El viaje a ninguna parte

Había oído hablar de El viaje a ninguna parte por la película homónima basada en la novela de Fernando Fernán-Gómez que triunfó en la primera edición de los premios Goya y, más recientemente, al leer información sobre la obra de teatro que se representó en Madrid hace unos meses. Fue a raíz de esto último cuando me animé a buscar la novela. Una vez más, la colección del diario El Mundo de la que he hablado otras veces aquí vuelve a acudir en mi ayuda y me regala nuevos momentos imborrables de lectura. Es una novela preciosa, delicada, muy tierna. Conmueven las historias de los miembros de una compañía de teatro itinerante, la Iniesta-Galván, viajando por los pueblos e intentando subsistir buscando bolos. Narra esta obra la decadencia de esa forma de hacer teatro, cómo pasan hambre los cómicos. Una forma de vida contada con cariño y ternura

Carlos Galván, el protagonista de la obra, recibe la visita inesperada de su hijo, también llamado Carlos, a quien su madre ha enviado ya adolescente con él para que su padre cómico se haga cargo también de la educación del chaval. En realidad, porque la madre tiene otros planes con otro hombre. La relación paterno filial que parte del total desconocimiento entre padre e hijo es una de las historias más entrañables de la novela. Al hijo no le gusta el teatro, pero terminará formando parte de la compañía, ayudando a montar y desmontar el escenario ambulante con el que viajaban, llenos de miseria e ilusiones, los miembros de la compañía entre los que está el abuelo del joven, una tía y una prima segunda

El teatro itinerante vive su momento de decadencia, empequeñecido por la irrupción del cine (el peliculero  que lleva ese invento fascinante de las películas a los pueblos donde los adorables cómicos que protagonizan la novela intentan actuar les arruina la fiesta en más de una ocasión) y el fútbol. Un modo de hacer teatro que va desapareciendo. No es, de entrada, una novela agradable, no es un momento feliz. Pasan muchas penurias los cómicos, incluso hambre. Sufren, no les salen las cuentas, ven cómo su modo de vida se va hundiendo. Pero, sin embargo, termina siendo un libro amable, muy entrañable, por la ternura con la que el autor nos dibuja a los personajes y por la forma, entre resignada y cómica, con la que estos afrontan su situación. 

Son personajes todos ellos memorables, a los que resulta imposible no coger cariño. Habla del libro de un grupo de actores que sólo saben vivir de esa manera, yendo de pueblo en pueblo para intentar hacer reír a los habitantes de esas localidades con sus comedias y poder sacar unos cuartos que les sirvan para subsistir. Es un bello homenaje al teatro, a ese que nunca morirá, como bien dicen en momentos muy tristes y conmovedores los protagonistas del libro. Pero es también una novela sobre la vida misma. Sobre las ilusiones y deseos de los componentes de la compañía de teatro. La esperanza que siempre acompaña a Carlos Galván de triunfar en Madrid o incluso de dar su alto al cine algo más que como extra. La llegada de Carlos y su prima Rosa a Madrid en busca de oportunidades, del café Gijón, de conocer a los grandes artistas del momento y ser uno de ellos. La confusión de Carlos hijo y su enamoramiento sincero por su prima Rosa. La relación de su padre con Juanita y el modo en el que aquel ha de gestionar la llegada inesperada de su vástago. La vida. Las vidas de unos perdedores adorables. 

También trata el libro sobre la imaginación y la fantasía, sobre la necesidad de construirnos una ficción que nos ayude a llevar mejor la pesada carga de este mundo nuestro. Es tal vez el argumento central de la novela. En esa reivindicación bella al teatro, en ese homenaje a la labor de los cómicos que recorrían los pueblos con sus carretas arrastrando penas e ilusiones, hay sin duda un canto a la ficción, a la literatura, a los refugios que, en forma de teatro, cine o novelas, es necesario encontrar para hacer más habitable este mundo y llevar mejor nuestra vida. La ficción, el apoyo de lo irreal, de lo que no ha existido. Incluso para fabular sobre la propia vida. Es una novela entrañable, muy tierna. Una historia sencilla sobre gente sencilla con todo lo bueno que eso significa. Una obra que vale la pena leer. 

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