Obama, adiós al idealismo


El Obama idealista del "yes, we can", de esas campañas prometedoras e ilusionantes, de la promesa del cierre de Guantánamo, etc. ha dado paso a un Obama totalmente distinto. Más pragmático, por decirlo de forma suave. El idealismo quedó atrás. Barack Obama fue una corriente de aire fresco en la política estadounidense, una estrella a nivel mundial, un líder admirado por millones de personas. Pero hoy es un Nobel de la Paz que ordena bombardeos con drones. Un amigo de la libertad que intensifica un programa de espionaje a las comunicaciones telefónicas y por Internet. En definitiva, el carisma, el impulso renovador y el espíritu rompedor y estimulante que representaba Obama como candidato en 2008 y, bastante menos ya, el Obama que optaba la reelección en 2012 ha quedado atrás. Cuesta encontrar algún rasgo de aquel líder en el presidente actual. Tal vez porque todo aquello fue una ilusión óptica. Quizá porque el idealista Obama se ha dado de bruces con la realidad, con la maquinaria de la administración del país más poderoso del mundo. Con maneras de hacer que no ha podido o no ha querido cambiar. 

Varios medios estadounidenses y anglosajones han publicado esta semana que la Agencia de Seguridad Nacional (NSA, según sus siglas en inglés) y la Oficina Federal de Investigaciones (FBI) recogen a diario registros de llamadas de millones de clientes. Un Gran Hermano en toda regla. Un escándalo que llama a reflexionar sobre hasta dónde se puede llegar en la intromisión de la intimidad de los ciudadanos en pos de la lucha contra el terrorismo y en defensa de la seguridad nacional. ¿Todas esas personas a las que se interviene las comunicaciones por Internet y de las que se recoge su registro de llamadas son sospechosas de terrorismo? ¿Existen suficientes indicios para llevar a cabo este espionaje? Ocurre que todo esto es legal en Estados Unidos, lo cual no nos tranquiliza, precisamente. 

Obama ha defendido este programa de control porque cuenta con un "amplio apoyo bipartidista" en el Congreso y está controlado por el poder judicial. Y es cierto. Pero no todo lo legal es legítimo ni justo. Obama se ha sentido sorprendentemente cómodo con excepcionales legales que implantó su antecesor en el cargo, George W.Bush, tras los atentados del 11-S. La Patriot Act, una ley que casi da plenos poderes al Estado en la defensa de la seguridad nacional; el programa de aviones no tripulados para combatir a terroristas que ha desarrollado exponencialmente el actual presidente; la cárcel de Guantánamo, que no ha sido cerrada pese a sus promesas electorales, etc. 

El presidente estadounidense defiende que "no se puede tener cien por cien privacidad y cien por cien seguridad". El eterno debate. ¿Cuánto espacio de privacidad tenemos que aceptar que invada el Estado a cambio de proteger nuestra seguridad? Obama cree que con este sistema de espionaje han encontrado el "equilibrio adecuado" y asegura que estas intervenciones "nos ayudan a prevenir ataques terroristas". El seguimiento de las comunicaciones por Internet de servidores como Microsoft, Yahoo, Facebook, Skype o Apple "no se aplica a ciudadanos estadounidenses o personas que residen en Estados Unidos", afirma Obama. 

Junto a este debate, el continuo duelo entre privacidad y seguridad, ha surgido otro, o al menos lo han intentado promover desde la Administración estadounidense. El debate sobre la inoportunidad de la publicación de informaciones relativas a la seguridad nacional. Según Obama, "si cada paso que damos para intentar acabar con el terrorismo acaba en la primera plana de un periódico o en la televisión, presumiblemente las personas que nos intentan atacar serán capaces de esquivar nuestras medidas preventivas". Cree el presidente estadounidense que estos programas no deben presentarse como "medidas sospechas". De hecho, por lo que se interpreta de sus declaraciones, cree que debe haber silencio absoluto sobre ellas. Censura, o algo muy parecido a ello. En efecto, aquellos asuntos sensibles que afectan a la seguridad nacional deben tener un tratamiento especial en los medios de comunicación. Pero la prensa como organismo de control al poder debe informar sobre actuaciones gubernamentales que, como estos programas de espionaje, suenen a abuso de poder, a intromisión generalizada en la privacidad de millones de personas. 

Obama se reunió ayer con el nuevo presidente chino, Xi Jinping, con el que al parecer se entendió bien. Cordialidad y nuevo tono en las relaciones entre los mandatarios de las grandes potencias económicas mundiales. Un encuentro en el Rancho Mirage en el que charlaron sobre la amenaza nuclear de Corea del Norte, cuestiones medioambientales o el robo de propiedad intelectual por Internet. Los dos quieren mantener una relación estrecha y de colaboración. La cita, sin duda, tiene una gran importancia. Los presidentes de Estados Unidos y China charlando durante cuatro horas en un ambiente distendido. En sus manos, gran parte de la riqueza mundial y la influencia sobre la geopolítica internacional de las próximas décadas. Algo tienen en común los dos dirigentes. Si en China, un régimen comunista dictatorial, abrazaron hace tiempo el capitalismo como sistema económico, las informaciones conocidas esta semana sobre el espionaje a las comunicaciones del gobierno estadounidense hace pensar que el país más poderoso del mundo no difiere en exceso de China en cuanto a intromisión estatal en la privacidad de los ciudadanos. Al menos, las distancias no son tan abismales como podríamos presumir del país denominado la cuna de la libertad. 

Quién le iba a decir al Obama idealista que encandiló a medio mundo allá por 2008 con su mensaje renovador y optimista que iba a abrazar a dictadores, permitir e impulsar programas de espionaje a las comunicaciones telefónicas y a través de Internet, ordenar bombardeos con drones... En definitiva, quién nos iba a decir a quienes, inocentes y cándidos, creímos que con Obama llegaría un cambio real en la política estadounidense que ese carismático líder se parecería tanto en algunas cuestiones a su antecesor, que transcurridos cinco años desde que llegó a la Casa Blanca muchas de aquellas esperanzas iniciales han ido quedando en un segundo plano tras un brusco choque con la realidad

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