Lecturas de verano (VI)

Le faltaría algo, o casi todo podríamos decir, a este serie de lecturas de verano si no se hablara de Francisco Umbral, quizá el mejor prosista español del pasado siglo, el dandi orfebre de las letras que no escribió jamás en su vida una frase hueca, una metáfora simple, un adjetivo soso, una descripción simplona. De Umbral uno recomienda todo, hasta lo que todavía no ha leído, con la certeza de que su cuidado estilo, su armoniosa y atrevida forma de mimar y retorcer el idioma, convencerá al lector amante de la buena literatura, del lirismo en prosa, de la forma de contar las cosas como algo tan importante (o tal vez más) de aquello que se narra. 

El último libro publicado por Umbral fue Amado siglo XX, un ensayo en el que el autor comparte sus reflexiones sobre la historia, la literatura, la política, la religión, el cine, los personajes que marcaron la pasada centuria... Y lo que a él le diera la real gana, como en sus prodigiosas columnas publicadas, entre otros, en El País y en El Mundo. De este libro, que es algo así como el testamento literario del genial escritor, se extraen perlas que resumen bien, si es que eso es posible, su exquisito talento y su concepción de la literatura. Por ejemplo, esta frase en la que habla de un autor al que no parecía apreciar demasiado: "Yo respeto a los escritores sin estilo, con carencia de fraseología. Los respeto, pero no me dicen nada. Andar por la vida de escritor sin estilo es como andar por los mares sin vocación de marinero. La manera de decir las cosas importa mucho más que esas cosas". O esta otra en la que habla del fallecimiento de una amiga en los siguientes términos: "la muerte consiste en que una buena amiga deja de llamar y ya es como si Madrid se hubiera quedado sin teléfonos".
 
La novela más reconocida de Umbral es Mortal y rosa, que el escritor dedicó a su hijo fallecido de niño y donde describe el desgarro producido por su muerte. "Si algún día no estuvieras del todo, niño, cómo sería eso, cómo sería el mundo, todo él cuarto de juegos abandonado, planeta infantil vacío, el universo reducido a la ausencia de un niño”. Pero es difícil quedarse con una sola de sus obras. Me acuerdo de Capital del dolor, donde adopta la visión infantil de un chaval que ve expandirse las ideas (perdón por el sinsentido) del franquismo, o Los helechos arborescentes, donde otro niño (siempre reflejos del propio Umbral no) es el protagonista. O El giocondo, donde el autor nos lleva por el Madrid nocturno de homosexuales, prostitutas y otras gentes de vida alegre. 

Otro autor que no puede faltar en esta lista de recomendaciones para el verano (para la vida entera, claro) es Jorde Luis Borges. Los cuentos del genial escritor argentino enamoran porque el lector puede esperar cualquier cosa de ellos. Comienzan como relatos en apariencia realistas hasta que algo, un objetivo misterioso como el Aleph, ("uno de los puntos del espacio que contiene todos los puntos"), una visión de alguno de los protagonistas, eleva la historia a una nueva dimensión. Las dos recopilaciones de cuentos con las que descubrí, hace no mucho, a Borges son El libro de arena y El informe de Brodie

Por la sensibilidad en todo lo que crea, cada obra o película de David Trueba es siempre una opción tentadora, casi diríamos de garantías. Antes de disfrutar de la encantadora Vivir es fácil con los ojos cerrados, que fue la gran triunfadora de los Premios Goya del año pasado, había leído, por recomendación de mi hermano Jesús, Saber perder, una novela, la tercera de Trueba, publicada en 2008 en la que se narra la vida de cuatro personajes. Una de esas historias me deja más bien frío. Las otras sí me atrapan, con lúcidas reflexiones sobre la soledad en la sociedad actual, la amistad, el amor adolescente, el arrepentimiento, el sentimiento de culpa, las heridas del pasado, las incertidumbres del futuro... Estos cuatro protagonistas son Leandro, jubilado que está al cuidado de su mujer enferma y busca dispersarse de esa condena de médicos y atenciones; su hijo Lorenzo, aún más desnortado que su padre e insaciable buscador de algo que le saque del hastío en el que vive; su nieta Sylvia y el joven futbolista Ariel, con el que la joven entrará en contacto de forma brusca y casual.  

Al igual que Saber perder, también El médico, de Noah Gordon, fue una recomendación de mi hermano Jesús. Una de esas novelas históricas extensas y repleta de peripecias personales a lo largo de varios años, que forma parte de una trilogía que completan Chamán y La doctora Cole. Este último no lo he leído, a pesar de que guardo buen recuerdo de los dos anteriores, donde el protagonista es Rob J. Cole, que se queda huérfano a los nueve años, situación que da lugar a aventuras y retos personales mientras viaje en distintas compañías y desarrolla su vocación de médico. 

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