Insultante farsa electoral en Siria

El presidente del Parlamento sirio comunicó ayer, para sorpresa de nadie y bochorno de quienes creen en el respeto a los Derechos Humanos y en la libertad, que Basar Al Assad ganó las elecciones presidenciales que se celebraron el martes en aquel país desangrado por la guerra. Según las autoridades sirias, el 88,7% de los votos fueron para el dictador, que busca con esta insultante farsa legitimar las sistemáticas violaciones de los Derechos Humanos y su crueldad en una guerra que ha costado ya la vida a 160.000 personas. La participación, dicen, fue del 73%. Evidentemente, nadie puede creer la limpieza de unas elecciones en las que había otros candidatos, pero todos de la misma corriente de Al Assad. Lo que existe en Siria en las últimas décadas es una dictadura de corte dinástico en la que una familia controla todos los poderes del Estado. Hace tres años, el pueblo se rebeló contra el régimen autoritario y lo que comenzó como una revolución ciudadana se convirtió, tras ser aplastada a sangre y fuego por el régimen, en una guerra civil. 

Justo ayer se cumplían 25 años de la brutal represión del régimen comunista chino a las protestas ciudadanas en la Plaza de Tianammen. Salvando las distancias, resulta inevitable establecer paralelismos entre ambas situaciones. Dictaduras que se protegen de su pueblo empleando la fuerza. Regímenes que, a pesar de no respetar los más elementales derechos de sus ciudadanos, mantienen cierta legitimidad internacional, o al menos se encuentran a salvo en el embrollo de la comunidad internacional, con importantes aliados. Son casos muy distintos, claro. China es una potencia mundial que, de hecho, ejerce como protectora del sangriento régimen de Al Assad por mero interés económico y geoestratégico. Exactamente igual que el resto del mundo comulga con la falta de libertades y ausencia de democracia en el gigante asiático por salvaguardar las relaciones comerciales con la segunda economía del mundo

Las informaciones sobre el aniversario de la masacre de Tianammen son estremecedoras y muy inquietantes. Muestran cómo las autoridades chinas detuvieron en los días previos a la fecha señalada a todos aquellos susceptibles de protestar por la matanza que el ejército cometió contra estudiantes y jóvenes liberales que pedían democracia para su país aquel infausto 4 de junio de 1989. China ha borrado cualquier alusión a esa fecha. De hecho, una búsqueda sobre ese día en el buscador más empleado en China (y ya saben que las webs occidentales están debidamente censuradas en aquel país) no muestra ni rastro de la masacre de hace 25 años en la plaza de Tinanammen. Las crónicas que leímos ayer nos enseñaban cómo los ciudadanos chinos más jóvenes sencillamente ni siquiera han oído hablar de aquella matanza. Censura brutal, represión de los ciudadanos y cercenamiento de sus libertades. Son las estratagemas de un régimen totalitario para mantenerse en el poder. 

Entonces, aquellos días de junio de 1989, parecía que la población china al fin se rebelaba contra el régimen dictatorial de partido único que los comunistas habían establecido en el gigante asiático. Las revueltas en Pekín se extendieron a otras ciudades del país y todo hacía indicar que la población, deseosa de vivir al fin en democracia y libertad, estaba lista para echar un pulso a las autoridades. Y así era. Estudiantes, funcionarios cansados del régimen, ciudadanos que querían un país más libre y justo, salieron a la calle para protestar contra el régimen. El ejército reprimió de forma brutal las protestas. 25 años después aún no está nada claro cuántas personas murieron en la represión. Los familiares de quienes fallecieron aquel día no han recibido ninguna noticia de las autoridades. Aquel día no existió. Aquella masacre que cercenó las esperanzas democráticas en el país más grande del mundo fue sepultada. Y el régimen comunista chino, una repugnante dictadura, controla ahora la segunda economía mundial y todos los países le rinden pleitesía porque nadie quiere incomodar a los influyentes y poderosos chinos. El último ejemplo lo tenemos en España, donde se ha cambiado la ley de justicia universal a raíz de una investigación de la Audiencia Nacional contra ex mandatarios de China acusados de violar los Derechos Humanos en el Tibet. China tiene una parte considerable de la deuda pública española y nuestras autoridades no han dudado en anteponer la estabilidad financiera a la justicia universal. 

Es estremecedor ver cómo las dictaduras logran mantenerse en el poder. La forma en la que controlan todos los resortes de la sociedad. Censuran los medios de comunicación, vigilan a los ciudadanos, imponen una forma única de entender el mundo. Y, cuando los ciudadanos se atreven a rebelarse contra el régimen, los reprimen a la fuerza. En Siria jamás ha tenido el régimen de Al Assad la menor intención de dialogar con los rebeldes o escuchar sus justas reclamaciones. En una suicida huida hacia delante, el dictador y sus secuaces han respondido a los rebeldes con la fuerza, incluso empleando armas químicas, ante la impávida mirada de la comunidad internacional. Como era esperable, al dejar pudrirse de estar forma un conflicto, en las filas rebeldes se han infiltrado fuerzas radicales próximas a Al Qaeda. Insisto, ¿acaso se puede esperar otra cosa cuando se arrincona a las vertientes más moderadas de la oposición y se deja hacer al régimen de Al Assad? Delante de nuestras narices, ante la pasividad del mundo, un dictador ha sembrado de muerte y destrucción su propio país y ha celebrado una farsa electoral con la que pretende legitimarse. La comunidad internacional no reconoce las elecciones. ¿Y qué? Todos siguen sin hacer nada contra el dictador mientras Siria se desangra. 

Está claro que la situación en China y en Siria es distinta, pero hay otro punto común y es el referente a los intereses económicos que subyacen detrás del apoyo a la dictadura de Al Assad que le ofrecen países como la propia China o Rusia. Por mero interés económico y geoestratégico, estos dos países con asiento permanente en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas protegen al dictador y se convierten en cómplices de sus masacres y de sus constantes violaciones de los Derechos Humanos. Rusia tiene en el puerto de Tartus una base militar. No busquemos más razones por las que Putin siempre respaldará a Al Assad, por más manchadas de sangre que tenga las manos cada día. Puros intereses comerciales y estratégicos. El conflicto en Siria, con muchas más complejidades de relaciones internacionales y cuestiones religiosas, también nos demuestra cómo en la comunidad internacional se anteponen los intereses propios al bien común y al respeto de los Derechos Humanos. Al Assad sigue en el poder, reafirmado tras la farsa del martes, y en ambos bandos de la guerra siria sigue habiendo atrocidades y muertes. Más desplazados sirios., más sufrimiento y la misma indiferencia del mundo. 

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