Cuatro años de guerra en Siria

Cuatro años, 220.000 muertos y cerca de 4 millones de desplazados después, Siria continúa desangrándose en una atroz guerra civil. Estos días se cumplen cuatro años de lo que comenzó siendo una revuela popular contra un execrable dictador y terminó convirtiéndose, ante la insultante pasividad de la comunidad internacional, en un conflicto sectario con extensiones regionales, una guerra civil que ha destruido el futuro de millones de personas inocentes en aquel país. Ayer, el secretario de Estado de Estados Unidos, John Kerry, se mostró por primera vez dispuesto a que el tirano sirio, Bashar Al Assad, negocie el futuro de Siria. Lo que va de la cerrazón de Estados Unidos a dialogar con el conocido como "el carnicero de Damasco", y su disposición a hablar con él es un conflicto de cuatro años que ha sido el caldo de cultivo perfecto para que los fanáticos del Estado Islámico ganaran terreno en Siria.

En un comienzo, las revueltas populares en Siria se enmarcaron dentro de lo que se llamó, visto desde la distancia con enorme inocencia y candidez, la primavera árabe. Aquel movimiento dejó el derrocamiento de gobernantes autoritarios en Egipto, Libia y Túnez, aunque el escenario abierto después en esos países es ciertamente mejorable. Los ciudadanos sirios alzaron la voz contra una dictadura en la que una familia lleva décadas imponiéndoselo todo. Se levantaron pacíficamente contra el dictador y Al Assad respondió acallando y reprimiendo a sangre y fuego con inmensa crueldad la revuelta. Está bien recordarlo, porque han pasado cuatro años y hoy la situación es mucho más terrible que entonces, básicamente, por la tibieza y los errores de la comunidad internacional, que o bien miró para otro lado o bien se dejó engañar en reiteradas ocasiones por el vil dictador que optó desde el minuto uno por exterminar a su pueblo antes que dejar el poder. 

Entonces, como digo, la revolución siria era pacífica. Algunos soldados del ejército del tirano decidieron no disparar contra su gente y formaron el Ejército Libre Sirio. Ese grupo de desertores y opositores de Al Assad tomaron las armas. Pero el conflicto siguió pudriéndose y se dejó pudrir. Primero, por el veto de China y Rusia a las sanciones del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas a la dictadura siria, con la que comparten negocios. Ellos decidieron anteponer, como por otra parte ya hacen dentro de sus respectivos países, los intereses económicos y geoestratégicos a los Derechos Humanos. Ellos son corresponsables de la sangrienta guerra civil en Siria. 

El empleo de armas químicas el año pasado por parte de Al Assad, la única línea roja que Estados Unidos puso para intentar intervenir y frenar la sangría en Siria, podría haber dado un vuelco a la guerra en aquel país. Barack Obama se había comprometido a intervenir en caso de que el dictador empleara este tipo de armamento contra su pueblo. Pero no lo hizo. Pactó con Siria, a través de Rusia, la entrega de las armas. Y se quito de encima el problema. Todo lo más que ha hecho Estados Unidos, al igual que otros países occidentales, es enviar material no letal a los rebeldes sirios.

Y mientras se daba la espalda a la oposición pacífica en Siria, grupos fanáticos vieron su oportunidad de expandir su poder por el país. Sacando partido del caos que reina en Siria, el Estado Islámico se hizo con el control de partes del país, enfrentándose para ello tanto a Al Assad como a la oposición pacífica al tirano, que no combaten una dictadura para caer en otra que pretender conducirlos atrás en el tiempo, hacia el Medievo, para ser más exactos, bajo la ley islámica. Como es natural, los bárbaros del siglo XXI, el autodenominado Estado Islámico, preocupan en Occidente y su surgimiento llevó a varios países, encabezados por Estados Unidos, a combatirlos. Lo que sucede es que, paradójicamente, en Siria compartían enemigo: Al Assad. Así que, en este endiablado escenario donde se trata de elegir entre lo malo y lo peor, Estados Unidos decidió atacar al Estado Islámico, sabiendo que así debilitaba a un rival del tirano sirio en la contienda. 

Las palabras de Kerry ayer, matizadas luego por la Casa Blanca para aclarar que Al Assad puede sentarse a negociar, pero que no puede ejercer ningún papel en el futuro de Siria, son el siguiente paso natural en ese vuelco dramático de la guerra en Siria, insisto, explicado fundamentalmente por la inacción de la comunidad internacional. El enemigo número uno de la civilización es el Estado Islámico, que en Siria combate contra Al Assad, así que en esta odiosa disyuntiva, Estados Unidos parece optar por dar oxígeno al tirano para estrangular a los fanáticos medievales. Lo dicho. Elegir entre lo malo y lo peor. ¿Qué sería lo deseable? Que el tirano sirio respondiera de sus actos ante un tribunal de Justicia. Eso no ocurrirá. Lamentablemente así parece. La tesis más extendida entre las cancillerías mundiales es que no existe una solución militar al conflicto en Siria, por lo que se debe alcanzar un pacto que, irremediablemente, pasaría por conceder alguna clase de amnistía a Al Assad y sus secuaces. 

Mientras, el escenario se complica por momentos. Porque la oposición no es una, sino muchas. Y en varias zonas del país han tomado el control los terroristas del Estado Islámico, que no quieren tanto derrocar a Al Assad sino imponer su califato. Han usurpado la revolución siria, la de los ciudadanos hartos de soportar una dictadura, para avanzar en sus intereses. Si a esto se suma la participación evidente en el conflicto de distintas fuerzas regionales como la milicia chíi de Hezbola en favor del tirano o el componente sectario (la eterna confrontación en el mundo islámico entre chíies y suníes), el escenario es explosivo. Lo más importante es que la guerra ha dejado ya más de 220.000 muertos y que, cuatro años después, no hay visos de un final a esta pesadilla. 

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