Cuestión de principios


Hay una escena de Cuestión de principios en la que una trabajadora de una ONG que investiga los conflictos de interés en la Unión Europea les dice a los protagonistas de la película que con su investigación al menos han aprendido algo. Da a entender así que posiblemente poco van a poder hacer, pero qué bueno es que conozcan esa parte más bien oscura del funcionamiento del mundo. Lo mismo podría decirse de la película de  Antoine Raimbault en sí, ya que, más allá de sus alicientes narrativos y cinematográficos, lo primero que cabe destacar del filme es que cuenta un caso verdaderamente escandaloso y poco recordado (yo  reconozco que no sabía nada de él), pese a haber ocurrido hace poco más de una década.

En octubre de 2012, el maltés John Dalli, comisario europeo de Consumo y Salud, anuncia su dimisión, forzada por el presidente de la Comisión Europea de entonces, Durao Barroso, a causa de un supuesto tráfico de influencias. El eurodiputado de los verdes José Bové, que no era precisamente ni amigo de Dalli ni próximo a sus ideas, lo defiende porque desde el principio observa que el proceso está lleno de sospechas y posibles irregularidades. Se habla de una investigación de la OLAF (la Oficina Europea de Lucha contra el Fraude), pero cuyo contenido es secreto. 

Boyé es interpretado por Bouli Lanners con tanta autenticidad que la hija del eurodiputado le contó que durante la hora y media del filme cree realmente estar viendo a su padre en pantalla. Él, junto a un fiel asesor, al que da vida Thomas Vandenberghe y a una becaria entusiasta interpretada por Céleste Brunnquell, comienzan una investigación en la que pronto se encuentran con el lobby del tabaco. Una especie de lucha de David contra Goliat. Casualmente, el comisario europeo defenestrado encabezaba un proyecto legislativo que implicaría restricciones para la industria tabacalera. Quitárselo de en medio parecía en ese momento muy oportuno para determinados intereses. 

La película, que tiene en todo momento un ritmo de thriller, muestra bien los entresijos de las instituciones comunitarias. El problema de los lobbies no es como tal su existencia, ya que es normal que las partes interesadas en cualquier legislación puedan expresar con luz y taquígrafos sus puntos de vista a los legisladores, sino que se cumpla la estricta normativa comunitaria, que implica, por ejemplo, que cada reunión debe constar en los registros. En la película se va tirando del hilo y aparecen cuestiones como el tráfico ilegal de tabaco, un acuerdo secreto de Philipp Morris con la Unión Europea o un problema obvio de conflicto de intereses de un abogado, Miguel Petite, que seguía en el Comité de Ética de la UE mientras trabajaba para una tabacalera. 

La película, desde luego, no deja en muy buen lugar a Durao Barroso, a quien interpreta siempre con el ceño muy fruncido Joaquim de Almeida. Es una historia real que nos recuerda la importancia de las decisiones que se toman en Bruselas y, por ello, lo trascendental que es una correcta regulación de los lobbies y los conflictos de intereses. En el filme se menciona expresamente a don Quijote y, en efecto, por momentos el empeño del eurodiputado ecologista francés parece una locura idealista, pero lo cierto es que la existencia de políticos así contribuye a defender la democracia. En los tiempos que corren, con tanta polarización y fanatismo, también es admirable ver cómo se deben defender los principios afecten o no a políticos cercanos a uno mismo, porque una irregularidad lo es independientemente de quien la cometa. 

La película, como este caso, tuvo final feliz, porque se aprobó la Directiva sanitaria que obliga, entre otras cosas, a mostrar imágenes de los daños que causa el tabaco en la salud. Desde su aprobación en 2013, el número de jóvenes fumadores en Europa se ha reducido a un tercio. Eso sí, también se cuenta el muy lucrativo destino de quienes estuvieron, por acción u omisión, en el lado equivocado de la historia, incluidas operaciones millonarias. Poderoso caballero…


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