Atrocidad en Kenia

Por supuesto siempre hay honrosas excepciones y lo último que pretendo es convertirme aquí en un censor de medios de comunicación, ya tenemos bastante cada cual con lo nuestro. Pero llama la atención la escasa cobertura mediática del atroz atentado terrorista que ayer acabó con la vida de, al menos, 147 personas en la Universidad de Garissa, al este de Kenia. Garissa no es París, pero el ataque terrorista vuelve a recordarnos que en este mundo nuestro hay unos bárbaros que luchan contra la civilización con la voluntad de imponer su fanática forma de entender la religión islámica y que actúan con una crueldad extrema. 

Un grupo de hombres armados irrumpió a disparos en el recinto universitario. Por la mañana la cifra de fallecidos fue mucho menos, pero se hablada de una gran cantidad de personas desaparecidas. Lamentablemente, por la tarde se cumplieron los peores augurios. A eso de las ocho de la tarde, las autoridades keniatas informaron de la muerte de 147 personas en el ataque. La milicia islamista de Somalia  Al Shabab ha reivindicado el atentado, un asalto con tácticas de guerrilla urbana. Los hombres armados tomaron muchos rehenes en las residencias de estudiantes anexas a la universidad y el ejército de Kenia asaltó el edificio. 

Esta milicia radical somalí, que en su traducción al español significa "los jóvenes", ha cometido ya otros atentados en Kenia, pero este es el más grave de cuantos se recuerdan. Es una realidad compleja y un país lejano, sí, pero no podemos dejar de incomodarnos por el muy escaso seguimiento al mismo en los medios de comunicación. En Kenia no hay corresponsales de los grandes medios. No es tan sencillo desplazar a enviados especiales. Pero, insisto, estamos hablando de un atentado terrorista en el que han muerto 147 personas. Un brutal asalto a una universidad. Por cierto, lo dice todo que estos bárbaros hayan atacado a un centro que simboliza el conocimiento, la educación, la tolerancia. Es justo todo lo contrario que representa esta chusma. Gente que ataca universidades, medios de comunicación, escuelas... Demuestran con sus actos lo que les repugna: la civilización. Lisa y llanamente.

Siempre se dice que un accidente con cuatro heridos en su barrio preocupa más a un espectador televisivo o a un lector de periódico más que uno con decenas de muertos en la India. La proximidad geográfica, nos decían en la universidad, es siempre uno los factores más decisivos en la información. La gente necesita sentirla cercana, sentir que le afecta de verdad aquello que ve en la televisión, escucha en la radio o sigue por Internet. Si no es así, no le interesa. Quizá por eso un atentado en Kenia con 147 muertos tiene una cobertura insignificante, sobre todo si se compara con el reciente ataque contra Charlie Hebdo en el que murieron 12. 

Sucede que este atentado no es una cuestión remota. Es una cara más de la gran amenaza a la que se enfrenta nuestra sociedad. El surgimiento de grupos fanáticos dispuestos a asesinar a sangre fría y sin el menor remordimiento a civiles inocentes. Porque están en guerra contra la civilización. Porque quieren imponer sus normas, que pasan por una lectura ciega del Islam. Atacan a cristianos o personas de distintas religiones. Atacan a quienes censuran las atrocidades que se cometen en nombre de cualquier dios. Atacan a quien defiende el derecho a la educación de las niñas. Atacan a quienes se juegan la vida en defensa de los Derechos Humanos. 

Por supuesto, cada grupo terrorista cuenta con particularidades y la realidad en cada país es distinta. Pero lo que hoy representa con su atroz atentado la milicia somalí Al Shabad, próxima a Al Qaeda, es exactamente lo mismo que representa el autodenominado Estado Islámico con sus ejecuciones de periodistas o voluntarios occidentales en Siria. O lo mismo que representan los llamados lobos solitarios, fanáticos criados y nacidos en Occidente que atentan contra personas inocentes porque han sido cegados por la ideología del odio y por esa concepción falsa y pervertida de la religión. Son los nuevos bárbaros y cada una de sus acciones debe preocuparnos por igual porque todas, sean en París o en Kenia, sean de un grupo u otro, nos recuerdan la seria amenaza a la que nos enfrentamos. 

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