La incesante devastación siria

En marzo de 2011 el pueblo sirio se levantó contra el dictador Basar Al Assad y, siguiendo la estela de lo que entonces se denominó primavera árabe, reclamó de forma pacífica al igual que en otros países como Túnez o Egipto el final del régimen autoritario y la implantación de la democracia. Al Assad respondió desde el primer momento con la más brutal represión contra su propio pueblo, lo que provocó que soldados desertores de las fuerzas armadas sirias que no querían masacrar a sus conciudadanos formaran el Ejército Libre Sirio, que pasó a combatir con armas al dictador y sus tropas. Desde muy pronto se alertó de que el conflicto sirio podía perpetuarse en el tiempo, de que se corría el riesgo de que la violencia se cronificara y convirtiera en algo endémico. El mundo quedó paralizado, incapaz de ofrecer una respuesta seria y unida para acabar con la masacre. Tres años y medio después, más de 200.000 personas han perdido la vida en la guerra siria y la situación no ha hecho más que pudrirse con la aparición del Estado Islámico, un grupo terrorista y repugnante que dice combatir a Al Assad pero en realidad se ha apropiado de la oposición legítima al tirano con su fin de constituir un califato medieval en el país donde rija la ley islámica. 

No por previsible o esperado un suceso es menos grave. Más bien sucede lo contrario. El hecho de que el conflicto sirio mostrara desde esos primeros meses de 2011 síntomas evidentes de que la violencia podría durar mucho tiempo, con las irreparables consecuencias que ello supondría, agrava aún más la inacción de la comunidad internacional. Porque se veía venir que en el país árabe la situación se complicaría cada día un poco más, puesto que las posturas eran irreconciliables. Era necesario actuar, una solución dialogada, una acción internacional firme y unida. Pero, como sabemos, lo que se ha sucedido en Siria han sido intentos voluntariosos pero del todo estériles por parte de Naciones Unidas. Cumbres de amigos del país en las que a cada reunión se veía cómo las vertientes moderadas de la oposición siria tenían menos poder y existía más división entre las filas de los contrarios a Al Assad. Algo lógico cuando un conflicto se deja pudrir hasta el extremo. Evidentemente, en situaciones así las primeras víctimas, quienes termina viéndose siempre arrinconados, son los que defienden las posturas más moderadas.

Un breve repaso de las acciones de Naciones Unidas y las principales potencias internacionales sobre Siria en todo este tiempo muestra la impotencia de quienes han asumido desde el comienzo el conflicto la responsabilidad de intentar hallar una solución negociada al mismo. Comenzó la guerra civil siria en marzo de 2011. Ese mismo año, la ONU nombró a su antiguo secretario general Kofi Annan, como mediador para el conflicto. Annan fue mediador de la ONU y de la Liga Árabe para el conflicto sirio desde entonces hasta agosto de 2012 cuando se marchó frustrado por no haber podido alcanzar un pacto. Se reunió con la oposición y con el gobierno de Al Assad, logró arrancar de ambos el compromiso de un plan de paz y un alto el fuego que jamás se cumplió. Siguió negociando con el régimen del tirano sirio incluso tras conocerse las múltiples atrocidades y las innumerables violaciones de los Derechos Humanos cometidas por su ejército. También hizo lo propio con una cada vez más desdibujada y radicalizada oposición, donde se infiltraron progresivamente fuerzas fanáticas y fundamentalistas como el Estado Islámico, que vieron en ese país sin ley y caótico el caldo de cultivo ideal para avanzar en sus disparatados proyectos. Pero Annan fracasó y decidió dejar el cargo. Puso empeño, pero estaba vendido ante el apoyo de Rusia y China, ambos con asiento permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU, al dictador sirio. 

En agosto de 2012 llegó al cargo Ladjar Brahimi, quien también buscó a través de encuentros con todas las partes alcanzar un acuerdo que terminara con el conflicto, o al menos que lo suspendiera para intentar dar respuesta a la trágica alerta humanitaria provocada por la contienda. En mayo de este año, Brahimi renunció a su puesto. Tras cerca de dos años en el cargo de mediador de la ONU y de la Liga Árabe para Siria, el argelino se marchó "triste por dejar Siria en una situación tan mala". En su despedida Brahimi afirmó algo tremendo y que estremece porque es algo que llevamos escuchando desde hace más de tres años. "Estoy convencido de que habrá un acuerdo en Siria, la pregunta es cuántos muertos después". Es una aseveración impactante que, en boca de alguien que dedicó cerca de dos años a intentar encontrar una salida pactada al conflicto, hace aumentar la preocupación sobre la devastación del país. 

