Viaje al pasado o cómo la Justicia europea estigmatiza a los gays


El simple hecho de que varias cuestiones que afectan a los derechos de las personas homosexuales se diluciden estos días en los tribunales es ya suficientemente revelador de lo lejos que estamos de la igualdad real. Mientras en Estados Unidos se debate estos días si se concede a  los ciudadanos el derecho de casarse con alguien de su mismo sexo y si se llama a esa unión matrimonio (cuánta homofobia escondida en pretendido celo lingüístico se tuvo que soportar en España hace unos diez años cuando se debatía la aprobación del matrimonio gay), en Europa el Tribunal de Justicia de la UE avalaba ayer con una sentencia bochornosa que a los homosexuales se les prohíba donar sangre siempre y cuando las estadísticas demuestren que esa medida es justificable para proteger a los receptores de esas donaciones. Con las estadísticas se han cometido multitud de aberraciones, diríamos que se hace a diario, pero esto de restringir derechos y estigmatizar a personas por su condición sexual en base a datos es toda una novedad que aporta el tribunal europeo. Una nueva dimensión. 

A veces la actualidad parece un viaje al pasado, un poco al modo de El Ministerio del tiempo, sólo que en una versión triste y desoladora. No parecen corresponderse con el siglo XXI, por ejemplo, sentencias como esta que considera posible impedir a los gays donar sangre. El origen de este litigio es una ley francesa que prohíbe directamente la donación de sangre a los hombres que tengan relaciones sexuales con hombres (¿esto cómo lo harán? ¿Preguntará  o se pedirá ir etiquetados en función de la orientación sexual de cada cual a donar sangre para así facilitar el trabajo?), por la mayor presencia del sida, dicen, en este sector de la población. Fue en 2009 un hombre francés homosexual quien emprendió esta batalla legal al ser rechazado para donar sangre. Hay en el mundo otras decenas de países con esta prohibición, por cierto. No hay nada como conocer una ley medieval para comprobar anonadado que se aplica alguna parecida en otras partes del mundo. Hace unos meses, nos sorprendió la noticia de que Estados Unidos la anulaba. No nos sorprendió por el hecho de eliminar este vestigio rancio del pasado, claro, sino porque existiera una norma así.

Lo que sugiere el sentido común es que el estado de salud del donante de sangre y no su orientación sexual es lo que le hará apto o no para intentar dar vida y ayudar a los demás con la generosa y necesaria acción de donar sangre de forma solidaria para quien la necesite. Desconozco el porcentaje exacto de enfermos de sida gays y heterosexuales, pero es evidente que también hay de los segundos. Actualmente, como es obvio, antes de donar sangre se hace un análisis al donante para comprobar que está en condiciones adecuadas para ello. Se trata de ver si se tiene alguna enfermedad contagiosa y eso, parece tan de cajón que resulta increíble que en un tribunal de justicia no se haya visto de igual forma, no depende de que esa persona sea homosexual o no. Es perverso el argumento empleado por el fallo (qué acertado es a veces este término para definir decisiones judiciales), ya que por un lado se reconoce que, hombre, esto de prohibir a los gays donar sangre igual es un pelín discriminatorio, pero que será una discriminación bienvenida si científicamente se demuestra adecuada. Es decir, suponemos, si hay un porcentaje elevado de personas gays con sida, es legítimo que todos los gays se vean impedidos a donar sangre. Para qué andarse con rodeos. Le damos carta blanca a una discriminación si las autoridades competentes lo estiman oportuno en base a estadísticas. 

Según los últimos datos conocidos, en España en torno a un 55% de los contagios de sida en el último año fueron de personas homosexuales. Un dato preocupante, sin duda, que obliga a extremar la concienciación sobre las prácticas sexuales sin protección en este grupo de población y que alerta de cómo se le ha perdido el miedo al sida y se corren riesgos que luego se pagan muy caros. Pero esta cifra indica también que el 45% restante de los nuevos enfermos de sida es de personas heterosexuales, de esa a la que no se prohibirá donar sangre. Esta sentencia es alarmante porque estigmatiza a los homosexuales y, además, porque llega a sugerir que tal vez la única forma de evitar contagios de sida a través de la donación de sangre es evitar que los gays lo hagan. Esto es tanto como decir que los sistemas actuales de control no sirven para nada. En España cuando vas a donar sangre lo primero que te preguntan, inmediatamente antes de hacer un análisis riguroso a tu sangre naturalmente, para comprobar si estás sano, es si has mantenido prácticas sexuales de riesgo. Y aquí sorprende de nuevo tener que emplear un argumento tan obvio: ni todos los gays mantienen relaciones sexuales de riesgo ni estas son exclusivas de las personas homosexuales. Son esas prácticas las que se deben evitar, no un grupo entero de personas generalizando de un modo tan obsceno. 

