Palomas negras


Las espías y los asesinos a sueldo también se enamoran. Este podría ser el resumen de Palomas negras, una serie de Netflix que es exactamente lo que se espera de la mayoría de series de Netflix: mucha acción, su punto de humor, personajes carismáticos, diálogos ingeniosos que puedan hacerse virales con facilidad… Es una serie que busca, y por supuesto consigue, ser adictiva y entretenida. Está lejos de ser perfecta, es todo lo contrario a una serie profunda, original o innovadora, pero es una serie efectiva que aporta todo lo que promete con creces. 

La protagonista de la serie, Helen, a quien da vida Keira Knighey, está casada con un ministro del gobierno británico. Aparentemente es la perfecta mujer y madre, pero en realidad esconde un secreto que se va desvelando a medida que avanza la trama. Todo salta por los aires cuando su amante es asesinado, lo que provoca que la organización secreta para que la trabaja le envíe para su protección a un asesino a sueldo, Sam (inmenso Ben Whishaw), que vuelve a Londres después de varios años fuera, y que no ha logrado olvidar a su exnovio Michael (Omari Douglas).

La serie está ambientada en Navidad, lo que añade otro ingrediente más a esa mezcla peculiar que aporta esta historia. Porque a ratos es comedia romántica, pero también es una historia de espías, de acción y de política internacional. Todo a la vez. Esto, unido a ciertos problemas de falta de verosimilitud y a un tono confuso y cambiante constantemente, hace que durante buena parte de los seis capítulos que componen la serie uno no sepa bien a qué atenerse. Hay escenas de la serie que resultan extraordinarias y otras que prácticamente abochornan, se pasa de un extremo a otro con facilidad, pero es imposible dejar de mirar.  

En definitiva, no está muy claro a qué juega la serie. Quizá porque realmente no importe tanto, tal vez porque a lo que juega, y juega con todo, sea simplemente a entretener. Y eso lo logra con creces. Es inevitable sentir a ratos, lo que por otro lado es una obviedad desde hace años, que estamos ante una serie hecha siguiendo con escuadra y cartabón lo que dictaría el algoritmo que se espera de una serie de espías con pizca de comedia romántica ambientada en Londres en época navideña. Así es. Todo ese batiburrillo está ahí para atraer, por lo civil o por lo criminal, para que quieras seguir viendo el siguiente capítulo en cuanto termina el que estás viendo. Está muy bien hecha. Si alguien busca una serie canónica de espías quedará decepcionado. Si busca algo muy rompedor, también. Pero si busca entretenerse y está dispuesto a dejarse llevar, asumiendo desde el principio que no encontrará una obra maestra, creo que con Palomas negras lo logrará. 

Dos de los grandes pilares de la serie son su elenco, en especial el personaje de Sam, el ejecutor sensible que añora la convivencia con su ex, legado siempre a una copa de champán y que tiene frases siempre listas para deslumbrar (“estás fatal”, le dice Helen en un momento de la serie; “todos lo estamos, querida”, responde). Es un asesino sin escrúpulos, pero a la vez tiene sus códigos, se entrega para proteger a su amiga y ama de verdad a Michael. Es uno de esos personajes, magistralmente interpretado además, que justifican por sí solos la serie. Es un lujo también el trabajo de Sarah Lancashire dando vida a Reed, la misteriosa mandamás de la asociación de espías para la que trabajan los protagonistas de esta serie, que, en efecto, también se enamoran. Si me preguntaran si es verdadero o falso que estemos ante una buena serie, podría responder con otra de esas frases que buscan (y consiguen) causar impacto en el público: “¿Verdadero? Ése es un concepto curioso, ¿no?”. La serie ha confirmado ya su segunda temporada. 

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