10 años de Facebook

Facebook cumplió ayer diez años. Lo que comenzó como una red social de una universidad estadounidense se ha convertido en la mayor red social del mundo, con más de 1.000 millones de usuarios. Su creador, Mark Zuckerberg, se convirtió en el millonario más joven del mundo. 10 años es muy poco tiempo. Podía haber titulado este artículo 10 años y un día, buscando un juego de palabras con las condenas carcelarias por los efectos nocivos que no pocas personas achacan a las redes sociales, pero no es ese el tono que le quiero dar. También podría haber sido una felicitación de cumpleaños, pero tampoco se trata de abordar el asunto con candidez y ligereza. Lo que más me fascina de Facebook y todas las redes sociales que han llegado después es la enorme revolución social que, guste o no, han provocado. Y lo han hecho en muy poco tiempo.
 
Hace 10 años se creó Facebook, pero la red social se generalizó hace menos tiempo. Después llegó Twitter y sí fueron surgiendo redes sociales. La revolución de Internet, la web 2.0, la llegada de los móviles inteligentes, las tabletas... Una vorágine en la que estamos inmersos que nos hace a veces perder la perspectiva de los profundos cambios que estamos viviendo y de los que formamos parte con devoción. Hace relativo poco tiempo, todo esto no existía y ahora ocupa muchas horas de nuestras vidas en ocasiones más de las que estaríamos dispuestos a reconocer. Sin duda, la eclosión de las redes sociales ha producido un cambio en los hábitos de muchos ciudadanos. Hoy forman parte de nuestro día a día. Ver qué han compartido nuestros amigos en Facebook, informarnos o entretenernos a través de Twitter, comunicarnos mediante estas plataformas digitales, ya perfectamente integradas e el móvil, gracias al cual las podemos llevar a todas partes.
 
Es un cambio sociológico inmenso el que han provocado las redes sociales. Hay verdaderos enamorados de esta innovación y otros que abominan de ella. A veces, he de decir, se culpa a las redes sociales de males con los que poco tienen que ver. Por ejemplo, siempre he dicho que la estupidez viene de serie, que no es culpa de Facebook o Twitter. Se leen muchas tonterías en estas redes sociales, sí, pero no hay razones para pensar que sean causa de las redes sociales. Lo que sucede simplemente es que nuestras idioteces tienen ahora mucha más difusión. Antes se quedaban en la barra del bar y ahora se comparten en la red. Es la única diferencia. Por lo demás, creo que es generalizar de forma injusta decir que en las redes sociales sólo se leen comentarios inútiles y que no aportan nada. Mucho de eso hay, claro. Pero también dan la ocasión de conocer a personas interesantes que comparten contenidos de valor. Es como todo, se trata de hacer una selección. Sí, mucha gente comunica por las redes sociales cada comida que hace, cada movimiento que efectúa a lo largo del día, pero otra comparte información de interés y relevancia.
 
La expansión de las redes sociales tiene implicaciones en muchos ámbitos. En el periodismo, en la publicidad, en el ámbito económico en general. Las empresas están cada vez más presentes en estas plataformas, porque es donde está la gente y donde, además, pueden obtener información muy valiosa de los usuarios. Este aspecto de la privacidad es uno de los más relevantes de las redes sociales. Su gran valor económico es ese, la información privada que contienen de los usuarios. Información que en muchos casos, aunque no siempre, son los propios usuarios quienes comparten voluntariamente. Volvemos a lo de antes. No es tanto la plataforma como el mal uso de ella lo que hace que haya quien comparta todas sus intimidades en Internet, un espacio público. Creo (o quiero creer) que en este aspecto hemos ido perdiendo la inocencia respecto al inicio de Facebook y el resto de redes sociales. Ahora todos tenemos claro que por lo que estas empresas valen tanto es por sus millones de usuarios y la información que sobre ellos contienen. Algo que vale su peso en oro para las empresas.
 