Ahora es Staffan De Mistura el enviado especial de la ONU para el conflicto sirio. Ayer el diario El Mundo publicó una interesante entrevista con el diplomático italo-sueco en la que este defiende el enésimo plan de paz para el país. Un plan que busca ir de abajo a arriba. Así, convencido de que "este conflicto tiene que ser resuelto por los sirios a través de una fórmula política", propone comenzar un proceso de paz a nivel local que después vaya escalando hasta convertirse en un acuerdo global. Es un acercamiento diferente al empleado hasta ahora. Una propuesta que, según De Mistura, el gobierno sirio estaría dispuesto a aceptar, o al menos a negociar. El enviado especial de la ONU pide que Alepo sea la primera ciudad donde se ensaye su plan, consistente en "congelar" el conflicto a través de tres pasos: parar la violencia, permitir la entrada urgente de ayuda humanitaria a las ciudades más devastadas por la guerra y comenzar ese proceso político local en el que los sirios, que llevan tres años y medio sufriendo el horror de la guerra, busquen una salida negociada al conflicto. 

"Todos los sirios con los que he hablado están hartos de la guerra", afirma De Mistura en la citada entrevista. Esa es su esperanza para buscar que el nuevo planteamiento local para intentar poner fin al conflicto logre su propósito. Como el propio mediador internacional afirma, "en Siria es difícil ser optimista", pero confía en que su propuesta pueda abrirse camino. Acierta De Mistura en el diagnóstico compartido por todas las potencias implicadas directa o indirectamente en el conflicto de que este no podrá resolverse mediante la violencia. Una derrota militar de Al Assad no es viable y cabe recordar que contra él combate también el Estado Islámico, que es igualmente rival de la oposición democrática al tirano sirio y de las fuerzas occidentales como Estados Unidos. El factor del Estado Islámico es la principal novedad introducida en el terreno de batalla. Algo que rompe por los aires cualquier análisis reduccionista que pudiera hacerse del conflicto sirio. 

La propuesta del enviado internacional al conflicto suena bien, pero parece poco viable. Apelar al agotamiento de los sirios por el conflicto armado, al sentimiento de hartazgo por vivir en guerra desde hace tres años y medio, es algo comprensible y natural. En el fondo, no hablamos de luchas geoestratégicas o de planes militares. Hablamos de vidas humanas destrozadas, de proyectos vitales derruidos, de infancias pisoteadas y arrebatadas por la fuerza. Hablamos de seres humanos que padecen la sinrazón de la violencia. Buscar acuerdos en el ámbito local bajo el punto común de que se detesta la violencia y se quiere hallar una salida a la guerra, con todo, parece algo utópico hoy en día. Porque tres años y medio de conflicto, irremediablemente, desatan sentimientos como el odio y el fanatismo. Aunque probablemente no exista otra salida, cuesta hoy imaginar que la población siria logre aparcar las rencillas, y no son rencillas menores, hablamos de madres que han perdido a sus hijos, de personas brutalmente agredidas, de millones de desplazados, para sentarse en la misma mesa con sus verdugos. Es una propuesta ambiciosa.

El Estado Islámico lo cambia todo, en efecto, porque es un grupo terrorista de la peor calaña. Son seres que violan a las mujeres, que imponen la ley islámica y pretenden establecer un califato medieval en el que oprimir a todos los ciudadanos bajo el fanatismo sectario de un modo odioso y criminal de entender el Islam. El Estado Islámico batalla contra Al Assad, fundamentalmente, porque ha visto el caos imperante en Siria como una oportunidad para avanzar en ese alocado proyecto. Por esto también se ha hecho fuerte en regiones de Irak sacando partido de la falta de medios y la división del gobierno iraquí. Por tanto, el Estado Islámico combate al dictador sirio con el único propósito de establecer otra dictadura, si cabe aún más sangrienta y vil. Ante este panorama, la oposición siria se enfrenta ahora a dos rivales: el dictador y quienes dicen combatirlo, pero lo hacen con oscuros propósitos. Y lo mismo se puede decir de Occidente. La alianza internacional liderada por Estados Unidos contra este bárbaro grupo terrorista combate al Estado Islámico pero sabe que así está reforzando al dictador Al Assad. 

La labor del mediador internacional para el conflicto, por tanto, vuelve a ser casi misión imposible. Ante tal grado de devastación, ante la destrucción provocada por un conflicto que dura ya tres años y medio, cada vez parece más lejano un acuerdo dialogado, pero también resulta más claro que sólo así se podrá poner punto final a la guerra. Por eso es loable la actitud de De Mistura. Tan loable como estéril si la comunidad internacional mantiene su inacción y sus medias tintas respecto al conflicto sirio. Una guerra que jamás fue, o al menos nunca aparentó serlo, asunto de máxima relevancia para  las principales potencias internacionales. En Siria hemos asistido a un proceso tristemente habitual en conflictos mundiales: palabras gruesas para condenar la violencia, voluntariosos planes de paz no que no cuentan con el respaldo suficiente para salir adelante, países que anteponen su interés económico o estratégico al respeto a los Derechos Humanos, crisis humanitarias que van perdiendo espacio en los medios y en la preocupación ciudadana... Conflictos,en suma, que pasan a formar parte del paisaje. Más de 200.000 muertos ya. Una devastación que no cesa, aunque aparezca cada vez menos en los medios y cuando lo haga sea con vídeos falsos. 

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