10.000 kilómetros

Las nuevas tecnologías han irrumpido con tal intensidad en nuestras vidas, de forma tan absoluta nos hemos entregado a ellas, que ya casi no recordamos cómo era nuestra vida sin el ordenador o sin Internet. En paralelo a esa invasión silenciosa de la tecnología, vivimos una crisis devastadora que ha empujado a muchos españoles a salir al extranjero a buscar las oportunidades laborales que su país les niega. Todo ello, con algo que no cambia, el amor como motor de tantas vidas, como aliciente que da sentido a este invento, como apoyo ante los malos momentos. De estas tres cuestiones, la integración de las nuevas tecnologías en nuestra vida cotidiana, el exilio laboral y las relaciones de pareja habla con precisión de cirujano, con una honestidad y un realismo que asombra, la cinta 10.000 kilómetros, ópera prima de Carlos Marqués-Marcet. 

La película, que cuenta con tres nominaciones a los Premios Goya, es un reflejo preciso de una relación de pareja en una situación en la que, por las circunstancias actuales de nuestro país, muchas personas se verán reflejadas. Alex y Sergi son una pareja que piensa en tener un hijo. Viven en Barcelona. Él prepara unas oposiciones y ella, fotógrafa, sobrevive dando clases de inglés pero no encuentra una oportunidad para desarrollar su profesión, lo que realmente ama. Pero todo cambia cuando recibe un correo electrónico. Otra vez, el poder de las nuevas tecnologías, su presencia imperceptible pero constante en nuestras vidas. En ese mail le explican que le ha concedido una beca. Al fin podrá trabajar como fotógrafa y desarrollar su arte. Pero habrá de hacerlo en Los Ángeles, Estados Unidos. 

El comienzo de la historia es espectacular. Un plano secuencia de 24 minutos que parte con Alex y Sergi, únicos personajes que aparecen en pantalla durante toda la película, en la cama, puestos a la tarea de engendrar al hijo que buscan. No es gratuita esta escena de sexo, pues si la cinta va a abordar la distancia entre los dos, el obstáculo inmenso para su relación que supone poner entre ambos un océano, comenzar con sus pieles pegadas, con ambos compartiendo lo más íntimo, eso que no podrán hacer durante el año que durará la beca, es una forma de remarcar el reto que se plantearán los protagonistas, la distancia física que les impondrá la búsqueda de la joven por hallar su camino laboral en Estados Unidos. En ese plano secuencia vemos la intimidad de la pareja, el momento en el que la joven conoce que le han concedido la beca y cómo reacciona Sergi a la noticia. Ese arranque es, como toda la película, pura verdad. Transpira verosimilitud de inicio a fin y en ello mucho tienen que ver las soberbias interpretaciones de Natalia Tena y David Verdaguer. 

Skype, esa maravillosa herramienta que permite a tantas personas exiliadas por razones laborales (eso que la ministra de Trabajo llamó en su día "movilidad laboral"), pasa a ser desde entonces el único vínculo de unión entre los dos miembros de la pareja. Vemos en la pantalla esas conversaciones a través del ordenador. Integra el director las nuevas tecnologías en la historia (magistral una escena en la que Sergi escribe y reescribe un correo electrónico dirigido a su novia). Al comienzo, la ilusión por esas citas, la determinación de ambos de mantener el contacto, de hablarse cada día, de contarse cómo les ha ido la jornada. Bailar, reír, brindar, compartir una comida, hasta hacer el amor... Todo parece posible al comienzo a través de la pantalla. Mantener, en definitiva, esa relación a pesar de la distancia, esa que, dicen, es el olvido. 

Unas letras blancas sobre fondo negro van relatando el paso de los días. En qué punto de esa separación forzada se encuentra la pareja. Los primeros días, como digo, la ilusión, el autoengaño de que todo podrá seguir como hasta entonces, el rechazo de ambos de planes festivos fuera de casa para mantenerse fieles a la cita con su pareja al otro lado de la pantalla. Después, también emanando verdad, los obstáculos insalvables de la distancia, los recelos, la separación progresiva entre ambos, que comienza siendo física e ineludiblemente se torna en emocional. Ambos ya no comparten lo que mismo que antaño, si acaso hacen como que lo comparten. De nuevo, de forma sobria, precisa, verosímil, soberbia, se nos muestra la radiografía de esta pareja, que puede ser la de tantas parejas. Una historia de amor en la distancia en el siglo XXI. Una película sensacional. 

Aunque es muy diferente a ella, 10.000 kilómetros me ha recordado a Stockholm. Hay parecidos entre ambas pese a que, como digo, son distintas. El principal, que son dos muy buenas películas. Ambas suplen con solvencia la ausencia de medios técnicos con su talento. Ambas presentan sólo a dos personajes en pantalla, en ambas un chico y una chica. En las dos se cuenta una historia creíble, honesta, reconocible. En ambos casos se hace con sobriedad, pero rodadas de forma muy creativa y original. 10.000 kilómetros es la primera cinta de su director; Stockholm, la segunda. En ambas el duelo interpretativo del actor y la actriz protagonista (aunque en aquella es sobre todo en la distancia) es formidable y los cuatro se lucen en sus papeles. Y en los dos casos el final golpea fuerte al espectador por su crudeza, por todo lo que transmite sin necesidad de palabras. Ambas hablan de asuntos maduros, tratan al espectador como alguien inteligencia, reina a veces el silencio, ese que vale tanto como mil palabras en ocasiones. Ambas, en fin, son dos películas (españolas) altamente recomendables. 

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