Francia, también

El primer ministro francés, Manuel Valls, explicó ayer en rueda de prensa las medidas de ajuste que aplicará el país galo para ahorrar 50.000 millones de euros. Entre otras medidas, congelación del salario de los funcionarios, de las pensiones y de las ayudas sociales así como un recorte de 10.000 millones en sanidad. Pues sí, Francia también. ¿Dónde queda aquel tiempo no tan remoto en el que François Hollande se presentó como la última esperanza de la izquierda en Europa, la gran alternativa a las políticas de austeridad que imponía la derecha, en palabras del propio presidente francés y sus palmeros, entre quienes se encontraban los socialistas españoles? El presidente galo, socialista, pasa por el aro. Como pasó Zapatero. Como han pasado todos los líderes de izquierdas, o así denominados, en los últimos años en la Unión Europea. Francia, adalid del Estado de bienestar, segunda economía de la UE, país con peso y autonomía suficiente, o eso pensábamos, para escapar de la lógica de hachazos al gasto público, incluyendo materias esenciales como la sanidad. Pues no. Francia, también. Francia también simboliza la incapacidad de los partidos de izquierda por ofrecer una receta alternativa a la crisis distinta a la austeridad.
 
Despilfarrar no puede ser sinónimo de izquierdas, ni de ninguna otra ideología o doctrina política ni económica. Eso es evidente. Manuel Valls declaró ayer que "no podemos vivir por encima de nuestras posibilidades y debemos romper esa lógica de la deuda que nos tiene atados de manos". Unas palabras que tienen sentido común. Sin embargo, el recorte que anunció fue muy severo y toca partidas sensibles como las pensiones y la sanidad. Lo hace un gobierno socialista de un país presidido por quien llegó al Eliseo prometiendo ideas nuevas, alternativas a la doctrina mayoritaria en al UE. Ese presidente ahora atraviesa una gran crisis de imagen y tras la derrota de su partido en las últimas elecciones locales ha decidido seguir girando a la derecha situando en el puesto de primer ministro a Manuel Valls, en la línea más dura de su formación en cuestiones como la inmigración irregular. Cuando Hollande habló de "un gobierno de batalla", algún ingenuo tal vez pensó que se refería a intentar cumplir sus promesas electorales, a ofrecer a los franceses eso que ningún dirigente socialista ha sido capaz de ofrecer en la UE durante este lustro de crisis. Una receta distinta contra la crisis, desaceleración y falta de vigor en el crecimiento, en este caso, que preserve las políticas sociales y el Estado de bienestar.
 
No podemos olvidar, porque hace menos de dos años de aquello, que Hollande se presentó en la campaña presidencial ante la opinión pública como el dirigente que serviría de contrapeso a Merkel y sus políticas de recortes duros y austeridad por encima de todo. Hollande declaró aquello que tan bien suena y que muchos creemos posible, pero que nadie ha puesto en marcha realmente en Europa, de combinar el necesario equilibrio de las cuentas públicas con políticas de estímulo a la economía. Una senda distinta en la que se no se disparara el déficit, pues esa no puede ser jamás una política económica seria, pero en la que el ritmo de reducción fuera más flexible y en la que el empleo y la salvaguarda del Estado de bienestar fueran líneas maestras de su actuación. Nada de eso hemos visto en Francia. Todo lo contrario. No sólo Hollande no ha sido contrapeso a Merkel y a las posturas más radicales sobre la austeridad en la UE, sino que los socialdemócratas alemanes han formado gobierno con la canciller con apenas unos cambios cosméticos en política económica como la subida del salario mínimo interprofesional.
 
El anuncio de ayer en Francia, que es en realidad la concreción de unas medidas que ya había adelantado hace un tiempo el presidente Hollande, dista del dramatismo y de la situación límite en la que Zapatero compareció en el Congreso en mayo de 2010 para comenzar la senda de los recortes sociales que después siguió a velocidad de relámpago el actual gobierno. Pero fue el PSOE quien la empezó. Fue un presidente socialista quien congeló las pensiones y recortó el sueldo de los funcionarios y quien abarató el despido. En aquel momento, Zapatero se estrelló contra la realidad. En aquella noche de mayo de 2010 en la que la UE parecía al borde del precipicio por la crisis de deuda que sacudía a Grecia y al resto de países de la periferia europea, el presidente renunció a sus principios políticos y aceptó la receta única que impera en la UE desde entonces, da igual el color político del gobierno de turno. Recortes y más recortes. Ajuste duro, aunque eso implique estrangular la economía y aunque genera enormes sufrimientos a la población. Eliminando cualquier política distinta, cualquier idea diferente al discurso único.
 
¿De verdad no existe una forma alternativa de reducir el gasto público, de acompasar el equilibrio fiscal con la protección de materias sensibles de política social? No me extraña que haya quien defienda que no, vista la incapacidad de todos los gobiernos que se dicen de izquierda en la UE estos últimos años por aplicar medidas distintas a la, por cierto, sencilla reducción del gasto público, incluidas partidas como la sanidad o las pensiones. De acuerdo, el Estado de bienestar no se va a tambalear en Francia porque se recorten 55.000 millones de euros. Estoy convencido que hay muchas medidas de reducción de gasto que se pueden aplicar en aquel país, como en el nuestro. Pero es una señal muy negativa que el gobierno francés, aquel que debía ser la alternativa, meta las tijeras en las pensiones, las ayudas sociales y la sanidad. Son las partidas que más gasto suponen en los presupuestos, por lo que es lógico que también se vean afectadas en los recortes, defienden los partidarios de estas medidas de austeridad. Hay que hacer sostenible el sistema sanitario, escuchamos mucho al otro lado de los Pirineos. Todo eso es cierto, pero también lo es que la sanidad, junto con la educación, es uno de los pilares clave del Estado del bienestar y que por eso los gobiernos deben hacer todo lo que esté en sus manos para preservarlos. Fomentar el empleo de calidad, por ejemplo, para que así más cotizantes puedan sostener los sistemas sanitario y educativo. No poner siempre el acento en el ajuste duro y buscar fórmulas menos bruscas y dolorosas para los ciudadanos, menos traumáticas.
 
Francia tiene un déficit del 4,3%, que para nosotros querríamos en España. Son dos décimas más de lo previsto. Su deuda pública alcanza el 93% del PIB. También en ese caso, inferior a la de España. En todo caso, no se trata de gastar sin control porque si uno se para a pensarlo, que la deuda de un Estado sea casi igual a su riqueza, como sucede en nuestro país, es algo alarmante. Muy alarmante. Es como si la deuda de una familia equivale a todo su patrimonio. Pero el ritmo de reducción del gasto puede acomodarse con políticas de estímulo a la economía. El discurso único de reformas, flexibilización del mercado laboral, ajustes que escuchamos machaconamente en la UE desde que empezó la crisis no encuentra una alternativa. Y desde ayer tenemos claro que Francia tampoco será quien la dé. Seguimos a la espera.

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