Tiempo de Syriza

Alexis Tispras juró ayer como primer ministro griego después de que su partido, la llamada Coalición Radical de Izquierdas (Syriza) ganara holgadamente las elecciones parlamentarias del domingo. Syriza no perdió el tiempo que le daba la ley para formar gobierno, tres días, y alcanzó un acuerdo con Griegos Independientes, una formación de la derecha naconalista helena que sólo comparte con el partido de Tsipras su firme oposición a las políticas de austeridad y recortes impuestas por la troika de acreedores del país. El juramento de Tsipras fue en un acto civil por primera vez en la historia del país. Un primer gesto de cambio de un líder joven del que se esperan muchas novedades y en el que una amplia mayoría de ciudadanos griegos ha depositado su confianza. 

Por lo pronto, la llegada al poder de Syriza deja un acuerdo desconcertante con un partido de derechas, muy de derechas. En la noche del domingo, cuando Tsipras salió al balcón de la sede de su partido a festejar el triunfo electoral y a proclamar el final de la era de la austeridad en su país, había muchos ciudadanos con diferentes banderas. Entre ellas, la bandera arcoiris que simboliza el movimiento por los derechos del movimiento LGTB (Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales). Parece evidente que estas personas les habrá disgustado el acuerdo de Syriza con Griegos Independientes, formación de derechas que se opone al matrimonio homosexual. Tampoco tienen puntos en común ambas formaciones en lo relativo a los derechos de las personas inmigrantes. Mientras que Syriza ha sido muy crítico con los centros de internamiento de los inmigrantes y sus condiciones, Griegos Independientes ha mantenido un discurso próximo al racismo. En cuestiones sociales, por tanto, en nada coinciden las dos formaciones, pero ha sido su visión crítica sobre el sistema tradicional de partidos en Grecia y su oposición a los rescates lo que les ha unido. Es la primera cesión de Syriza en su llegada al poder. ¿Será la última? 

El triunfo de Syriza ha sido seguido de cerca en toda Europa con gran expectación. Jamás pensaríamos que fuéramos a mostrar tanto interés por unas elecciones en Grecia. Y es lógico que así sea, porque Syriza supone la primera llegada al poder en un país de un partido no convencional que mantiene un discurso crítico con las recetas aplicadas de forma unánime en toda Europa durante la crisis. Disfrazada de ciencia económica, estos años se ha impuesto una determinada ideología, una concreta visión de las finanzas públicas. Nadie ha osado combatirla, nadie ha llevado a la práctica una alternativa. Esa ha sido la gran derrota de la socialdemocracia en Europa, cuya símbolo más evidente de descomposición es el Pasok griego, formación que tradicionalmente se ha alternado en el gobierno con Nueva Democracia y que ahora es la séptima fuerza política griega, una formación irrelevante. 

Nadie ha planteado una tesis alternativa a la de los recortes, la austeridad y la asfixia a las finanzas de los países que ya estaban en una situación muy complicada. Recuerden a Hollande, por ejemplo, que parecía la gran esperanza blanca de la izquierda, que se presentó como alternativa a Merkel y esa tesis de recortes y rigor fiscal sin condiciones, sin piedad, sin acordar objetivos de cumplimiento de déficit que dieran aire a las economías europeas. Ahora preside el gobierno francés Manuel Valls, un político socialista que gusta a la derecha porque ha abrazado con efusividad todas sus recetas. Miren a Renzi en Italia, también comulgando con los planteamiento generalizados de recortas derechos de los trabajadores. En Europa todos estos años ha habido un dogma de fe, una verdad absoluta, unas recetas únicas para salir de la crisis. Es ilusionante, por supuesto, que al fin gane las elecciones un partido que parece en disposición de plantear algo diferente, que no se resigna a comulgar con esta tesis unánime, contra la que nadie podía rebatir. Son peligrosas las unanimidades absolutas que carecen de discrepancias. Es una falacia defender que la única forma de afrontar una crisis es la que se ha impuesto a todos los gobiernos en Europa. 

Además, el triunfo de Syriza es razonable ante el sufrimiento de los ciudadanos helenos. Cuando se gobierna de espaldas a la gente, o al menos sólo mirando a las cifras macroeconómicas y a los objetivos de déficit en lugar de a lo que están pasando los ciudadanos, lo lógico es que la gente castigue con su voto a los que se olvidan de ellos. Y es justo lo que ha ocurrido en Grecia. Cómo no va a cuajar un discurso rompedor como el de Syriza en Grecia o el de Podemos en España. A los ciudadanos que han perdido las prestaciones sociales en el país heleno, a los que se han quedado sin casa y sin trabajo, a los que se encuentran viviendo en la calle, a los que sólo pueden comer gracias a la solidaridad de otros (no del Estado)... A todas esas personas nadie les puede venir con el cuento del rigor presupuestario, del cumplimiento de los objetivos del déficit, de la credibilidad del país en los mercados, de la prima de riesgo... Es gente que pasa hambre, que está sufriendo, que observa cómo eso que llaman rescate les ha hundido todavía más, que no aprecia por ningún lado esos primeros síntomas de crecimiento que los antiguos gobernantes helenos decían ver. 

Ahora llega lo más difícil. Syriza plantea una reestructuración de la deuda helena que deberá negociar con la troika (Comisión Europea, BCE y FMI). De momento, Bruselas ha dicho que está dispuesta a negociar una nueva reestructuración de la deuda griega (sería la tercera desde 2010), pero que no aceptará una quita. Se habla de rebajar los intereses a pagar o de alargar los plazos de vencimiento. Parece evidente que, en contra del discurso apocalíptico que recorría Europa y los mercados sobre todo cuando se convocaron las elecciones en Grecia, el triunfo electoral de Syriza no va a ser el fin del mundo. El gobierno heleno negociará con Eruropa, habrá sus más y sus menos y, puesto que a ninguno de los dos les interesa fracasar en estas negociaciones, llegarán a un acuerdo. No será el fin del mundo, pero está por ver si es porque Bruselas cede a as exigencias de Syriza o porque este partido modera mucho las propuestas de su programa electoral, con el riesgo que conllevaría decepcionar a los suyos. Está por por ver también el margen real del gobierno griego para implantar su programa de rescate ciudadano, más gasto público, o si avanza en su disparatada reclamación a Alemania de un dinero que el país prestó a los nazis. Veremos si Syriza supone de verdad un cambio o si viaja al centro y modera sus posiciones. 

Un aspecto relevante de estas elecciones es el paralelismo que se establece con España. Grecia no es España y la situación económica de ambos países no es la misma. Pero, indudablemente, es lógico que se hagan comparaciones. En ambos casos hay un hartazgo en la ciudadanía con los partidos tradicionales, en los dos hay muchos casos de corrupción, en distinto grado los ciudadanos han sufrido serios recortes sociales, en ambos países hay un partido que propone dar un giro de 180 grados. Ha resultado enternecedor ver a Pedro Sánchez, líder del PSOE, decir que nada tiene que ver Grecia con España. Por la cuenta que le trae, claro, pues su partido hermano en Grecia, el Pasok, ha caído en la irrelevancia más absoluta. Pocos dudan, en todo caso, de que un éxito en las políticas de Syriza y en sus negociaciaciones con Bruselas sería positivo para Podemos, pues reflejaría que de repente aquello que era un pecado, algo espantoso, terrorífico, se puede conllevar con normalidad y que el mundo no se acabó en Grecia pese al triunfo de un partido autodenominado radical (aunque allí las conntaciones de este término son distintas a las de España). El tiempo dará y quitará razones.

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