Las viudas de los jueves

Las viudas de los jueves, de Claudia Piñeiro (2005) es una de esas novelas con muchos personajes cuyo protagonista principal es un lugar. Un lugar y las gentes que lo habitan. Todas ellas monocordes, de una clase social y un estilo de vida idénticos. Ese escenario que protagoniza la novela de la escritora Argentina es Altos de la Cascada, una imaginaria urbanización de lujo donde familias acomodadas se blindan, literalmente, del mundo exterior. Allí rigen sus propias normas, se crean comisiones de cualquier aspecto imaginable (hasta de ética y buenas maneras) para autoregularse. Nadie puede entrar sin pasar unos exigentes controles. Las damilias que viven en este lujoso espacio abandonan a los amigos de fuera, los de la vida real, y sólo se relacionan con los de dentro. Con los que son como ellos. Los suyos. Los jóvenes no salen de allí, no sabrían ni coger un autobús, se lee en un momento de la historia. Deambulan por las calles de la urbanización. Todo lo que necesitan está allí dentro. 

La autora relata sin excesos, con sobriedad incluso, el modo de vida de un grupo de ricos acostumbrados a llevar un alto nivel de vida, y todos los temas de los que hablan. Los negocios, la economía que empieza a flojear (la novela está ambientada en la época del corralito argentino de 2001), las operaciones estéticas de las mujeres, esas viudas de los jueves a las que alude el título de la obra, el tenis, el golf, las lujosas vacaciones a todo tren La banalidad reinante, los excesos, ese nadar en la abundancia, a veces no tanto para disfrutarlo sino para exhibirlo. Todo parece ser perfecto, paradisíaco en los Altos de la Cascada. pero algo se tuerce. Mucho y muy pronto en la novela. Ocurre algo desgarrador de lo que el lector se entera en el primer capítulo y que da a entender, falsamente, que se encontrará con una novela de misterio. Es una ligera decepción comprobar cómo, capítulo a capítulo, la obra opta por el retrato social del grupo de amigos, por decir algo, que vive en los Altos de la Cascada, en lugar de continuar la senda marcada por el suceso repentino y escabroso que impacta en las primeras páginas. 

Es, en todo caso, una decepción momentánea, derivada sólo de unas expectativas que no se cumplen.Tras ese suceso, la autora da marcha atrás y nos cuenta, a través de dos voces narrativas (una de ellas identificada, otra a la que en ningún momento se da nombre, aunque se sabe que es alguien que forma parte del círculo de habitantes de esta urbanización de lujo) el pasado de los personajes y el proceso de descomposición de sus finanzas personales al calor de la descomposición económica del país entero. Y aquí, de nuevo, en una novela coral con muchos personajes, lo que sobresale es un protagonista distinto, no corpóreo, pero que recorre toda la obra, la crisis económica. Esa devastadora crisis en la Argentina de comienzos de siglo que condujo al corralito. 

En aquella crisis, como en la actual (algunos las llaman estafas y los protagonistas de esta novela no andan muy lejos de ser quienes juegan el papel de estafadores), quienes más sufren, quienes se quedan sin nada, no son los ricachones que viven en urbanizaciones de alto lujo, sino los que lo se quedan sin todo. Por ejemplo, las mujeres que tienen en el servicio de la casa o para llevar a sus hijos al colegio (cómo van a ir sus padres, qué locura). Y, sin embargo, los ricos, quienes están acostumbrados a llevar un alto nivel de vida, se hunden ante las crisis. A ellos también les afecta porque, como dice el refrán, no es más rico quien más tiene, sino quien menos necesita. Y, es obvio, los protagonistas de esta novela necesitan mucho. Y, sobre todo, necesitan que sus vecinos no asistan a su decadencia. Por eso se miente e incluso se adoptan actitudes desesperadas. Todo con tal de no exhibir que ellos también están afectados por la crisis, que no pueden permitirse más coger ese tren de vida que llevaban junto a sus vecinos de urbanización. 

Camina la obra permanentemente sobre el alambre, haciendo equilibrismos para no caer en la caricatura, en el retrato de trazo grueso de la clase social alta. Y la autora logra esquivar ese riesgo. Sencillamente narra su vida, plasma episodios reveladores de la forma de vivir de este grupo de personas acomodadas, pero deja que sea el lector el que juzgue, si es que es eso lo que quiere hacer. Y se agradece. No trata ni bien ni mal a sus personajes, sino todo lo contrario. Sólo plasma su vida. Sus conversaciones. Sus preocupaciones. Su cinismo. Recuerda a la protagonista de Blue Jasmine, de Woody Allen, interpretada por la espléndida Cate Blanchet. Una dama de la alta sociedad casada con un banquero que se hizo rico estafando a sus clientes (¿les suena de algo?) y que, cuando lo ha perdido todo, es incapaz de vivir en la vida real, de cruzar la frontera entre la burbuja donde se mantenía (pongamos, un lugar parecido a los Altos de la Cascada que describe esta novela, también llevada al cine, por cierto) y el mundo de afuera, algo más feo, más complicado. 

Por las páginas de la novela desfila toda clase de personaje. Desde el que ha perdido el empleo y en lugar de buscar activamente trabajo o tomar conciencia de su situación decide hacer ver que en realidad vive de unas rentas que nadie conoce. La mujer que gestiona una inmobiliaria de la zona. El joven conflictivo al que una comisión de ética, o algo similar, pone en una lista negra por haberse fumado un porro. El marido que agrede a su mujer. El que es el líder de la manada, el amo y señor de los Altos de la Cascada, el ricachón al que no le vale exhibir su poderío económico, sino que además debe mostrar permanentemente autoridad sobre el resto, porque necesita esa influencia. Un retrato social de la Argentina del 2001, pero que trasciende de ese espacio. En cualquier gran ciudad puede encontrarse una urbanización como Altos de la Cascada y unos habitantes como los suyos. El único pero, ya digo, el mínimo peso que se otorga a ese suceso escabroso que se presenta rápido y se resuelve en unas pocas páginas al final. 

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