Yo, adicto

 Supongo que en toda autobiografía existe la tentación de ocultar las partes más feas de uno, de embellecer un poco la realidad, de presentarse siempre como un poco más fuerte, ingenioso y encantador de lo que en realidad es. Por eso es tan difícil escribir una buena autobiografía, hablar con honestidad y cierta distancia de uno mismo, y por eso, entre otras muchas razones, es tan extraordinario lo que hace Javier Giner en Yo, adicto, la serie basada en el libro homónimo en el que cuenta su proceso de desintoxicación de las drogas, que puede verse en Disney+. Es una serie extraordinaria. 

Impresiona la honestidad brutal con la que Giner, director de la serie junto a Aitor Gabilondo y Elena Trapé, cuenta su propia historia. Se presenta a sí mismo como alguien perdido, devastado y, por momentos, irritante. Y tiene mucho mérito que lo haga así porque es él mismo quien está siendo retratado y también porque tiene cierto riesgo de cara al espectador, al que le cuesta un poco empatizar en un primer momento con el protagonista. Lo que sucede, claro, es que se le muestra, a él y a todos los personajes de la serie, como personas reales, es decir, muy humanas, con sus vulnerabilidad, anhelos, temores, deseos, muestras de egoísmo y generosidad, enfados, sus momentos de ternura. En definitiva, tan contradictorios como cualquiera de nosotros. Nada hay más humano que la vulnerabilidad y la necesidad de apoyarnos en otros.

El tono de la serie, la forma en la que está contada y el modo en el que avanza la historia, tomándose su tiempo para retratar cómo es el día a día en una clínica de desmotivación, son también puntales de la historia. Por supuesto, otro punto fuerte de la serie es su portentoso elenco. Lo que hace Oriol Pla dando vida a Javier Giner en la ficción es de otro planeta. Pla nos tiene acostumbrados a interpretaciones memorables, por lo que él mismo se pone el listón muy alto, pero aquí incluso se supera.

Lo mismo cabe decir de Nora Navas, una actriz que lo hace todo y todo lo que hace bien, que aquí borda el papel de Anais, una persona clave en el proceso de recuperación del protagonismo, que tiene detrás a una persona real y que simboliza a tantos y tantos profesionales que, en silencio y en el anonimato, ayudan a diario a muchas personas a dejar atrás sus adicciones. Las charlas entre sí personaje y el de Oriol Pla son de lo mejor de la serie y, desde luego, de ellas se extraen no pocas lecciones vitales. 

Redondean ese gran elenco Marina Salas, que da vida a una compañera de la clínica del protagonista con la que no empieza del todo bien, pero que termina siendo de las personas más importantes para él ahí dentro; Itziar Lazkano como la sufrida madre del protagonista; Ramón Barea como su padre; Àlex Brendemühl en el papel del psicólogo y Bernabé Fernández, Victoria Luengo y Omar Ayuso, entre otros, como internos del centro. 

Hay una escena maravillosa de la serie en la que escuchamos al protagonista afirmar que “todo esto nunca se trató de drogas, sino de aprender a vivir”. Y lo mismo cabe decir de la serie como tal. No porque no hable de la adicción a las drogas, que lo hace y de forma abierta y valiente como pocas veces se ha hecho, sino porque hay más detrás. Porque siempre hay alguna razón que conduce a las adicciones, porque en el fondo todo el mundo es adicto a algo y porque, en efecto, lo importante de verdad es lo que lleva a una persona a caer en las adicciones. Así que la serie habla de drogas y alcohol, esa adicción tan tolerada socialmente, tan celebrada incluso, pero no sólo. Habla, sobre todo, de conocerse a uno mismo, de saber identificar sus sentimientos e impulsos, de gestionarlos, de aprender a quererse y perdonarse. Va, también, de la familia. El capítulo dedicado a ella, es quizá el más conmovedor de todo. 

Yo adicto, en fin, hace pensar. Trata en todo momento a los espectadores como seres adultos. No cae en ningún momento ni en lo lacrimógeno ni en lo panfletario. No es un discurso simplista sobre lo malas que son las drogas. Tampoco es una historia edulcorada que oculte la dureza del proceso por el que atracones el protagonista. Es una serie que encuentra el tono justo y que, hablando de adicciones, habla en realidad, en efecto, de aprender a vivir. Una serie necesaria, valiente y muy valiosa. 

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