Todo lo que era sólido

Todo lo que era sólido es un ensayo lúcido, inteligente, demoledor y necesario. Antonio Muñoz Molina realiza una reflexión prodigiosa y nada complaciente sobre los últimos años en España. Sobre la burbuja inmobiliario ("los años del delirio"), sobre la desfachatez con la que políticos mediocres han despilfarrado el dinero público. Sobre la complacencia de los medios de comunicación en todo aquello. Es un ensayo formidable sobre el sectarismo español, sobre esa manía tan nuestra de dividir al mundo en dos bandos, en los nuestros y los otros. De izquierdas o de derechas hasta el final, y por tanto defensor de las esencias de esa tendencia ideológica hasta el punto de quitar importancia a los casos de corrupción que afectan a los nuestros o de atacar sin piedad al contrario de manera hiriente y destructiva, olvidando lo que nos une a él.

Para mí, este libro no es un relato de la crisis en España. No. Es el relato. Cuando pasen los años, habremos de volver a sumergirnos en sus páginas para entender todos estos años. Y, sin duda, ahora es altamente recomendable hacerlo. Deberían repartir ejemplares en los puestos de responsabilidad política, pero no sólo a los responsables políticos están dirigidas las críticas de esta obra, que para ser entendida en toda su dimensión ha de afrontarse con el espíritu crítico del autor. Dispuesto a leer reflexiones incómodas. Desde la primera página, la obra es un ataque demoledor a la burbuja inmobiliaria, a esos años en los que éramos un gigante con pies de barro y el dinero barato llegaba de todos lados, entonces de verdad. Cuenta el autor que para escribir este libro, para poder plasmar la realidad de entonces sin desfigurarla con su memoria, leyó los ejemplares del diario El País de dos meses de 2007. Comparte con los lectores titulares de recalificaciones, construcciones de complejos inmobiliarios y de golf, crecimientos de dos dígitos de las cajas de ahorro, esas que desde su origen habían tenido una vocación regional y responsable. Leer pasado el tiempo esos periódicos, cuenta el autor, "es como volver a una novela policíaca  y avergonzarse de no haber captado en la primera lectura las pistas tan poco sutiles que apuntaban hacia el desenlace". 

El autor es muy critico con la organización de los partidos. Son muy ilustrativas las narraciones que hace sobre viajes de presidentes autonómicos a Nueva York, donde el trabajaba en el Instituto Cervantes. Hace un retrato magnífico de la cultura del pelotazo en España. Para el autor, en este país se apostó por el acontecimiento grande (pone el origen de esta filosofía en la Expo 92), por lo llamativo, por el evento excepcional, en lugar de por el trabajo diario, callado, lento. Y tiene mucha razón en lo que cuenta. Se muestra apesadumbrado de que la apuesta para salir de una crisis en la que, en gran medida, hemos entrado por la burbuja inmobiliaria y nuestra alocada inclinación por un modelo económico tan poco sostenible, sea volver a él (ya saben, Eurovegas y esas cosas). 

Ataca a los políticos profesionales, a los que son mediocres y no tienen capacidades para desenvolverse en la vida, pero que a base de medrar dentro de los partidos han hecho de la política su único modo de vida, perfecto para su incompetencia. Muestra su rechazo a esa administración clientelar que existe en todos los niveles del país y critica cómo esos cargos de confianza de los partidos han invadido ministerios, comunidades autónomas, diputaciones y ayuntamientos. Algo muy interesante que cuenta el autor es que la democracia se debe aprender, que debemos trabajar por adoptar una cultura democrática. Y ese trabajo en España no se ha hecho, es evidente. No sale natural respetar la opinión de alguien que defiende lo contrario a nosotros. No es algo que salga de manera natural buscar el acuerdo y ceder ante el otro, explica. Estar dispuesto a cambiar de opinión si nos dan argumentos para ello. Por eso es necesario un proceso de educación para vivir en una cultura democrática. 

En España, por el contrario, vivimos en las trincheras ideológicas. En este punto, como en casi todos los demás, por otra parte, acierta de pleno. Somos un país cainita y sectario donde tienes que ser de unos o de otros, porque sí. Donde no puedes discrepar con los tuyos ni conceder el más mínimo respiro a los otros. Donde lo que diga tu mandatario político, aunque sea una chorrada, deberá ser defendido frente a lo que proponga tu adversario, aunque sea algo sensato. Donde los delitos de corrupción son vergonzosos cuando los comete el rival, pero son una persecución política cuando se juzga a uno de los tuyos. Donde si eres de izquierdas o de derechas tienes que cumplir todos y cada uno de los preceptos de tu tribu. Energía nuclear, aborto, matrimonio gay, conflicto palestino... Somos un país peculiar donde absolutamente todo parece venir determinado por tu inclinación ideológica. Triste realidad a la que contribuyen los políticos y muchos medios de comunicación, como critica al autor.

