Varapalo electoral a Obama

El sistema electoral en Estados Unidos es muy curioso. Al menos visto desde Europa, por las muchas diferencias que presenta con el sistema al que estamos acostumbrados, siempre sus primarias, elecciones de mitad de mandato o la celebración de los comicios el primer martes después del primer lunes de cada mes despierta nuestra atención. Eso y que estamos hablando de la primera economía del mundo, de la todavía primera potencia mundial. Ayer se celebraron las elecciones legislativas o de mitad de mandato, llamadas así porque se celebran en el ecuador de la presidencia. En estos comicios se renueva toda la Cámara de Representantes y un tercio del Senado, cámara esta que se renueva completamente cada seis años. Como auguraban las encuestas, el Partido Republicano ha conservado la mayoría en la Cámara de Representantes y se ha hecho con el control del Senado, infligiendo así un severo castigo a los demócratas del presidente Barack Obama. 

Es interesante el planteamiento de las elecciones en Estados Unidos y de la renovación progresiva y desacompasada de las Cámaras, porque busca un contrapeso entre los poderes de la presidencia y del Congreso. Sobre el papel, es una idea muy sensata. Que los ciudadanos puedan mostrar a mitad de mandado del presidente si están contentos o no con su acción de gobierno y, en caso de que sea mayor el descontento, que puedan elegir para las Cámaras a representantes que ejerzan de oposición a la labor del Jefe del Estado. En teoría, ya digo, es una inteligente forma de controlar la acción del presidente, de otorgar a los ciudadanos herramientas para expresarse en las urnas. La parte negativa, que se va a vivir con toda crudeza previsiblemente durante los dos últimos años de Obama al frente del país, es que cuando el partido que controla el Congreso es distinto al partido del presidente, el país entra en un bloque político, pues ambas partes pueden vetar las propuestas de la otra. 

Estos últimos años Obama ya ha sido presidente con el Partido Republicano al frente de la Cámara de Representantes y ya se han vivido momentos de tensión y parálisis en los proyectos estrella del presidente a causa de esta situación. Ahora, con los republicanos también controlando el Senado, el bloqueo político puede ser aún mayor. La teoría dice que demócratas y republicanos están condenados a entenderse, y a eso apunta la reunión a la que, antes incluso de conocer los resultados oficiales de las elecciones de ayer, convocó Obama a los líderes de ambas formaciones políticas para intentar encontrar puntos en común y proyectos de consenso. La práctica, sin embargo, nos presenta a un presidente en los dos últimos años de mandato con escaso margen de maniobra y en medio ya de la batalla sucesoria en el Partido Demócrata. 

En Estados Unidos utilizan la expresión de pato cojo para definir el estado en el que se encuentra Obama a partir de ahora. Un presidente sin la mayoría del Congreso, sin posibilidad constitucional de optar a un nuevo mandato, más bien repudiado por los suyos (si en algo coinciden las crónicas de las elecciones de ayer es en el hecho de que el presidente ha sido el mayor lastre para los candidatos demócratas por su baja popularidad) y con la carrera de la sucesión ya en marcha. Obama, el presidente que más ilusión despertó al ser elegido tanto en Estados Unidos como fuera de aquel país, quien recibió un Nobel de la Paz muy discutido simplemente por esas esperanzas generadas, quien hizo historia al convertirse en el primer presidente estadounidense negro y quien logró entusiasmar al electorado con su campaña optimista (Yes, we can) no ha cumplido sus expectativas. Su reelección en 2012 no fue ya tan arrolladora ni ilusionante como la anterior. El Obama presidente no ha estado a la altura de la expectación que despertó el Obama candidato y prueba de ello es la baja popularidad que le dan los sondeos. 

No es fácil entender esas horas bajas por las que atraviesa Obama ya que, si se estudian los datos macroeconómicos de Estados Unidos durante su mandato, nadie podrá negar que el país está mejor hoy que cuando el actual presidente llegó a la Casa Blanca. Estados Unidos crecerá este año en torno a un 3%, el paro está en torno al 6%, el país ha salido de las guerras donde le metió George W.Bush... Pero no es oro todo lo que reluce y los estadounidenses aprecian que la salida de la crisis ha provocado mayor desigualdad. Por mi trabajo me he ido familiarizando con la Reserva Federal de Estados Unidos, su banco central. Su presidente, Janet Yellen, insiste en sus discursos siempre sobre la infrautilización de los recursos laborales. Es decir, no sólo analiza la tasa de paro, sino que también estudia la calidad del empleo que se genera y ahí observa cómo hay muchas personas con puestos no acordes a su cualificación o con puestos de trabajo precarios. La desigualdad ha crecido mucho en Estados Unidos durante el mandato de Obama y además ese discurso rompedor con el que ganó las elecciones, el que parecía traer un tiempo nuevo a la primera potencia mundial, se ha dado de bruces con la realidad. No ha apoyado Obama guerras injustas, pero sí ha acelerado los controvertidos ataques con drones o ha permitido un sistema de espionaje masivo a través de la Red. Son sólo dos cuestiones que explican el descontento ciudadano con el actual presidente. 

Otro aspecto relevante del sistema electoral en Estados Unidos, que llama mucho la atención en España porque tan poco acostumbrados estamos a él, es que en cada cita con las urnas los distintos Estados que componen el país consultan también a los ciudadanos sobre otras cuestiones de interés que ellos mismos han propuesto para referéndum. Así, ayer se preguntaba, entre otros asuntos, sobre la legalización de la marihuana en Washington (con un abrumador voto a favor de despenalizar el consumo de esta sustancia) o sobre el aborto. Eso sí, el Congreso podría bloquear después lo que los ciudadanos han votado en estos referéndums. 

Si hablamos del sistema electoral y político en Estados Unidos no podemos dejar de lado un aspecto mucho más controvertido y, creo, menos admirable o ejemplar como es el de la financiación de las campañas. Se han gastado, leo en los medios, 4.000 millones de dólares en esta campaña. Empresarios y magnates financian las campañas de los candidatos, de uno u otro signo político. Con ese fallo de raíz, ese pecado original, cuesta creer que, una vez elegidos por los ciudadanos, los senadores o congresistas no voten pensando en quienes permitieron con su dinero que ellos llegaran hasta donde están. Aquí criticamos en ocasiones, con esta oleada de indignación que quiere arrasar con todo, que los partidos políticos estén financiados por el Estado. Sin duda, cada céntimo público debe ser bien empleado y se ha de estudiar con detalle que no se cometen irregularidades con él, pero creo que es más justo un sistema en el que los partidos políticos se financian en parte a través del Estado que otro en el que se entra en una carrera desmedida por captar recursos de multinacionales, lobbys empresariales o personajes adinerados para financiar la campaña. Porque es muy cándido creer que los candidatos que han recibido aportaciones millonarias de ciertos sectores empresariales vayan a legislar después en contra de esos mismos sectores por mucho que sea de interés general. 

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