Egipto, dos años después

Dos años han pasado ya del triunfo de la revolución en Egipto que logró derrocar al dictador Hosni Mubarak. Fue el triunfo de la primavera árabe. Nadie dijo entonces que todo estuviera hecho o que no fueran a venir complicaciones. Por eso, los obstáculos que han tenido que afrontar los egipcios, que dieron en su día una magistral lección al mundo, no han pillado a nadie por sorpresa. Sin duda, el avance de los Hermanos Musulmanes y, de su mano, de las posturas políticas que defienden la unión entre religión y Estado, provoca gran preocupación entre muchos ciudadanos. Sobre todo, porque muchos de los protagonistas de la revolución de 2011 no querían terminar así, porque sienten que han derrocado una tiranía para sustituirla por un régimen distinto al que soñaban entonces. 

Dos años después, hay varias luces  de alarma encendidas en Egipto. La economía no arranca y sigue en una situación muy delicada. Con ella, el paro, que es muy elevado. Las preocupaciones llegan también de la división social que es cada día más palpable en aquel país. Social y religiosa. De un lado, la fractura entre los partidarios y los detractores del presidente islamista Mohamed Mursi. De otro, el temor creciente de las minorías religiosas como la de los cristianos coptos ante el poder acumulado por los partidos islamistas. En Egipto conviven, no sin roces ya antes de la revolución, muchas confesiones distintas. Los enfrentamientos sectarios han ido en aumento en estos últimos meses y el hecho de que una visión radical y  del Islam esté al mando es sin duda un motivo de alarma en el país.

Por lo tanto, recorridos estos dos años de transición entre el final de la dictadura de Mubarak y el estado actual del país, hay que destacar avances y temores, luces y sombras. Hay más libertad en Egipto, que ha asistido en este tiempo al nacimiento y la legalización de partidos políticos de distintas corrientes. La libertad en la prensa empieza a no ser una quimera, poco a poco, y los ciudadanos cuentan con un bien preciado e inexistente en el pasado como la libertad de expresión. Pero el descontento sigue estando presente, sobre todo en aquellos miembros de la revolución que forman parte de movimientos laicos y recelan del poder de los islamistas. Poder que han alcanzado a través de elecciones libres, sí, pero no con una mayoría tan absoluta como para aprobar la nueva Constitución de país o imponer al conjunto de los ciudadanos leyes que reflejen sus creencias religiosas. El diálogo entre todas las vertientes de la oposición a Mubarak para lograr construir un Estado en el que todos estén cómodos ha brillado por su ausencia.

Los enfrentamientos siguen produciéndose en Egipto. No es sencillo salir de una dictadura y lograr enderezar con éxito un proceso de transición hacia la democracia. Sabemos bien de eso en España. Así las cosas, tras dos años de la marcha de Mubarak, tan cierto es que ha habido avances en Egipto como que hay motivos de preocupación. Los Hermanos Musulmanes, que actualmente controlan todo el poder en el país, deberían abrirse a dialogar y pactar con la oposición. Porque la realidad es que Egipto es hoy un país dividido casi al 50% entre quienes respaldan al presidente y quienes no están conforme con él. Si a eso se suma la necesidad de definir el nuevo papel del ejército o los roces entre distintas confesiones religiosas, más la economía, la conclusión de estos dos primeros años de la era postMubarak es que aún queda mucho trabajo por hacer.  Egipto está ahondando una división ciudadana que puede estallar en cualquier momento y poner en cuestión la construcción de un nuevo Estado en el que todos se sientan identificados en unos mínimos principios comunes. 

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