Larra

Mariano José de Larra vivió 27 años y murió en el año 1837. Son dos datos que asombra recordar cuando se leen sus artículos costumbristas, reunidos en una edición antigua que adquirí en la pasada edición de San Jordi en Barcelona. Es prodigioso que alguien que murió tan joven haya dejado un legado tan formidable, la impronta del primer gran periodista español. Larra fue un maestro del costumbrismo, el precursor de una forma de ver la vida alrededor y vivir para contarla en las páginas de un periódico que después tantas veces se ha repetido, siempre con él como referente. Tanto como su precocidad creadora antes de poner fin a su vida por un desengaño amoroso fascina la extraordinaria vigencia de buena parte de sus artículos, cargados de retranca, ironía y mordacidad. Aún hay un tercer elemento de sus escritos que atrae al lector como si de un metal llevado por un imán se tratara y es la variedad de estados de ánimos que el genio trasluce en sus artículos. El creciente pesimismo, como de abandona de cualquier esperanza, de algunos de sus últimos escritos, en contraste con la ironía crítica pero también divertida de trabajos anteriores. 

La vigencia de sus escritos va más allá de la certera y actual, casi dos siglos después, crítica de la burocracia y los interminables papeleos en Vuelva usted mañana. Estos días, por ejemplo, es noticia la muerte del león Cecil en una reserva natural a manos de un dentista estadounidense rico con afán por demostrar su virilidad acabando con la vida de animales inocentes. Cómo no pensar que Larra le habría dedicado palabras similares a las que emplea para describir una montería a la que fue invitado que resume con su habitual estilo crítico en La caza. A saber. "No puedo hallar otro origen a la diferencia que el hombre establece entre matar hombres y animales que su infinito amor propio. Hay animales que valen más que hombres, y hombres que deberían darse la enhorabuena si no fueran más que animales". 

Larra también habla, siglo XIX, recuerdo, de los toros. De lo que hoy aún se llama fiesta nacional en su artículo Corrida de toros, donde deja bien claro cuán poco le gusta semejante espectáculo. "Si bien los toros han perdido su primitiva nobleza; si bien antes eran una prueba de valor español y ahora sólo lo son de la barbarie y la ferocidad, también han enriquecido considerablemente estas fiestas una porción de medios que se han añadido para hacer sufrir más al animal y a los espectadores racionales". Describe entonces el empleo en las corridas de caballos "que no tienen más culpa que el ser fieles hasta el final, guardando al jinete aunque lleve las entrañas entre las herraduras". 

El talento de Larra, su mala uva, la ironía con la que describe el mundo que le rodea, con un afán regeneracionista, ha sido mil veces repetido después en la prensa española, en esa larga tradición que él inauguró de grandes literatos colaborando en periódicos. Larra detestaba buena parte de lo que veía en España, pero pretendía cambiarla. Al menos, en sus primeros años. Escribe sentencias que, tristemente, siguen sirviendo para describir la actualidad política en nuestro país. Sobre el cainismo, por ejemplo. "Aquí yace media España. Murió de la otra media". Y así. También emplea ese estilo para criticar costumbres sociales como la falta de cultura de la población. Habla de un sobrino suyo en Empeños y desempeños, donde hace un feroz ataque a la impostura de la alta sociedad que vive de prestado, que "ha recibido una educación de las más escogidas que en este nuestro siglo se suelen dar, es decir esto que sabe leer, aunque no en todos los libros, y escribir, aunque no cosas dignas de ser leídas". 

Reflexiona Larra, que a lo largo de su corta pero fructífera carrera se sirvió de varios pseudónimos en sus escritos, en especial el de Fígaro, sobre la profesión periodística. Y, de nuevo, sólo sirve aprender del maestro y constatar lo poco que a veces cambian las cosas, lo cual hable bien de él, porque sus escritos siguen teniendo vigencia, pero también mal de nuestra sociedad, que avanza lo justo. En el artículo Modos de vivir que no dan de vivir, tras describir algunos de esos empleos mínimos, Larra habla del suyo propio. "En España ningún oficio reconozco más menudo, y sirva esto de conclusión, ningún modo de vivir que dé menos de vivir, que el de escribir para el público y hacer versos para la gloria; más menudo todavía el público del oficio, es todo lo más si para leerlo a usted le componen cien personas, y con respecto a la gloria, bueno es no contar con ella, por si ella no contase con nosotros". Larra se describe como alguien condenado a querer decir lo que otros no quieren oír. 

El genial escritor muestra escaso aprecio hacia sus semejantes, incluidas en algunas ocasiones frases que bien pueden ser tildadas desde nuestros días de machistas y algo clasistas. En el artículo La sociedad deja claro lo que le parece esto de vivir en grupo. ¿Un avance? ¿Algo que nos muestra superiores a otras especies? No exactamente. "La sociedad es, pues, un cambio mutuo de perjuicios recíprocos. Y el gran lazo que la sostiene es, por una incomprensible contradicción, aquello mimo que parecería destinado a disolverla, es decir, el egoísmo". En algunos de sus escritos Larra se muestra descreído, cansado, misántropo, despreciativo hacia la sociedad que le rodea. Es el Larra más desanimado y pesimista, el más oscuro y, a veces, el más lúcido. Lo cual, de nuevo, habla tan bien de él como mal de la sociedad en su conjunto. 

Dejando a un lado las obvias diferencias entre su época y la nuestra, los artículos de Larra siguen siendo en un elevado porcentaje atemporales. Valen hoy tanto como entonces, o tal vez más, puesto que fue siempre alguien adelantado a su tiempo. A veces uno tiene la sensación no sólo de que ya todo está escrito, sino además de que está escrito mejor que como podría intentarse hoy en día. Leyendo a Larra se acrecienta esa impresión. Cambiemos, por ejemplo, el patio de las diligencias que describe el padre del costumbrismo por las salas de llegadas de los aeropuertos y decidamos si no es impecable la descripción de este espacio como "uno de los teatros más vastos que puede presentar la sociedad moderna al escritor de costumbres". En expresión prestada de Umbral, parece que andan articulistas y blogueros mal imitando a Larra, que esto es lo máximo a lo que se puede aspirar. Leyendo a Larra uno también se convence de que todos los escritores beben de los genios del pasado, hasta cuando no se les ha leído, porque ellos ya han escrito sobre aquello que ahora vuelve a abordarse. 

Dado el trágico final de Larra, suicidado con 27 años por un desengaño amoroso, resulta inevitable rastrear sus textos en busca de rasgos autobiográficos. Y en varios artículos se hallan con claridad como el titulado El casarse pronto y mal o las alusiones a la desgracia de caer enamorado que salpican varios de sus últimos escritos. Resulta especialmente perturbador el artículo La Nochebuena de 1836. Yo y mi criado. Delirio filosófico. Sin duda, el más gris y pesimista de cuantos se conservan de Larra. Se suicidó tres meses después de publicarlo. Al comienzo de este escrito cuenta Larra que "soy supersticioso porque el corazón del hombre necesita creer en algo, y cree mentiras cuando no encuentra verdades que creer; sin duda por esa razón creen los amantes, los casaderos y los pueblos a sus ídolos, a sus consortes y a sus gobiernos". Nosotros, de momento, seguimos creyendo en Mariano José de Larra. Figura inmortal de las letras españolas, referente periodístico, aliado y refugio ante la estupidez que nunca nos falla. 

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