El rey abdica

El día de ayer, 2 de junio de 2014, pasará a la historia. El rey don Juan Carlos comunicó su decisión de abdicar la corona en favor de su hijo el príncipe Felipe. Una decisión insólita en la historia reciente de la monarquía en España (tan sólo tiene seis antecedentes, no todos equiparables a la decisión adoptada ayer por Juan Carlos I). Fue un movimiento que no imaginábamos. Es cierto que la salud del rey invitaba  a pensar en una posible abdicación y también lo es que, ya cuando se sometió a su última intervención quirúrgica, los rumores sobre la decisión de ceder el trono a su hijo fueron muy fuertes. Pero el rey ha hecho grandes esfuerzos desde entonces por retomar su actividad y nada hacía pensar que fuera a anunciar esta decisión. El monarca dijo que lo había pensado en enero y parece que se lo comunicó al presidente del gobierno y al líder de la oposición en marzo. Ayer, cuando por la mañana se anunció que Rajoy haría una declaración institucional sobre un asunto de gran trascendencia se desataron los rumores. Monarquía o Cataluña parecían los dos asuntos sobre los que el presidente del gobierno podría comparecer. Fue el primero de ellos y Rajoy anunció que el rey le había comunicado su voluntad de abdicar el trono. 

La versión oficial dice que el rey don Juan Carlos tomó esta decisión el día de su cumpleaños, que es el 5 de enero. Suena extraño que si fue así en el discurso navideño de Nochebuena el monarca dijera expresamente todo lo contrario, que tenía intención de seguir al frente de la Jefatura del Estado. Las palabras y los actos del rey desde entonces, incrementando notablemente su actividad y sus viajes internacionales para mostrar que volvía a estar en plena forma tras sus últimos problemas de salud, desmienten esta versión oficial, o al menos la cuestionan. Razones, desde luego, no le faltan al monarca para tirar la toalla e intentar que la monarquía recobre vigor y apoyo ciudadano mediante una abdicación en su hijo. Caso Noos, descrédito del propio monarca por errores imperdonables como la cacería de Botsuana, problemas de salud... Una combinación de estos factores, probablemente, explique la decisión del rey en lo que parece un movimiento por vía de urgencia para apuntalar un edificio que se hunde. 

El sistema institucional español se viene abajo, está totalmente resquebrajado. Monarquía, partidos políticos, empresarios, sindicatos, Justicia, medios de comunicación... Ni uno solo de los pilares del sistema se mantiene imperturbable durante estos años de crisis, que naturalmente no es sólo una crisis política, sino más bien una crisis sistémica, como cada vez se ve más claro. En mayor o menos medida, todas las principales instituciones que componen el edificio institucional del Estado se han tambaleado. Lo han hecho los partidos políticos, que pierden a chorros apoyos ciudadanos por la mediocridad imperante y la corrupción intolerable que anida en el seno de las principales formaciones. Lo ha hecho la Justicia, politizada y controlada por los grandes partidos. Lo ha hecho, por supuesto, la monarquía, con el yerno del rey y su propia hija implicados presuntamente en un sucio asunto de corrupción y con el monarca defraudando a millones de españoles con su viaje de placer a Botsuana para cazar elefantes y vivir la vida con amigos y amigas mientras el país sufre la mayor crisis que recuerda en las últimas décadas. Y así podríamos seguir con todos los pilares. El sistema está agrietado. Si fuera un barco, diríamos que hace aguas por todos lados. La abdicación del rey parece un movimiento desesperado por intentar mantener a flote la embarcación ahora que los remeros siguen formando parte de los partidos que la han sostenido en los últimos años. 

Decir que la abdicación del rey tiene una relación directa con el resultado de las elecciones europeas es probablemente excesivo. Pero negar que en la decisión del rey ha tenido algo que ver el clima político y social en España, muy enrarecido y contrario a quienes confunden estabilidad con inmovilismo, a quienes controlan el poder de un Estado que vive una pavorosa crisis en la que los ciudadanos se sienten rodeados de injusticias, es también un error. Por supuesto que ha tenido que ver. En estas últimas elecciones, el bipartidismo ha caído a un 49% de los apoyos. El PSOE, segundo partido nacional, entra en un proceso de reconstrucción que no se sabe dónde puede concluir. Por qué no en un giro a la izquierda que incluya posturas clásicas de los socialistas como la defensa de la república. Antes de que formaciones abiertamente republicanas ganen más peso en el panorama político español, ahora que el bipartidismo sigue controlando el Congreso con holgura, el sistema busca apuntalarse mediante una sucesión tranquila. Es un movimiento de manual que, en todo caso, demuestra no poco nerviosismo en los poderes del Estado. 

