Lecturas de verano (II)

Las lecturas de verano que recopilo en esta serie en el blog le deben mucho a las colecciones de novelas que antes publicaban los diarios. Lo he comentado ya otras veces aquí. Una de las que conservo con más cariño es Las 100 joyas del milenio, recopilación de cien obras maestras de la literatura que editó el diario El Mundo hace unos años, tras haber publicado otra colección de las mejores novelas escritas en lengua española. Elaborar este tipo de listas es una labor hercúlea y nunca objetiva ni irrebatible No es fácil definir qué hace a una novela merecedora de aparecer en ella y, sobre todo, resulta complicado dilucidar qué obra es mejor que otra. Hecha esta salvedad, sin duda contar con una de estas colecciones ofrece ciertas garantías de que podrás acceder a noveles, al menor, comúnmente reconocidas por la crítica, obras consideradas magistrales. 

Una de las que guardo un mejor recuerdo es Todo modo, del escritor italiano Leonardo Sciascia. Aparenta ser sólo una novela policíaca pero, como todas las buenas obras del género negro, encierra una contundente crítica social. La obra se sitúa en un idílico hotel situado en una antigua ermita donde se dan cita los más poderosos políticos, empresarios y líderes religiosos del país transalpino. La calma se rompe con un asesinato al que sigue otro. Es una novela tan corta como interesante impregnada de ironía y espíritu crítico. 

Gracias a la citada colección del diario El Mundo también he podido conocer a varios de los grandes escritores latinoamericanos. Cien años de soledad, que me fascinó a pesar de que creo que no la disfruté del todo cuando la leí (aquello de las prisas, de ir puliendo el paladar lector), por lo que espero volver a abordar en el futuro. Otra dos obras, estas más breves, que disfruté del fallecido Gabriel García Márquez son Crónica de una muerte anunciada (con su poderoso arranque, "el día que lo iban a matar...") y El coronel no tiene quien le escriba, que cuenta la espera de tres lustros de un veterano de guerra que no recibe la pensión a la que tiene derecho. Otra obra extraordinaria que incluye la selección de las 100 mejores obras del siglo XX es El señor presidente, novela excepcional del escritor guatemalteco Miguel Ángel Asturias en la que se relata la asfixiante falta de libertades, el despotismo y la brutalidad de toda dictadura, inspirada en la corrupta presidencia de Manuel Estrada en su país. Todo ello, bajo el estilo del realismo mágico. 

A uno siempre le parece que la vida no le dará para leer todo lo que ahí fuera vale la pena, para conocer a todos los autores que merecen ser leídos, a todas aquellas novelas cuyas historias perfectamente pueden llevar décadas, o siglos, esperando a que te encuentres con ellas. Es un pensamiento algo desasosegante, la verdad, que le lleva a veces a lamentar cuántos grandes autores reconocidos son desconocidos para mí. Tuve esa impresión con Mario Vargas Llosa cuando al autor, un clásico, le concedieron el Premio Nobel. Entonces me decidí a acercarme a su obra. Me costó, lo reconozco, sentirme cómodo en el alambicado estilo narrativo de Conversación en la catedral, una novela que sí terminé disfrutando, con esa charla entre el joven periodista Santiago Zavala, que se pregunta al comienzo de la obra cuándo se jodió el Perú, y Ambrosio, un viejo que mata perros y fue chófer del abuelo de Zavalita, hombre fuerte de la dictadura de Manuel Odría. 

También he leído de Vargas Llosa La ciudad y los perros, novela ambientada en una estricta escuela militar en la que se narran las peripecias de los jóvenes internos, y Los cachorros, en un libro que recopila este y otros relatos del autor peruano, en el que se cuenta cómo cambia la vida de un niño cuando, por la mordedura de un perro, el chaval es castrado y se obligado a reforzar su virilidad con actitudes asociadas a los hombres. Con todo, de largo además, la obra que más me llegó del Nobel de Literatura en 2010 es Historia de Mayta, que no es una de sus novelas más reconocidas, pero me resultó más fascinante que aquellas, honestamente. En ella el autor indaga en la vida de Alejandro Mayta, un trotskista peruano que inició una fracasa revolución y murió en el olvido. Según leí en su momento, Vargas Llosa declaró sobre esta novela que es una de sus obras "más infravaloradas". Considera el autor, y estoy bastante de acuerdo con él, que es "no sólo la peor entendida y la más maltratada, sino también la más literaria de todas las que he escrito aunque sus apasionados críticos sólo vieran en ella -oh, manes de la ideología-, una diatriba política". 

La última novela que quiero reseñar en este artículo (mañana seguimos con la serie de lecturas de verano) es Madame Bovary. Uno de esos grandes clásicos de la literatura que todo amante de la lectura siente, antes o después, la urgencia de leer, poco menos que la obligación. No siempre, les confieso, el encuentro con obras encumbradas como obras maestras es grato. En ocasiones resultan difíciles de seguir estas novelas clásicas, por su anticuado estilo. No es el caso de la realista Madame Bovary, de Gustave Flaubert, en la que el lector del siglo XIX en el que fue escrito y de todos los tiempos, que esa es la cualidad que convierte a una obra en un clásico universal, sufre y sueña con la historia de Emma Bovary, casada con un hombre al que no ama y que sólo quiere lucirla en los actos sociales, con sus ansias de libertad, con sus aventuras amorosas. 

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