Este viaje al medievo que representa la sentencia del tribunal europeo, tan dañina en la necesaria lucha por la igualdad y el respeto a las personas independientemente de cuál sea su orientación sexual en una Europa que no anda estos días sobrada de respeto a derechos de minorías (he ahí la indiferencia con la que se trata a las personas inmigrantes) viene acompañado de otras informaciones igualmente propias de otra época. Por ejemplo, la agresión a cuatro chicos gays en Madrid este fin de semana. Fueron agredidos e insultados por un grupo de jóvenes hasta en cuatro ocasiones durante la noche. Los presuntos agresores fueron identificados por la policía. Es Madrid y es el siglo XXI, pero no parece ni esta ciudad abierta y tolerante ni este tiempo. Las asociaciones que velan por los derechos de la comunidad LGTB lleva tiempo denunciando un aumento de las agresiones a homosexuales en la capital, sobe todo en la zona de Chueca. Querríamos que, a estas alturas, no fuera necesario denunciar este tipo de actos, porque fueran inconcebibles y recibieran el total rechazo social, pero lo cierto es que siguen ocurriendo y es digna de elogio la imprescindible labor que hacen asociaciones como Arcópoli.

Queda mucho por hacer, sí, en la batalla por los derechos de los gays, que es tanto como decir en la batalla por los Derechos Humanos. De vuelta a los tribunales, el Supremo de Estados Unidos debate estos días si permite a nivel federal el derecho de parejas del mismo sexo a casarse. El caso es muy trascendente, porque en caso de que el tribunal apruebe estas uniones, la sentencia sería aplicable en todos los Estados. Sería un paso de gigante en ese lento avance de los derechos de los gays en Estados Unidos, país que aún sangra, como vemos estos días, por otras heridas de discriminaciones y odios como el racismo. Según leemos en prensa, la opinión de los miembros del tribunal está muy dividida entre quienes son partidarios de extender el derecho del matrimonio a todas las personas y los que hablan del error de pervertir una institución milenaria como el matrimonio, que lleva desde el comienzo de los tiempos definiendo la unión entre un hombre y una mujer, con fines procreadores, preferiblemente. La sociedad estadounidense, dicen las encuestas, ha avanzado mucho en muy poco tiempo en concienciación respecto a los derechos de los gays. Veremos si el tribunal sigue el curso de los tiempos o prefiere prolongar la anomalía de que hasta distintos derechos en función de la orientación sexual de cada uno. 

Es revelador de lo mucho que queda por hacer el hecho de que aún sean minoría los país es que permiten a los gays casarse. Sería un impulso muy trascendente a los derechos de los homosexuales, algo que concierne a gays y heterosexuales, porque hablamos de derechos de las personas por el mero hecho de serlo al margen de creencias, sexo u otras tendencias u orientaciones personales, que Estados Unidos avanzará hacia la igualdad. Justo estos días se ha celebrado el décimo aniversario de la aprobación del matrimonio igualitario en España. Una de las escasas ocasiones en las que nuestro país fue abanderado de algo (positivo). Entonces eran pocos, muy pocos,  los países que en todo el mundos permitían a los homosexuales casarse. España abrió una senda que después han recorrido muchos Estados, no suficientes, tristemente. No es mal momento, ahora que vemos esperpento as sentencias judiciales y alarmantes agresiones a jóvenes por ser gays, que España, su gobierno de entonces y la sociedad española en su conjunto, dio un ejemplo hace diez años en materia de igualdad. Este elogio está muy lejos de ser una reinvitación del PSOE o un apoyo partidista, pero de justicia es reconocerlo. 

Entre otras razones, sirve para recordar que sí hemos avanzado. Haber recorrido parte del camino ayuda a afrontar con otro ánimo lo que resta hasta el final, que es un trecho larguísimo. Sobre todo cuando las noticias alrededor son tan poco estimulantes. Jueces que estigmatizan a todos los gays, homófonos que agreden a personas en la calle de una gran capital, obispos que abominan de las endiabladas prácticas homosexuales... Como la indignación por sí sola no conduce a nada, como cabrearse es lógico en estos casos pero ese enfado debe canalizarse en algo positivo, es importante, creo, reaccionar ante todos estos retrocesos en materia de igualdad ejerciendo de alertas, dejando claro que son pasos atrás in concibes que una sociedad moderna no se puede permitir. Callarse y resignarse es lo mismo que contribuir a que se perpetúe la homofobia. Que el enfado sirva para concienciarnos de que hay mucho trabajo por delante para conseguir la igualdad real

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