Negar la evidencia puede parecer más cómodo que afrontar la realidad, pero sin duda es también mucho más desacertado. Cualquiera que se dé una vuelta por las calles de cualquier ciudad, que escuche las conversaciones de los ciudadanos en el metro o en los bares se percatará sin problemas del estado de opinión imperante. No hablo de monarquía o república, no. Hablo del descrédito inmenso de la clase política y, en general, de quienes simbolizan el poder. Los ciudadanos están muy indignados y cabreados con los políticos, pero también con la monarquía, los sindicatos y el resto de instituciones que representan un sistema agonizante, catatónico. O el sistema reacciona e intenta revitalizarse o literalmente entra en colapso. Insisto. Quien no quiera ver ese estado de opinión está optando por negar la evidencia. No podría esperarse otra cosa de una crisis tan severa como la que está atravesando España. Se ha quebrado la confianza de los ciudadanos en quienes les representan. La monarquía y el resto de instituciones deben reaccionar ya, y en este sentido interpreto la abdicación del rey, porque de lo contrario su distancia con la calle se hará aún más sideral. España vive una crisis institucional de caballo. Pueden seguir todo el tiempo que deseen con la ficción de que el rey se va porque quiere darle la oportunidad a una generación más joven y que nada tiene que ver en su decisión ni el caso Noos, ni su crisis de imagen por Botsuana ni el clima político que vive el país. Allá ellos. 

Sin duda, el príncipe Felipe está muy preparado. Nadie lo niego. Muchas personas decían ayer que era la mejor opción para sustituir a su padre, la mejor persona para ocupar el trono. El problema de la monarquía es que, además de la mejor, es la única. Ahí reside la debilidad de este modelo de Estado anacrónico y difícilmente defendible en pleno siglo XXI. Don Felipe es una persona inteligente y con una enorme formación. Por supuesto. Pero el problema no es ese, sino que muchos ciudadanos se plantean si no sería más razonable poder elegir con el sufragio al Jefe del Estado y que este cargo no se herede. Por eso, es inevitable y perfectamente comprensible que ayer hubiera manifestaciones en la Puerta del Sol de Madrid y otras ciudades españolas en favor de un referéndum sobre el modelo de Estado. El príncipe no querrá ser el Borbón que pase a la historia como quien puso en riesgo la monarquía aceptando tal consulta ciudadana y los poderes del Estado, muy al contrario, quieren cerrar lo antes posible el proceso sucesorio. Hoy mismo se reúne el Consejo de Ministros para aprobar la ley orgánica que lo regule. 

El príncipe es una persona inteligente y sobradamente preparada que puede dar un aire nuevo a la Jefatura del Estado, pero conviene no olvidar ahora que se buscan paralelismos entre la Transición que lideró don Juan Carlos y el momento que vive España actualmente que Felipe VI tendrá las mismas competencias limitadas y meramente estéticas que su padre tiene ahora. El rey don Juan Carlos heredó los poderes absolutos de Franco y él decidió ceder esa soberanía al pueblo para reinstaurar la democracia en España. Ahora, don Felipe carece de esas competencias para pilotar procesos políticos de calado. Su figura es decorativa, de representación de arbitraje. 

En la presentación de la candidatura de Madrid a organizar los Juegos Olímpicos, don Felipe fue el único representante de la delegación que no nos abochornó (imborrable aquel "café con leche in Plaza Mayor de la alcaldesa Ana Botella) y que exhibió una gran soltura, unas formas exquisitas y un envidiable dominio del inglés. Con el asunto catalán, don Felipe se ha mostrado siempre conciliador, hablando en catalán en más de una ocasión. Sirvan estos dos ejemplos para mostrar que el próximo rey de España es una persona preparada que puede darle un aire fresco a la Jefatura del Estado y que es quizá lo mejor que podría pasarle a la monarquía. Sucede que eso no elimina el hecho de que esta forma de Estado sea de otra época. El único argumento a favor de la monarquía en España sigue siendo la mediocridad de la clase política y el escalofrío que entra al buscar un Jefe de Estado entre nuestros políticos capaz de ejercer de juez imparcial, centrado y no partidista. Pero es un demérito ajeno y no un mérito propio el único argumento de peso que, por razones meramente pragmáticas, puede usarse para defender un sistema anacrónico como la monarquía en España. 

La despedida al rey en los medios de comunicación, en la mayoría al menos, está siendo demasiado hagiográfica y muy poco crítica. Se repasan las luces de sus reinados, que indudablemente hay unas cuentas, pero se pasa muy de puntillas, si es que se pasa por ellas, por sus sombras, que también las hay. El rey pilotó el proceso de la Transición española a la democracia y eso es algo por lo que pasará a la historia y por lo que todos los ciudadanos debemos estarle agradecidos. También paró el intento de golpe de Estado del 23-F, la noche en la que se ganó la legitimidad y el respeto de los ciudadanos, monárquicos o no. Durante muchos años España ha estado repleta de juancarlistas y los medios de comunicación han tapado cualquier escándalo o cualquier asunto negativo sobre la monarquía. Han sido los propios errores de la institución los que han quebrado ese inmenso apoyo popular con el que contaban e incluso han roto con algún tema tabú en los medios. La historia dirá si el balance de los 39 años de reinado de Juan Carlos I es positivo o no. Ha hecho grandes cosas para España, sin duda. Pero los análisis sobre su reinado no pueden terminar en la década de los 80 ni deberían ser tan poco equilibrados. Yo diría que el balance general es positivo y que don Juan Carlos ha sido el primer rey demócrata de la historia de España. Es indudable que en estos último 39 años España ha cambiado y se ha modernizado radicalmente. Pero también lo es que en los últimos años de su reinado el monarca ha cometido errores de peso. 

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