"En España quedarse o sentirse solo puede ser terrorífico; quedarse solo por haber llevado la contraria a algún mandamiento en la ortodoxia del propio bando, sin la menor intención de pasarse al bando contrario, con la plena convicción de que la vida es tan complicada que raramente las personas, las ideas, las posturas políticas, pueden dividirse en dos bandos, en bandos, con la connotación tribal que ya tiene esa palabra. Quedarse solo como se quedaron solos Manuel Chaves Nogales y Arturo Barea, defendiendo la República pero negándose a aprobar o a no ver los crímenes que se cometían en su nombre durante la guerra; quedarse solo como Néstor Almendros cuando volvió de Cuba después de haber sido perseguido por su condición de homosexual y descubrió que sus amigos homosexuales y progresistas le negaban el saludo por criticar a Fidel Castro". Es un pasaje brillante, como tantos otros. Tiene razón Muños Molina cuando afirma que hay caminos señalados. Que si eres de tendencia de izquierdas parece que no puedes criticar a las dictaduras que se dicen de izquierdas, como si eso existiera, o por alguna extraña razón tienes que ser comprensivo con el nacionalismo. 

Con sus 253 páginas de lectura trepidante y ágil, el libro es extenso, en la profundidad de sus planteamientos. Son tantas y de tal calado las reflexiones que hace el autor que es imposible resumirlas todas. Una parte del ensayo se dedica a criticar la construcción de realidades nacionales en cada comunidad autónoma. En otra censura el papel que la religión ha jugado y parece seguir jugando en nuestro país, ahí está cómo se le cuida en las leyes educativas. Por supuesto, una parte central del libro, el fondo que creo que persigue, es denunciar cómo el Estado del bienestar se está derrumbando (todo lo que era sólido) y llamar a los ciudadanos a comprender que esos derechos que creemos que están aquí desde siempre hubo un tiempo en que no existían y que nadie nos garantiza que vayan a seguir existiendo en el futuro. Por eso, llama a defenderlos. A saber valorar lo que tenemos con una educación y una sanidad públicas, por ejemplo. 

"No está el manaña ni el ayer escrito, dice el poema de Antonio Machado. Los que nacimos en un mundo y nos hicimos adultos en otro sabemos, porque lo hemos experimentado en nuestras propias vidas, que no hay destinos fijados de antemano. Nacimos en un país aislado y rural en el que más de veinte años después del final de la guerra aún duraba la posguerra y nos hicimos plenamente adultos en otro que ya pertenecía al primer mundo y que estaba a punto e integrarse en la Unión Europea", relata. "Lo que para nosotros era inusitado para nuestros padres y abuelos habría sido inimaginable: lo mismo que para nuestros hijos ha sido casi tediosamente normal y sólo ahora está en peligro. Las pocas cosas fundamentales que de verdad hacen mejor la vida: el derecho a la educación pública y a la sanidad pública; el imperio de la ley; la garantía de seguir disponiendo de una vida decente en la vejez. En la mayor parte del mundo sólo los ricos o los muy ricos tienen acceso a tales privilegios que para nosotros han llegado a ser derechos indiscutibles". Por eso, asegura, el Estado de bienestar no existió siempre y "si nos importa de verdad tenemos que comprometernos para defenderlo y mantenerlo". 

Es un libro inteligente que huye de la complacencia, que practica la autocrítica y que muestra una lucidez admirable. Llama a que cada uno de nosotros demos lo mejor de nosotros mismos en nuestra esfera de responsabilidad. Que seamos honestos, responsables y consecuentes. Apela a cada ciudadano a comprometerse en la defensa de este mundo que creíamos sólido y que empieza a derrumbarse. Concluyo con otra cita, otro pasaje bellísimo. "Dice Camus que la tranquilidad de saber que las tardes perfectas de septiembre seguirán sucediendo cuando nosotros no estemos lo reconcilia a uno con la muerte. Yo querría que mis hijos y las personas que ellos amen no vivan peor de lo que he vivido yo, no tengan menos oportunidades, no respiren un aire más envenenado, no tengan que trabajar como esclavos ni que competir sin compasión, ni que protegerse detrás de puertas blindadas y de altos muros de cemento, ni que vivir angustiados por el miedo a una enfermedad de la que no puedan curarse ni a tratamientos médicos que no puedan pagar". Lean Todo lo que era sólido

Comentarios