Lecturas de verano (III)

Sin duda la obra más reconocida de Terencia Moix, que fue todo un best seller en su época, es No digas que fue un sueño. En ella, el autor catalán relata con un estilo lírico y apasionante la historia de amor entre Cleopatra y Marco Antonio. Una obra fascinante que nos acerca al Egipo de los faraones y al despertar del Imperio romano pero que, sobre todo, narra una intensa relación entre estos dos personajes históricos, relación que ha dado mucho juego a la historia de la literatura y del cine. No digas que fue un sueño es un libro muy recomendable para este verano, otra opción que apuntar para estos ratos tranquilos sin correos del trabajo ni llamadas impertinentes, sin prisas ni horarios, sin despertadores ni estrés. 

Sin embargo, a mí me deslumbró aún más El día que murió Marilyn, una novela bien distinta y ambientada en la primera mitad del siglo XX en Barcelona. En ella se cuentan las historias de dos generaciones de una misma familia. Lo más apasionante de la obra, que está dividida en cinco capítulos donde se relata la historia de sendos personajes, es la relación de amistad entre Bruno y Jordi, el último abiertamente homosexual. La orientación sexual de Jordi no cambia nada en su relación con Bruno, a pesar de lo cual aquel vive atormentado, confuso, lleno de remordimientos, temores y dolor. El título de la obra hace alusión a la afición por el cine de los dos jóvenes protagonistas y como su paso a la adolescencia va de la mano del cambio en sus intereses cinematográficos, de Cenicienta a la sensual actriz que da nombre a la novela. 

En la primera parte de esta serie de lecturas de verano hablaba de obras extensas que recorren varias décadas y que se proponen relatar un periodo histórico (o varios) de la mano de sus personajes. Me dejé en el tintero, en realidad no porque ya dije que esta recopilación de obras no busca tener una lógica concreta, al extenso El corazón helado, de Almudena Grandes. El libro adopta el título del poema Españolito, de Antonio Machado: "ya hay un español que quiere/ vivir y a vivir empieza,/  entre una España que muere y otra España que bosteza./ Españolito que vienes/ al mundo te guarde Dios./ Una de las dos Españas/ ha de helarte el corazón". No negaré que la novela de Grandes me resulta excesivamente larga, no tanto por la extensión (919 páginas) sino porque me despiertan un interés desigual las dos partes de la obra, una situada en el presente y otra en el pasado. En todo caso, no se arrepentirá quien quiera sumergirse en esta novela que nos traslada a la Guerra Civil y el franquismo a través de la relación entre Álvaro Carrión, nieto de un gerifalte franquista, y Raquel Fernández, nieta de un exiliado a Francia, a través de los cuales conoceremos el pasado de sus respectivas familias y las huellas que este deja en ellos. 

Nada que ver, ni en la ambientación de la trama ni en la historia narrada, pero igualmente sugerente es Los ojos del tuareq, novela de Alberto Vázquez Figueroa con la que tengo una historia peculiar. Comencé a leerla en la playa y, al regresar a Madrid, me faltaban algunas páginas aún para terminar la historia, que me atrapó desde el comienzo porque plantea de forma cruda e inteligente la convivencia entre los nativos y los corredores del París-Dakar, carrera automovilística que ya no se disputa por tierras africanas, precisamente, por razones de seguridad. Me faltaban, digo, algunas páginas. Quedaba mucho verano por delante de ese estío tan larga de la época colegial. Pero al llegar a Madrid no encontrábamos el libro. Acabó apareciendo, creo que pasados unos días, en una de esas cremalleras muy escondidas de las maletas que a punto estuvo de hurtarme el desenlace de tan entretenida y sugerente historia. 

No es elegante matar a una mujer descalza es una de esas obras que atrae, de entrada, por su original título. En ella el periodista y escritor Raúl del Pozo se atreve con el género negro. La novela comienza con el descubrimiento del cadáver de una mujer, ya casi momificado, en un trastero de Madrid, que debió de morir, presuntamente asesinada, hace dos décadas. Comienza entonces una investigación en la que no falta el necesario detective peculiar que requiere toda obra de género y el contraste entre dos épocas bien distintas, desde la época de la Transición a los años noventa. Ahora que menciono el género negro, recuerdo haber pasado grandes momentos de intriga y tensión gracias a una serie de literatura negra del diario El País que incluyó, entre otras obras, grandes clásicos como El tercer hombre, de Graham Greene ambientada en la Viena del final de la II Guerra Mundial; Asesinato en el Orient Express, de Agatha Crhistie, en el que el legendario detective Hércules Poirot deberá resolver la investigación de un crimen cometido a bordo del tren que lleva de vuelta de otra investigación en Siria y La ventana alta, de uno de los grandes del género, Raymond Chandler, donde su detective alcohólico y misántropo Philip Marlowe se adentra en una familia acomodada donde todo se descontrola cuando desaparece una valiosa moneda. 

Otra novela que puede completar esta lista de obras de intriga, asesinatos e investigación de crímenes, aunque en este caso es algo diferente, es La verdad sobre el caso Harry Quebert. En esta obra, que fue un best seller hace un par de años, Marcus Goldman, escritor de éxito, descubre que su admirado maestro universitario y también escritor, Harry Quebert, mantuvo una relación sentimental con una joven de 15 años cuyo cadáver aparece en el jardín de Quebert. Me parece una novela algo tramposa en la que el escritor no es del todo honesto con el lector a la hora de compartir y ocultar información, pero es una historia entretenida con constantes giros de la trama. 

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