Europa falla

La Unión Europea esté desplegando en la crisis de refugiados su más lamentable inoperancia, su lentitud insoportable  a la hora de atender un drama humanitario colosal y su intolerable incapacidad de dar una respuesta común a un reto mayúsculo, pero perfectamente al alcance de una de las regiones más ricas del mundo. El lunes no hubo acuerdo en la reunión de emergencia (por decir algo, ya que los líderes de la UE no consideraron oportuno interrumpir sus vacaciones agosteñas pese al drama que llamaba a sus puertas) sobre el reparto de refugiados entre los países miembros. Se seguirá intentando en próximas reuniones. Nuevas cumbres en las que no se decide nada y todo se deja para una siguiente reunión. A esa dinámica incompetente nos tiene acostumbrados la UE con otras crisis, como el serial del rescate griego, y es la que se está exhibiendo también ahora, mientras miles de personas desesperadas que huyen de la guerra intentan empezar una vida mejor en Europa. 

Cuando hablamos de que Europa falla, dejémoslo claro desde el principio, hablamos de los gobiernos de la UE, de su burocracia fría e insensible a las dramáticas historias personales de los sirios que escapan de la guerra y del terrorismo. No de los ciudadanos europeos ni de tantas asociaciones que siguen respondiendo de forma ejemplar al drama de los refugiados. La sociedad civil está dando una lección, yendo muy por delante de sus gobiernos. Siguen los ejecutivos europeos enredados en la discusión de los cupos mientras que las ONG trabajan a destajo para dar un trato digno a estas personas, mientras miles de ciudadanos contribuyen con su dinero o su trabajo a hacer más llevadero el drama de los refugiados, mientras muchos periodistas muestran la vergonzosa actuación de las fuerzas armadas húngaras que repelen a los refugiados como si fueran los terroristas de los que huyen. 

Hablamos de la UE de reuniones interminables sin acuerdos. Hablamos del bochornoso rechazo de los muy conservadores gobiernos de Polonia, República Checa y Eslovaquia a acoger refugiados que sean musulmanes. Como si la solidaridad pudiera entender de religiones. Como si la ley (no olvidemos que estamos obligados a atender a los refugiados, a dar cobijo a quien huye de una guerra) tuviera excepciones en función de a qué dios rece cada cual. Como si los niños aterrorizados y agotados que llegan a Europa después de un penoso periplo en el que han puesto en riesgo sus vidas merecieran atención y un trato humano sólo si profesan la religión verdadera para los ultras gobiernos de estos países. 

Hablamos de Viktor Orbán, primer ministro de Hungría, quien también se apunta a la teoría de que no atenderá a musulmanes, porque por la caridad entra la peste y a ver si ahora vamos a ser solidarios con ellos y Europa termina perdiendo, viene a decir, sus esencias cristianas. La respuesta de Hungría a la crisis de los refugiados es cada día un poco más nauseabunda y vil que el anterior. Ayer actuó contra ellos con gases lacrimógenos y chorros de agua. Empleó la fuerza contra personas desesperadas con derecho a solicitar asilo, pues escapan de un conflicto armado. La UE, tan estricta a la hora de echar en cara incumplimientos de condiciones del rescate o de los compromisos de déficit, mantiene un perfil bajo ante este desprecio del gobierno húngaro a los derechos elementales de estas personas, que empiezan a cambiar su ruta de entrada en Europa y se dirigen ahora a Croacia, huyendo, tras escapar del tirano Al Assad y de los terroristas del autodenominado Estado Islámico, del racismo repugnante de Orbán y sus secuaces. 

Hablamos de tantos políticos europeos, entre los que incluimos al tan católico como poco caritativo con las personas extranjeras que sufren Jorge Fernández Díaz que alertan del riesgo para la seguridad que, según ellos, implica la acogida a los refugados. El ministro del Interior no ha tenido problemas en deslizar la idea de que, entre los refugiados que acogerá España, pueden entrar terroristas, idea a la que se han apuntando otros políticos del PP como Javier Maroto. Ambos han sido desautorizados por la vicepresidenta del gobierno, Soraya Saénz de Santamaría, quien les ha recordado algo que, no por elemental, está de más destacar nuevamente: que estas personas precisamente huyen de los terroristas. Por otro lado, el ministro del Interior debería saber mejor que nadie que los grupos terroristas cuentan con redes nada mal financiadas y con no pocos recursos como para enviar a sus militantes a Europa en embarcaciones precarias o en un ruta incierta y con riesgos para su vida en un grupo de personas desesperadas que huyen de la guerra Siria. 

Hablamos también de la disposición de varios gobiernos europeos a reestablecer las fronteras, lo que implica suspender el tratado de Schengen, que es tanto como decir, poner en cuestión uno de los principios más elementales de la propia Unión Europea, el de la libre circulación de personas. Es inquietante que se destruya, aunque sea de forma temporal, o así se presente, uno de los pilares de la UE, como lo es la incapacidad de dar una respuesta colectiva a este drama que no entiende de nacionalidades, sólo de una petición desesperada de ayuda de personas que huyen de una guerra, personas a las que se debe atender. 

Y hablamos, por último, de la confusión sobre cómo actuar en el origen, en Siria, donde la inacción de la comunidad internacional no ha hecho más que agravar el conflicto iniciado hace ya cuatro años. Comenzó la guerra como una rebelión contra la tiranía de Al Assad, que el dictador intentó aplastar a sangre y fuego. Mientras se desangraba el país, el veto de Rusia y China a cualquier resolución del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas contra el gobierno de Al Assad y la pasividad de Estados Unidos y Europa, en menor medida, contribuyeron a empeorar la situación en Siria. La oposición pacífica a Al Assad perdió terreno frente a grupos radicales con otras intenciones, como el autodenominado Estado Islámico, que lucha contra Al Assad, pero no para liberar al pueblo sirio de su yugo, sino para imponer su propia dictadura, un califato medieval donde rija la ley islámica. Pues bien, cuatro años después, nadie tiene claro aún en Europa cómo reaccionar, entre quienes creen que se debe negociar con el tirano Al Assad y los que defienden una intervención armada. Todo ello, en un escenario enrevesado en el que luchar contra el dictador es reforzar a los terroristas, y viceversa. 

Comentarios