Europa empieza a moverse

Con exasperante lentitud, los gobiernos de la Unión Europea empiezan a moverse. La imagen del niño sirio Aylan ahogado frente a la costa, el espantoso drama que esa fotografía refleja, ha forzado a los ejecutivos europeos a reaccionar ante el drama migratorio. Hace poco más de un mes, varios gobiernos europeos, entre ellos el español, rechazaron la propuesta de la Comisión de repartirse los refugiados que piden asilo en Europa huyendo de la guerra siria, entre otros conflictos. Hoy, Jean Claude Juncker, presidente de la Unión Europea, presentará ante el Parlamento Europeo el plan de reparto de unas 200.000 personas que claman ayuda a la Europa de las oportunidades, de los Derechos Humanos, así llamada, así autodenominada. A España le corresponderá atender a 15.000 personas. Será el tercer más que más refugiados atienda. 

Los gobiernos reaccionan con lentitud, mucha más que la sociedad. Esta crisis nos ha dejado la peor cara de Europa. El trato denigrante y violento de la policía húngara a estas personas. Las palabras nauseabundas de los gobernantes de aquel país y de otros responsables políticos como Marine Le Pen, presidenta del Frente Nacional francés, que ayer dijo que allá donde gobierno su partido no se dará acogida a ningún inmigrante. Hemos asistido a un ejercicio descomunal de cinismo por parte de gobernantes y políticos que enseguida hablaban de cifras, de dinero, de sostenibilidad de la atención a estas personas. También a un repugnante intento de alarmar a la población afirmando que entre los refugiados se pueden infiltrar terroristas. Lo cual es posible, no sé si tanto como que entre nuestros políticos se nos infiltren corruptos. 

Ha sido descorazonador ver a tantas personas huyendo de la miseria que se encuentran con desdén, con vallas con cuchillas, con policía, tratados como delincuentes. Ha sido horrible escuchar ciertos discursos abierta o veladamente xenófobos destinados a alentar el odio al diferente entre la población europea. Nos ha dado pena esta Europa incapaz de responder al drama humanitario que llama a sus puertas. Ver a algunos europeos reaccionar con inhumana frialdad ante el fluir incesante de familias enteras huyendo de las guerras, incluso en países como España, donde no hace tanto fuimos nosotros quienes tuvimos que escapar de nuestro país por culpa de la guerra. Constatar que el mundo desigual e injusto al que contribuimos a alimentar es una bomba de relojería que inevitablemente nos estalla en la cara. 

Todo eso ha sido terrible. Pero también ha habido reacciones ejemplares, acciones que ayudan a reconciliarse con el ser humano. Y es importante también señalarlas. Para darnos ánimos. Aunque sólo sea para pensar que no todo está perdido. Que así como hay gobernantes racistas hay otros que están actuando con ejemplaridad. Que es verdad que los discursos xenófobos calan en una parte de la sociedad, pero igual que hay miles de personas colaborando con ONG, donando dinero, llevando comida a las estaciones de Viena y Munich donde llegan los refugiados, organizándose incluso para trasladarlos desde Hungría, acogiendo a personas en su casa. 

Hay personas ejemplares. Empieza a moverse la Europa de la burocracia, las reuniones inoperantes y el ritmo lento, a paso de tortuga, en parte, porque su sociedad así se lo está exigiendo. No podemos ser ingenuos y obviar que existe un grupo de la población que está en desacuerdo con atender a estas personas que huyen desesperadas de las guerras. No podemos negar que hay quien dice que esta gente viene a quitarnos el trabajo. Que se vayan a su país. Que aquí sobran. Que no tenemos hueco para todos. Pero quiero pensar que es también amplio, diría que mayoritario, el grupo de la población que clama contra la injusticia de dejar sin atención a estas personas. La valla en la frontera de Hungría es la cruz, pero los ciudadanos austriacos y alemanes que reciben a los refugiados con aplausos en las estaciones de tren es la cara. Nos reconcilia con el ser humano. No estamos tan perdidos. Aún queda solidaridad. 

Conmueve ver las iniciativas solidarias de varios ciudadanos de Europa del centro, la Europa rica a la que ansían llegar muchos de los refugiados. Siempre que se habla de humanidad, que se defiende que hay que dar un trato digno a las personas que huyen de la guerra, que se les debe acoger, surge alguien que pregunta si estaríamos dispuestos a tener a esa gente en nuestras casas. Pues bien, resulta que sí hay centenares de ciudadanos alemanes que dan vivienda a estas personas, que las acogen en su hogar. Este drama migratorio está siendo un ejemplo enriquecedor de cómo la sociedad va muy por delante de los gobiernos. Justo es reconocer también la agilidad con la que el papa Francisco ha respondido a esta situación, animando a todas las parroquias de la Iglesia católica a acoger a familiar sirias, empezando por las iglesias del Vaticano. Son reacciones que nos ayudan a reponernos del shock inicial, ese de ver a una Europa rica (sí, rica, a pesar de la crisis) mirando hacia otro lado frente al gigantesco drama humanitario que se gestaba a sus puertas. 

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