Las intermitencias de la muerte

Benjamin Frankin, uno de los padres fundadores de Estados Unidos, dijo que "en este mundo sólo hay dos cosas seguras: la muerte y los impuestos". La formidable novela Las intermitencias de la muerte, de José Saramago, se plantea qué sucedería si uno de esos dos factores inevitables en la vida, y no son los impuestos, dejara de operar. "Al día siguiente no murió nadie". Con esa frase comienza la obra, una prueba sublime de la capacidad del novelista para reflexionar, fabular y sorprender al lector. ¿Qué pasaría si de repente la gente deja de morir? La muerte, el reverso de la existencia humana, el ineludible punto final a la vida de cada cual, es uno de los temas centrales de la literatura. Porque es el asunto más intemporal y universal que existe. Sea cual sea la procedencia de cada uno, su estatus social o su profesión, lo único cierto es que todos moriremos.... Y pagaremos impuestos. 

Un narrador omnisciente relata en esta exquisita novela cómo se recibe en un país cuyo nombre nunca es mencionado la inesperada desaparición de la muerte. En un primer momento se festeja la noticia. Los ciudadanos de ese país celebran que serán inmortales, que a diferencia de lo que sigue ocurriendo en el resto de lugares del plantea, ellos no morirán nunca. Pero el júbilo torna pronto en preocupación. Qué hay de la sostenibilidad de las pensiones y del sistema de salud. Cómo podrá mantenerse un país en el que la gente no muere y la pirámide de población se ensanchará interminablemente por la parte de arriba. Qué sucede con todas esas personas que estaban al borde del fallecimiento y que, tras la suspensión de la muerte, quedan en ese mismo estado vegetal, inconsciente, en el limbo, muertos en vida... 

Todas las instituciones directamente relacionadas con la muerte, desde las funerarias y las aseguradoras hasta la Iglesia católica, se ven concernidas por esta sorprendente noticia. La gente ya no muere. Para las funerarias es un desastre catastrófico y para las aseguradoras, un reto para no quebrar por los seguros de vida. La Iglesia ocupa un papel central en esta historia. La jerarquía católica del país anónimo se solivianta por la desaparición de la muerte. Se refleja con inteligencia y sagacidad en la novela cómo, en efecto, la esperanza de una vida eterna más allá de la muerte es un pilar esencial para sostener a las religiones. El autoengaño comúnmente compartido entre quienes profesan una religión de pensar que vivirán para siempre es el principal sostén de toda Iglesia. Si la muerte deja de existir, piensan atemorizados los jerarcas eclesiásticos en esta sensacional novela, igual la gente deja de buscar consuelo en la religión. Por eso la Iglesia reacciona organizando rezos para que todo vuelva a la normalidad. Es decir, para que la gente vuelva a morir con normalidad y vuelve a acudir a la Iglesia en busca de esperanzas de una vida eterna. 

El estilo de la obra rompe los esquemas clásicos. No respeta la puntuación convencional en los diálogos, por ejemplo. El comienzo de una frase en un diálogo se marca con mayúsculas a texto corrido y no con guiones o comillas. Tampoco se emplean las mayúsculas para mencionar nombres propios. Pero, más allá de la gramática y la puntuación, asombra y cautiva el estilo irónico que emplea el autor. Con una solemnidad impostada, paródica, relata las tribulaciones que algo en apariencia anhelado por todos, la inmortalidad, provoca en ese país anónimo donde sitúa la historia. 

La novela crece y crece y no deja de sorprender al lector. Es de esas obras en las que parece claro que el autor debió de disfrutar mucho escribiéndola, tanto o más que el lector avanzando en ellas. El planteamiento inicial de la obra es muy sugerente. "Al día siguiente no murió nadie". Pero después se trata de construir una trama, de relatar todo lo que llega tras esa inesperada suspensión de la muerte. Y lo que sucede a esa primera frase es literatura de primer nivel. Fabula Saramago situaciones muy originales. Crece la obra de la mano de la desbordante imaginación de su autor. Cada pasaje es más sorprendente que el anterior. No quiero desvelar detalles concretos de esas historias que se suceden en la obra, porque no es esa la labor de una reseña y haría un flaco favor a quien quiera leer Las intermitencias de la muerte. Sólo diré que cada giro que va dando la obra la introduce en un dilema o en una trama cada vez más apasionante. El final, que naturalmente tampoco desvelaré, es impresionante, sensacional, espléndido. 

Las intermitencias de la muerte es una magistral demostración de la capacidad de la novela para entretener (estamos ante una obra extraordinariamente divertida, sátira por momentos de la sociedad actual) al tiempo que reflexiona y plantea dilemas éticos y filosóficos (como decimos en la novela se incluyen críticas abiertas a instituciones como la Iglesia). La literatura tiene muchas funciones y muchas caras. Una de ellas, una de las más importantes y necesarias, diríamos, es fabular mundos y situaciones sorprendentes, llamativas, que despierten la imaginación del lector y lo asombren. Esta novela provoca sensaciones similares a las del espectador de un espectáculo de magia o a las del niño asombrado con el comic o el libro desplegable de historias con el que comienza a aficionarse a las lecturas, sólo que en versión adulto con un tema, la muerte, tan presente en la vida como a veces relegado a un segundo plano y hasta cierto punto tabú, porque no es del todo agradable recordar que todos tenemos una fecha de caducidad en esta vida. Se disfruta mucho esta inteligente e irónica obra de José Saramago, la primera que leo del Nobel portugués, pero no la última. 

Comentarios