Corría por ahí un informe en el que se dice con los "me gusta" en Facebook se podían adivinar muchos aspectos de la vida privada de los usuarios con un porcentaje de acierto muy elevado. Su orientación sexual, su credo político o religioso, sus intereses, etc. Con esa información, que nosotros voluntariamente proporcionamos, la publicidad personalizada y adecuada a nuestros gustos, dicen, es mucho más efectiva. Y ahí está su valor. Luego, en el campo de la privacidad, hay elementos más turbios que obligan a estas plataformas a endurecer sus políticas de privacidad, porque son empresas y no podemos pensar que no vayan a emplear nuestros datos para su propio beneficio. La colaboración de gigantes de Internet con los espionajes masivos de las comunicaciones de los ciudadanos por parte de la NSA estadounidense  también está ahí e inquieta.
 
Al margen de esto, otro efecto claro de la generalización de las redes sociales es que ahora se lee más que nunca, probablemente, pero de forma mucho menos profunda que antes. Estaría bien saber cuántos enlaces a noticias se comparten en Twitter sin haberlos leído. No tenemos tiempo y vamos siempre a toda prisa, es verdad, pero eso muchas veces lleva a pensar que entrando en Twitter y leyendo esos mensajes de 140 caracteres como máximo pueden informarnos de lo que está pasando. Se generaliza más que nunca la información a través de un titular, pero bien sabemos que un titular siempre simplifica la realidad y que es preciso leer la información entera para saber de qué se está hablando. Por tanto, paradójicamente, ahora se lee y se escribe más que antes. Muchos ciudadanos comparten artículos de medios o hacen comentarios en redes sociales sobre cuestiones de actuales, pero con la dinámica de las redes sociales e Internet se generaliza una forma de lectura fragmentada, muy superficial y poco profunda.
 
Las redes sociales también han servido estos años para acoger reivindicaciones sociales y muestras de solidaridad. Como en los apartados anteriores, esto tiene dos caras. Una, sin duda, positiva. A través de las redes se han organizado movimientos de protesta contra injusticias. Se han hecho muchos estudios sobre el papel de Twitter y Facebook en las protestas que originaron la primavera árabe, por ejemplo. Y es cierto que han ayudado en este sentido. Pero no lo es menos que ha habido quien ha confundido un "me gusta" a un comentario lacrimógeno o revolucionario en Facebook con una actuación comprometida de solidaridad o activismo. Y es un error. El activismo a golpe de click, si no va más allá, no sirve para nada. Leí un tuit, lamento no recordar de quién, hace un tiempo que decía algo así como "cuando seamos mayores diremos a nuestros nietos que no nos quedamos callados ante los recortes en el Estado de bienestar: no paramos de tuitear". Y algo de eso hay.
 
También tienen cosas buenas las redes sociales. Al final, insisto, las redes sociales son sólo plataformas. Lo que las hacen interesantes o no es la actuación de la gente en ellas. El talento y el sentido del humor de muchos tuiteros nos alegran los días. Además, las redes sociales ayudan a conectarse a la gente. Por eso creo que a veces las críticas de quienes no las conocen son algo injustas. Gracias a Twitter, Facebook o Skype podemos comunicarnos con amigos que viven en otros países de forma mucho más fácil y barata que hace unos años.
 
No sabemos qué traerá el futuro. Hace unos pocos años no existían ninguna de estas redes sociales que hoy nos ocupan durante bastante tiempo a lo largo del día. Quién sabe cuántas de ellas sobrevivirán los próximos 10 años y cuántas nuevas surgirán. O qué plataformas distintas tendrán ese poder de revolucionar los hábitos de la gente como han tenido las redes. Las plataformas de por sí no son buenas ni malas. Todo depende del uso que demos de ellas. Seguimos metidos en esta vorágine de revoluciones digitales incesantes, de cambios permanentes. 10 años ya desde que se creó Facebook. ¿Qué ocurrirá en el ámbito digital en la próxima década? ¿Quién puede saberlo?

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