Más cortos de Goya


 Aunque casi haya dejado de ser noticia, si es que alguna vez lo fue, el Congo vive en permanente estado de violencia y guerra por el interés en los minerales como el coltán, abundantes en el país y esenciales para aparatos electrónicos como los móviles. Ayer mismo un artículo de Le Monde contaba que 2.900 personas fueron asesinadas en la toma de Goma, capital de la región congoleña de Kivu Norte por parte de una milicia armada apoyada por Ruanda. En esta contienda sin fin para hacerse con las minas de estos minerales estratégicos, las violaciones de mujeres se usan como arma de guerra. Esa realidad espantosa ante la que la comunidad internacional mira hacia otro lado se muestra con toda su crudeza en Semilla de Kivu, un corto documental de Carlos Valle y Néstor López que abrió ayer una sesión especial de cortos en los cines Renoir de Madrid.

En la producción, muy impactante, se muestran testimonios de mujeres víctimas de salvajes violaciones. También el trabajo de un doctor especializado en atenderlas, que cuenta que lo que buscan los violentos con estas agresiones es que la población local abandone su país para así poder explotar las muy productivas y demandadas minas de minerales como el coltán. El corto es un impresionante y necesario golpe de realidad. Menos mal que el buen cine documental, como el bien periodismo, sí mira allí donde nadie lo hace y da voz a las nunca escuchadas. 

La sesión de anoche, organizada por Beatriz Martínez y José Luis Palacios, fue la continuación de la de la semana pasada, que se centró en los cortos de animación y dos cortos documentales nominados a los Goya. Son muy de agradecer iniciativas así, porque no es fácil poder ver cortos en el cine. Ayer, aparte del citado corto documental sobre la guerra del Congo, se pudieron ver cuatro de los cinco cortos nominados a los Goya en la categoría de ficción. El que no se pudo ver anoche es Mamántula, de Ion de Sosa, que a juzgar por el tráiler y la sinopsis tiene muy buena pinta, pero que dura 48 minutos, por lo que no pudo incluirse en este pase especial. Por cierto, desconocía que este año la Academia acepta cortos de hasta 59 minutos de duración, y que ha ido ampliando la extensión de las producciones que pueden optar a los Goya en esta categoría.

Los cuatro nominados que se pudieron ver anoche en los Renoir no podían ser más diferentes, lo cual es estupendo porque habla de la diversidad de temáticas de nuestro cine. El corto más oscuro e inquietante, y el que sugerí mucho más de lo que cuenta con menos palabras, es Betiko Gaua, de Eneko Sagardoy. También es el que más me gustó. Vemos a una mujer conduciendo que sigue a un coche donde va otra mujer. Con pocas palabras, asistimos a una historia de gran intensidad emocional, fuerte carga dramática y una sorpresa final. 

En La gran obra, de Álex Lora, se juega con los prejuicios racistas del espectador. El corto está protagonizado por una pareja adinerada que encarga a un hombre negro y a su hijo acudir a su casa, casoplón, a retirar electrodomésticos y toda clase de objetos que ya no quieren. La historia va avanzando a golpe de miradas condescendientes, mucho clasismo y altas dosis de avaricia. 

Aunque son muy distintos, la comedia manda en los otros dos cortos que se pudieron ver en la sesión especial de ayer, El trono, de Lucía Jiménez, y Cuarentena, de Celia de Molina. En el primero de ellos, se lleva hasta el límite de la hilaridad una idea original: conversaciones escuchadas en el cuarto de baño cuando quienes hablan no saben que hay alguien haciendo sus necesidades. O incluso cuando sí lo saben. Muy divertido. 

Por último, en Cuarentena se habla sin tapujos de la maternidad y, más concretamente, del parto. Es casi un monólogo que da lugar a no pocas risas, en especial, cuando se abre el plano y vemos quién y en qué estado está al otro lado de la charla. Mañana, cuando en la gala de los Goya llegue el turno de los mejores cortos, será estupendo estar familiarizado con la mayoría de los nominados.  

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