Lecturas de verano (I)

"Si cerca de una biblioteca tenéis un jardín, ya nos os faltará de nada", escribió Cicerón. Cobijado del calor veraniego bajo la sombra de una frondosa parra, con los cánticos de los pájaros como único ruido exterior (para ser sinceros, a veces la vecina cantaba alguna canción enturbiando algo la armonía) y siempre acompañado de un libro, pensaba estos días pasados en el patio de la casa de mi pueblo cuánta razón encierra esa frase. Y pensaba también que en este rincón, para mí el más hermoso de Cifuentes, que si somos lo que leemos, en pocos otros lugares hay tanto de mí como en este espacio tranquilo. En ningún otro sitio he pasado tantos buenos ratos ni he aprendido tanto con un libro en las manos. 

Uno asocia el verano al Tour de Francia y a las lecturas pausadas, sin prisas ni transbordos de Metro, con todo el día por delante. La época estival es tiempo de libros, de aventuras, de ensayos y novelas, de historias que disparan la imaginación y de las que hacen pensar, de las que te arman para enfrentarte mejor al mundo y de las que sirven de refugio ante la acelerada locura del exterior. Puede que el verano, por aquello del calor y de las vacaciones, invite a lecturas algo más ligeras, pero el hecho de poder disponer de más tiempo también supone una tentadora oportunidad de abordar lecturas más reflexivas, obras de una mayor dimensión o incluso libros pesados difíciles de transportar a diario (problema este con el que nos seguimos enfrentando los puristas que seguimos apegados al papel y nos resistimos a probar el libro electrónico). 

Pensaba en el patio en todo esto. También en los otros lugares de verano ligados a esas lecturas que allí me acompañaron. Entonces me dio por recordar algunos de esos libros que he disfrutado en época veraniega desde aquellas vacaciones sin fin de la infancia en las que ya las horas de lectura eran el mejor regalo posible. Me planteo, pues, en una serie de artículos que empiezo hoy rememorar algunas de esas obras. Como dice el tópico, no están todas las que son, pero sí son todas las que están. Intentaré sobre todo presentar aquí, en una sucesión sin orden ni concierto porque no me gusta etiquetar a los libros en categorías, obras de las que no he escrito reseña en este blog porque las leí antes de abrirlo. Podríamos entenderlo también como una lista de recomendaciones de lectura para el verano, pero es más bien un ejercicio de memoria para recordar aquellas ilusiones, emociones, miedos, alegrías y retos planteados por estas novelas

Puede que la primera novela que recuerde de mi infancia, sea Momo, de Michael Ende. Disfruté de este libro en ese patio de mi recreo alcarreño del que hablaba antes. Un libro hermoso que aborda el concepto del tiempo. Recuerdo el asombro al leer sobre bancos de tiempo y esos hombres de gris que los representan y viven del tiempo de los ciudadanos. En el colegio, demasiado pronto para mi gusto, nos mandaron leer la primera parte del Quijote. Se me hizo pesada. Sin embargo, pasados unos años abordé por voluntad propia la segunda parte de la novela de Miguel de Cervantes y gocé al poder saborear con más propiedad todo eso que el profesor de literatura elogiaba en la escuela y que al principio costaba captar. Todo está en el Quijote. Formalmente, por esas novelas dentro de la novela, y también en cuanto a contenidos, con reflexiones atemporables y universales que lo encumbran como una de las más destacadas obras de la historia de la literatura. 

Aunque decía hace un par de párrafos que la idea de este artículo es recoger breves comentarios de novelas que no he reseñado en el blog, quiero aquí incluir a tres porque todas ellas las leí en verano y porque me parecen magníficas recomendaciones para quien quiera abordar una lectura extensa que le llene, de esas que se cuecen a fuego lento y van creciendo a medida que uno avanza las páginas. El primero de ellos es Yo confieso, de Jaume Cabré, puede que mi libro preferido, el que más me ha llenado. Una obra prodigiosa en la que la historia gira en torno a los avatares de un valioso violín storioni en la que se reflexiona sobre el amor, la amistad, la traición, la convivencia con el pasado y la cultura. Imprescindible. 

Las otras dos obras que pueden ser una buena opción para quien desee leer novelas amplias ahora que en vacaciones contamos con más tiempo par entregarnos a la lectura son de Julia Navarro. En Dime quien soy, la escritora recorre buena parte de la historia del siglo XX. Un periodista recibe al comienzo de la obra el encargo de investigar sobre su bisabuela, Amelia Garayoa, un personaje fascinante del que la autora se sirve para reflejar la II Guerra Mundial, la Guerra Civil española o la Guerra Fría. Es uno de esos libros adictivos cuya lectura resulta imposible abandonar. Navarro sigue el mismo esquema, una novela río que recorre a través de una familia (de dos, en este caso) varios episodios de nuestra historia en Dispara, yo ya estoy muerto. que se acerca al conflicto entre Israel y Palestina en sus apasionantes 912 páginas. 

Novela histórica, extensa y que recorre varios años a través de la peripecia de un personaje. Así son las obras de Julia Navarro y así es también la conmovedora Prométeme que serás libre, de Jorge Molist. La novela comienza con un asalto pirata a la aldea catalana de Llafranch en 1484. Un niño ve morir a su padre en ese asalto y antes de fallecer este le pide a su progenitor que le haga una promesa, la que da título al libro, que sea libre. Con ese compromiso y la voluntad de volver a encontrarse con su madre y su hermana, secuestradas por los asaltadores, vivirá Joan el resto de su vida, que es relatada en la obra, donde aparecerán el amor, los libros prohibidos y la Inquisición. 

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