Timothée Chalamet contó al recoger el premio del Sindicato de Actores por su deslumbrante papel en A complete unknown. Desde luego, lo que hace poniéndose en la piel de Bob Dylan en la película de James Mangold está al alcance de muy pocos intérpretes. Sólo de los más grandes, precisamente. A pesar de su juventud, son ya muchos los papeles memorables de Chalamet a lo largo de su carrera, en la que ha combinado grandes producciones como Mujercitas, Wonka o Dune con películas más independientes como Call me by your name, Lady Bird, La crónica francesa o Beautiful Boy. Su talento interpretativo estaba ya fuera de toda duda, pero lo que hace en su última película alcanza otra dimensión.
No era un reto sencillo precisamente sencillo interpretar a Bob Dylan y sale de él más que airoso, con matrícula de honor. Es soberbio el modo en el que encarna al cantante sin caer nunca en la caricatura. Canta sus canciones con enorme solvencia, capta a la perfección la esencia misteriosa de uno de las artistas más admirados del mundo. Los gestos, las miradas, la forma de hablar, la sonrisa irónica, el encanto indescifrable de Dylan. La interpretación de Timothée Chalamet, que es de esas que marcan una carrera entera, es sin duda el atractivo principal de A complete unknown y sólo por eso vale la pena ir al cine a verla más de una vez, si hace falta. Pero hay más motivos, muchos más, empezando por la recreación de los años 60 en Estados Unidos y siguiendo por las canciones de Dylan, que le hicieron merecedor muy justo del Nobel de Literatura, no exento de polémica, como casi todo lo que ha hecho en su vida, como ocurre con los verdaderos artistas.
Uno de los objetivos de los biopics de grandes músicos suele ser desentrañar a la persona que hay detrás del artista, contar su vida. Diría que aquí, tratándose de Dylan, el gran reto era precisamente preservar el misterio. Se sabe muy poco en realidad de la vida del cantante, porque así lo ha querido él. Y en la película se mantiene ese misterio. Dylan habla a través de sus canciones, poéticas, con dobles sentidos, abiertas siempre a toda clase de interpretaciones. Si algo queda claro en la película es que su forma de relacionarse con el mundo son sus letras. Ahí está todo. Y con eso nos basta y nos sobra. Se muestra a Dylan como alguien que vive por y para la música, que odia que lo etiqueten, que detesta la fama, que escucha de todo y que está todo él en sus canciones.
Otro de los grandes aciertos de la película es que centra en unos pocos años de la vida de Dylan, unos años decisivos en su carrera y de enorme agitación social en Estados Unidos. El filme va desde que llega a Nueva York, con una guitarra, un pasado misterioso lleno de secretos y ganas de abrirse camino en el mundo de la música, hasta el mítico festival de folk de Newport de 1965 en el que se pasó a la guitarra eléctrico y a un sonido rompedor con sus admirados trabajos anteriores, lo que provocó que el público lo abucheara, le torera incluso objetos y lo llamara Judas.
En ese momento, en ese preciso instante, Bob Dylan confirmó su talla gigantesca, porque la auténtica grandeza a de los artistas es no ser fiel a nada ni a nadie más que a sí mismos y a sus impulsos creativos. En ese momento crucial para la carrera de Dylan y para la historia de la música, el autor de tantos temas inmortales abrió camino a todos los demás. Si hoy celebramos con naturalidad que los cantantes que más nos gustan pasen alegremente de unos ritmos y estilos a otros, que haya en sus conciertos partes bien diferenciadas con fuertes contrastes entre sí, es en gran medida gracias a ese salto al vacío de Bob Dylan, que decidió seguir su instinto y no las exigencias y las demandas de otros, empezando por su propio público.
A complete unknown tiene varios momentos musicales de una gran emoción, de esos que hace sentir al espectador sueñes afortunado porque es casi como viajar atrás en el tiempo y asomarse por una mirilla a un momento de creación o delirio colectivo en un concierto. Así ocurre cuando escuchamos los primeros acordes o vemos componer a Dylan varias de sus mejores canciones, o cuando las canta por primera vez en público, como con The Times They Are A-Changin’, cuando canta por primera vez con Joan Baez Blowing in The Wind, tal vez su gran himno, o la forma en la que interpretan It Ain’t Me Babe, exhibiendo la conexión brutal de su tormentosa relación (como diría Luis Ramiro, odiándose como nunca quisieron a nadie). También es maravilloso sentir que visitamos los clubes de música en directo del Nueva York vibrante de aquellos años. Varias de esas escenas consiguen crear momentos de cine portentoso, de los que nos recuerdan por qué amamos tanto el séptimo arte y qué bien encaja con la música.
La actuación de Timothée Chalamet es descomunal, pero no se queda atrás el resto del elenco. Monica Barbaro está también impresionante en el papel de Joan Baez, igual que Elle Fanning en el papel de una de las parejas de Dylan, a la que se cambia el nombre en el filme, y un casi irreconocible Edward Norton como Peter Seeger.
Uno sale de ver la película con ganas de escuchar en bucle las canciones de Dylan, las de antes y las de después de su paso a la guitarra eléctrica y a nuevos sonidos. También sale con la certeza de que es un acierto del filme que la figura de Dylan se mantenga con el mismo misterio que antes del filme, tal vez porque, como le escuchamos decir en un momento del filme, para ser artista hay que ser un poco raro. Lo que enamora y cautiva de Dylan, que apenas concede entrevistas, que ni siquiera fue a recoger el Nobel de Literatura, que no habla entre canción y canción ya su conciertos, es también ese halo de misterio y secretismo. Todo lo que tiene que decir está en sus canciones. Y nadie podrá decir que no es más que suficiente. Con su cancionero, uno de los más sólidos, poéticos y deslumbrantes de la historia de la música, nos sobra. Esta película engrandece su leyenda musical sin convertirlo en una especie de dios terrenal ni evitar retratar actitudes y situaciones no del todo admirables. Tenemos sus canciones, que hablan por él y que, por más que pasen los años y las décadas, nos siguen cautivando, porque la respuesta sigue soplando en el viento, después de todo.
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