones que hoy siguen existiendo. Por ejemplo, erotrastismo, que la RAE recoge como "manía que lleva a cometer actos delicitivos por conseguir renombre", y que se refiere a Eróstrato, que quemó el templo de Ártemis en busca de notoriedad. Y muchos otros. Somos deudores, también en el idioma, de aquella civilización. 

Las anécdotas son interminables. Desde la tradición que existía en Esparta de que fueran los representas del Estado quienes decidieran la supervivencia o no de un niño en base a las cualidades que intuyeran en él hasta la expresión de Arquias, aún hoy habitual en Grecia, cuando le reclamaron para un asunto urgente mientras estaba en una fiesta: "los asuntos urgentes, para mañana", respondió. Resume buen esa frase, por cierto, el espíritu latino. También son memorables las sentencias de Foción. Entre ellas, aquella atribuida a este sabio que, después de pronunciar un discurso despertó unanimidad entre su público. "Decidme, amigos, ¿acabo de proponer, sin darme cuenta, algún desatino?". O aquella discusión acalorada con Demóstenes en la que este le dice "Foción, los atenienses van a terminar quitándote la vida". A lo que responde: "sí, me la quitarán a mí, sin están locos, y a ti, si están en su sano juicio". 

Son muchas las personalidades de la Grecia clásica las que desfilan, con breves pinceladas, por las páginas de esta obra. Uno de los que más me atrae es Tales de Mileto, a quien, además de excelsos conocimientos, se le atribuyen frases memorables. Una vez, predicando que lo mismo era la vida que la muerte. "Si no hay diferencia, ¿por qué no te mueres?", le preguntó alguien. "Por eso mismo: porque no hay diferencia". Y otra vez en la que fue preguntado sobre por qué no se decidía a ser padre. "Porque siento cariño por los niños", respondió

En el libro se habla del encuentro entre Platón y Sócrates. Se recuerda que Platón es un apelativo, que procede del griego platís (ancho). También la creación de la Academia del filósofo y cómo después Aristóteles le contraprograma creando otro centro. Lo mejor del pasado es que, a veces, sirve para reflexionar sobre el presente. Por ejemplo, ante este asombroso y tremebundo rebrote del nacionalismo y del racismo (primos hermanos casi siempre) que vivimos hoy en día, ante esta idea cateta de que uno es mejor que otro por haber nacido en determinado terruño, viene bien apuntarse la frase de Antístenes: "atenienses, no seáis idiotas. Si os jactáis de haber nacido en Atenas, en nada sois más nobles que los caracoles  y los saltamontes que también nacen en vuestra misma ciudad". Y no es sencillo hallar argumentos más claros que muestren la escasa sensatez del nacionalismo y de aquello de sentirse mejor por ser de aquí o de allá. También a Antístenes se le atribuye una frase sabia sobre la adulación: "los cuervos devoran cadáveres; los aduladores, seres vivos". En griego, cuervo y adulador se dice casi igual (córacas y colasas), según cuenta el autor. 

También aparece en el libro Alejandro Magno, de quien se cuenta su vida y, por ejemplo, que era admirador de Diógenes, el que hoy da nombre al síndrome que consiste en acumular objetos sin valor, quien fue un filósofo cínico y libérrimo que vivía en la calle y en la austeridad. Trataba Alejandro Magno con otros hombres sabios de la época como Crates, a quien el emperador le preguntó si quería que reconstruyera Tebas, arrasada en la guerra. "¿Qué más da? Vendrá pronto otro Alejandro que la arrasará de nuevo". Y aquí queda resumida, en efecto, la historia de la humanidad. Es una obra esta, en fin, pequeña, breve, pero muy divertida. Invita a conocer más aquella época fascinante y la vida de tantos hombres ejemplares (alguno también despreciable, por supuesto). 

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