Lecturas de verano (VII)

He dejado para los dos últimos artículos de esta serie de lecturas veraniegas libros, obras de ficción, pero sobre todo ensayos, que leí durante la carrera de Periodismo en la Carlos III, bien por recomendación de los profesores, bien para elaborar un trabajo o preparar alguna presentación. Aquí sí que puede decir que no estarán todas las obras que fueron leídas en ese tiempo, pero sí una selección de las que más me removieron o me enseñaron. Comienzo con Hiroshima, un gran reportaje de John Hersey que nada tiene de ficción. El autor relata el escenario de devastación que provocó el lanzamiento de la bomba atómica por parte del ejército de Estados Unidos sobre la ciudad japonesa de Hiroshima. Hersey cuenta las vidas de cinco supervivientes de aquella atrocidad que puso fin a la II Guerra Mundial pero costó la vida de decenas de miles de personas y provocó efectos aterradores que duraron décadas. 

Esta crónica es demoledora. Escrita de forma sobria, conmueve cada una de las historias que aparecen en ella. Vacuna contra los ardores guerreros, contra los ánimos belicistas, contra todas las guerras. Retrato de las atrocidades de las que es capaz el ser humano, triste muestra de cómo hemos sido capaces de desarrollar armas de destrucción masiva pero no de acabar con el hambre en el mundo, como destaca aquella frase célebre de Albert Einstein. En Hiroshima se relata qué hacían en el momento del impacto de la bomba y qué fue de sus vidas tras ese hongo criminal que asoló la ciudad la oficinista Toshiko Sasaki; el doctor. Masakazu Fuji; una mujer viuda que cuida a sus tres hijos, Hatsuyo Nakamura; el misionero alemán Wilhem Kleinsorg; el cirujano, el Dr. Terufumi Sasaki y el reverendo Kiyoshi Tanimoto. 

Para conocer lo más execrable y oscuro de la condición humano, algo que es precioso si queremos evitar repetir las mayores atrocidades de la historia, es útil (aunque inmensamente doloroso) también leer Si esto es un hombre, novela donde Primo Levi, superviviente del Holocausto, plasma su insufrible cautiverio en el campo de exterminio de Auschwitz. Cita el autor en estas estremecedoras memorias un pasaje de la Divina Comedia de Dante en la que Ulises les dice a sus hombres "consideren su naturaleza humana, no nacieron para vivir como bestias, sino para seguir virtud y conocimiento". 

Esta obra fue una de las que componían el temario de la memorable asignatura Movimientos Literarios Contemporáneos, que estudié en primero de carrera y que impartió Coronada Pichardo, tristemente fallecida hace unos años. Nunca le dije cuanto crecí y aprendí en aquella clase, que al principio, lo reconozco, despertó en mí un inmenso sentimiento de inferioridad por la soltura con la que veía a algunos compañeros hablar de grandes literatos como James Joyce o Charles Baudelaire Baudellaire de los que yo hasta entonces apenas había oído hablar. Fue una asignatura, ya digo, inolvidable en la que leímos de todo, desde poesía hasta teatro, pasando por novelas históricas y obras contemporáneas como Castillos de cartón, de Almudena Grandes, cuya trama (una relación a tres) provocó interminables debates en aquellas aulas donde empezaba nuestra aventura universitaria. 

En la clase de otro admirado profesor, Juan José Tamayo, quien impartió un espléndido curso de humanidades sobre el Islam, leí Yo acuso, valiente ensayo de Ayaan Hirsi Ali, ciudadana somalí que huyó a Holanda, donde ha llegado a ser parlamentaria, en el que denuncia el fanatismo religioso y pide una Ilustración en la religión musulmana que la haga compatible con la democracia y los Derechos Humanos, un ejercicio honesto por el que ha sido amenazada de muerte por los radicales cuya ignorancia y odio sin sentido denuncia en esta obra. 

Recuerdo otras dos obras relacionadas con el periodismo que me marcaron. Una de ellas, leída en alguna asignatura de la universidad, la otra regalo de Reyes. Esta última es La prensa en la II República, un exhaustivo trabajo de Justino Sinova en el que se explica cómo este régimen tuvo también amplias sombras en lo que a libertad de información se refiere, con sanciones y cierres de medios. El otro libro que recuerdo con cariño es Los ojos de la guerra. Probablemente en algún momento de nuestra formación todos los periodistas hemos querido ser, o al menos se ha pasado esa idea por la cabeza fugazmente, corresponsables de guerra. El auténtico periodismo. Poner cara al horror en los escenarios donde la primera víctima es la verdad y ambos bandos pretenden silenciar las atrocidades cometidas. El libro es un homenaje a los periodistas Manuel Gil y Kurt Schork, asesinados en Sierra Leona, en el que escriben muchos de los miembros de la tribu, el grupo de corresponsales de guerra españoles, como Manu Leguineche, Gervasio Sánchez o Arturo Pérez Reverte. 

No tiene relación directa ni con el periodismo (salvo por su autora) ni con la universidad, que se supone que son los dos puntos en común de este artículo, pero sí quiero recordarlo aquí Los maestros de la República: los otros santos, los otros mártires, donde María Antonio Iglesias rinde homenaje a los profesores que intentaron combatir en la II República española contra la incultura y el atraso endémico de España. Maestros que no se resignaron a la ignorancia. Diez maestros de pueblo que soñaron con dar un futuro mejor al país a través de la educación abierta, laica y avanzada, algo que cortó de raíz el golpe de Estado de Franco y el largo invierno que trajo el dictador. 

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