Selma

Tan necesaria como brillante. Tan ilustrativa de un fascinante y aterrador momento de la historia como impecable y pulcra. Selma, la película que toma su nombre de la pequeña localidad de Alabama (Estados Unidos) donde la comunidad negra protagonizó una ejemplar marcha pacífica en defensa de su derecho al voto encabezada por Martin Luther King, reúne todas esas virtudes. En ocasiones cuesta, o confieso que a mí me cuesta, analizar una película basada en una historia real, sobre todo si es la historia de una causa tan noble y justa personificada en alguien tan admirado. Porque no es sencillo separar la película en sí de aquellos hechos en los que está basado. Pero, la historia del cine así lo ha demostrado, hay películas mediocres sobre personajes fascinantes. Que se aborden historias reales admiradas no implica, como es natural, que la cinta esté a la altura de lo narrado. Afortunadamente, en el caso de Selma puede afirmarse que la película sí acompaña con si calidad y buen hacer la grandeza de los personajes y la trama retratados.

Es una película clásica, impecable, perfecta en su planteamiento. De esas cintas históricas, pienso en las recientes Lincoln o The imitation game, que nacen con vocación de clásicos y que, quieran o no, sirven de acercamiento a un periodo o un personaje histórico. Se acompasa la película con la labor didáctica de los sucesos narrados. A estas cintas, por cierto, en ocasiones la única gran pega que se les puede poner es que no arriesgan y son presas de ese clasicismo en el desarrollo de la trama, en la construcción de los personajes y hasta en el modo en que están rodadas. En Selma se ve algo de eso, pero es una pega menor, minúscula si se pone en la balanza con sus aciertos. No es en ningún caso una película fría o impersonal. Ya que estamos con sus pequeños errores, creo que a veces cae en el sentimentalismo de brocha gorda (sobre todo en dos escenas), que busca (y en mi caso, desde luego, encuentra) la lágrima del espectador. En todo caso, refuerza el tono de la cinta y la muy dura historia que hay detrás. 

La película comienza con Martin Luther King ensayando el discurso que dará al recibir el Premio Nobel de la Paz en Oslo y vistiéndose. Le parece excesivamente elegante, ostentosa, la ropa que se pone. En ese primer gesto se encierra ya uno de los grandes aciertos del filme, que no sólo muestra al Martin Luther King líder de los movimientos por los derechos de los negros, al admirable personaje público, sino también al ser humano. A la persona que vivió amenazada. A quien tuvo que hacer renuncias en su familia para liderar una causa justa. Eso se refleja a la perfección en la relación de Luther King (sensacional en su papel David Oleyokowo) con su esposa (interpretada por Carmen Ejogo). En un momento de la película ella le dice a su marido que se ha acostumbrado a esas renuncias, a no darle a sus hijos todo lo que podrían tener para vivir una vida ejemplar como líderes del movimiento por los derechos civiles, pero que jamás lograría acostumbrarse a la cercanía constante de la muerte, a esa espesa y gris niebla que les rodea. 

Esa niebla de la que habla la esposa de Martin Luther King, de quien en Selma no sólo vemos al reverendo y al activista, sino también al hombre, recorre toda la película. Asombra la espantosa arbitrariedad con la que la policía o militantes blancos de movimientos violentos racistas acababan con total impunidad con la vida de personas por su color de piel. Hay escenas terroríficas. En el tiempo en el que sitúa esta cinta, 1965, ya se había aprobado en Estados Unidos la ley de los derechos civiles y los negros ya tenían derecho al voto, pero sólo un 2% de ellos había podido inscribirse en el censo. En una escena se presencian los obstáculos que los funcionarios del registro ponían a los negros que osaban acudir a inscribirse en el censo para cumplir sus derechos. 

Vemos al Martin Luther King persona, hombre, pero también al líder, activista, estratega. En las últimas décadas han existido pocos movimientos tan apasionantes como el de los derechos civiles en los años 60 en Estados Unidos y se muestra la fuerza de todas las personas anónimas comprometidas con aquella causa. Esos jóvenes y mayores, hombres y mujeres, que siguen al reverendo y que marchan con él de Selma a Montgomery (Alabama) para presionar al presidente estadounidense, Lyndon B. Johnson (Tom Wilkinson), sensible a sus reclamaciones, pero reticente a la hora de aprobar una ley que termine por hacer cumplir el fundamental derecho al voto de los negros. 

Por lo que he leído, ha habido alguna crítica a esta película por la postura del presidente Johnson, que según algunos historiadores no fue en absoluto tan calculadora, y por momentos insensible, como se muestra en la película. Sin embargo, los responsables del filme afirman que está documentada esta actitud. En cualquier caso, es evidente que la policía del estado de Alabama reprimió brutalmente el primer intento de la marcha hacia Montgomery, suceso atroz del que estos días se cumplen 50 años y que conmemoró, recordando que aún no se ha cruzado del todo aquel puente que simboliza la libertad y la justicia, el presidente actual, Barack Obama, el primer afroamericano en llegar a la Casa Blanca. Con sus manifestaciones pacíficas, Martin Luther King y todo el movimiento por los derechos de los negros, compuesto también por buena gente blanca que compartían con el reverendo la obligación moral de actuar para frenar ese atropello constante a los derechos de las personas afroamericanas, presionaron al presidente Johnson. Eso es evidente. En una escena del filme, el presidente le dice al racista gobernador del estado de Alabama que él no quiere que la Historia le meta en el mismo saco que a personas como él. Acto seguido, presenciamos la escena del presidente de Estados Unidos presentando ante el Congreso una ley que al fin haga cumplir el derecho al voto de los negros. 

En la parte final de la película se observan imágenes reales de la histórica marcha entre Selma y Montgomery. Es otro de los aciertos del filme, capítulo en el que también debemos incluir las formidables interpretaciones de su reparto y su fotografía. Hay planos de extraordinaria belleza y de enorme potencia visual como esas marchas pacíficas de ciudadanos negros que son observador como extraterrestres por blancos. Esos discursos en los que Martin Luther King logra verbalizar los sentimientos de toda una comunidad, agitar conciencias y animar a su audiencia a seguir luchando en su causa justa. Una lástima, por cierto, que en Selma no se hayan podido emplear los discursos verdaderos del Nobel de la Paz porque Steven Spielberg tiene sus derechos. 

Poco sentido tiene, ya lo he comentado aquí otras veces, hacer competir a películas y juzgar cuál es mejor que otra. Porque la cultura no se puede regir por parámetros objetivos que permitan poner en disputa a unas creaciones con otras. Pero, de vuelta a los Oscar, hubo cierta polémica en Estados Unidos por el desprecio manifiesto a Selma en las nominaciones. Tan sólo se incluyó en la categoría de mejor película (donde hay ocho nominadas) y en la de mejor canción, que ganó. Nada de las grandes interpretaciones, la dirección o el guión. Directamente se habló de racismo. Se recordó la composición de los miembros de la Academia, mayoritariamente blancos y de avanzada edad. Desconozco si se puede hablar o no de eso. Lo que sí pienso es que, vistas casi todas las películas que estuvieron nominadas, ninguna (salvo Boyhood) me parece mejor que Selma

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