Aguirre a la fuga

La actualidad política en España debe de estar escrita por algún guionista de comedias. No tiene otra explicación la sucesión de gags en la que se ha convertido nuestro país. La protagonista de ayer fue Esperanza Aguirre, expresidenta de la Comunidad de Madrid, quien se dio a la fuga tras ser retenida por la policía local para ser multada por haber aparcado en el carril bus de Gran Vía. Una calle, como todo el mundo sabe, muy poco transitada. Es simpático el suceso, no lo negaré, y más aún la reacción posterior de Twitter, que en estas grandes ocasiones se viene arriba y nos brinda unas cuantas carcajadas. Tomarse con humor una situación así es probablemente lo mejor. Lo más sano. La escena casi impide ser tomada en serio.
 
Imaginen. La señora Aguirre conduce y se percata de que necesita sacar dinero de un cajero. Va por la Gran Vía de Madrid y por ser ella quien es, para en el carril de bus de esa calle. Tranquilamente se apea del auto y acude a la sucursal bancaria. "No había un alma a esa hora", dice Aguirre. O no habla de la Gran Vía que nosotros conocemos o nos pretende tomar el pelo. Pero sigamos con el relato. Aguirre se para a sacar dinero en el cajero dejando el coche en el carril bus. El común de los mortales, como es bien sabido, no puede hacer tal cosa. Pero el común de los mortales no preside el primer partido de la región, pensará Aguirre, que se marcó un "usted no sabe con quién está hablando" de manual. La expresidenta de la Comunidad de Madrid afirmó después eso, que no había nadie por Gran Vía (la última vez que se vio así fue cuando Amenábar rodó en la céntrica calle la célebre escena de Abre los ojos) y que tardó un minuto en retirar el efectivo. Dos prodigios en una misma tarde, pues esos cajeros, y quien vive en Madrid lo sabe, suelen estar muy concurridos a todas horas.
 
El caso es que Aguirre sacó su dinero y regresaba a su coche tan pizpireta cuando unos machistas y prepotentes agentes de la policía local le dicen a la expresidenta que su coche está indebidamente aparcado y que van a tener que multarla. Lo de "machista" y "prepotente" es palabra de Aguirre, quien se va superando a cada excusa que da del incidente de ayer. Su última ocurrencia va por "estoy estudiando con mi abogado si puedo denunciar por retención ilegal". Claro que, más graciosa aún es la reacción al suceso de los fans de Aguirre, que en Twitter echan a cara al populacho ignorante que impera en la red social  que cómo no se dan cuenta de que lo más importante de lo ocurrido ayer es que Aguirre, tan campechana ella, conducía su coche particular y no iba en un vehículo oficial.
 
El parte de la policía municipal, según leemos hoy en varios medios, no deja lugar a dudas. Como Aguirre nos ilustró hace apenas un par de días sobre la imperiosa necesidad de proteger a nuestros policías, "últimos garantes de la libertad", tendemos a creernos más la versión de los guardias que la suya. Ya nos perdonará la señora expresidenta por seguir a pies juntillas sus recomendaciones. El parte, digo, recoge cómo el agente de movilidad acude al coche mal estacionado para multar al poner una multa. No estaba la conducta en ese momento, nos cuentan. Después llega "poniéndose la conductora muy nerviosa y bastante alterada, momento en el cual se sube al vehículo y, sin darle la documentación, arranca el mismo y golpea la moto” del otro agente, “que se encontraba delante del vehículo, tirándola al suelo”.
 
Pero eso no es todo. El gag cómico podía ampliarse unos planos más. Y así se hizo. Aguirre, dada a la fuga, avanzó tranquilamente, ya con el dinero que sacó del cajero en su bolso, hacia su casa. Uno de los coches de los agentes de movilidad, anonadado, supongo, con tal reacción, sale detrás de la expresidenta y se pone a su altura “dándole instrucciones a la conductora para que lo detuviera, haciendo caso omiso de las señales para posteriormente introducirse en el garaje de su casa". Después, Aguirre envía a sus guardaespaldas (maldita la hora en la que salí de casa sin ellos, debió de pensar) para que diriman las disputas que haya con la policía. Los agentes de movilidad se negaron y dijeron que debía ser la conductora la que saliera a recibir la multa. Bajó Aguirre y charló con los agentes. Fin del relato.
 
Aguirre cuenta que se están diciendo muchas mentiras. La reacción honesta en estos casos, cuando te pillan, es reconocer lo que has hecho y pedir perdón. Pero, ¿por qué hacer eso pudiendo inventarse una fábula según la cual los agentes eran unos prepotentes machistas que sólo buscaban la foto multando a la expresidenta? Le ha faltado a Aguirre decir que eran unos comunistas, aunque todo se andará. En el fondo de este incidente queda lo más serio. Que Aguirre, como la inmensa mayoría de los políticos españoles de uno y otro signo, viven en un mundo paralelo y creen que las leyes son unas para el común de los mortales y otras, inexistentes, laxas, propias, para ellos. ¿Cómo va a pensar la expresidenta de la Comunidad que ella no puede aparcar en el carril bus de la Gran Vía? Es esa sensación de superioridad, esa creencia de que están por encima del bien y del mal la que aleja a la clase política de los ciudadanos. Y es este aspecto de la fuga de Aguirre la que no tiene ni pizca de gracia, porque a veces gestos tan anecdóticos como estos sirven para reflejar a la perfección realidades complejas, como la mediocridad y la prepotencia imperante en nuestra clase política y su sideral distancia de la gente corriente. 

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