El 47


Hace unos años, cuando la película Campeones triunfó en la gala de los Goya, hubo ciertas críticas que venían a decir que en realidad no estaban premiando sus méritos estrictamente cinematográficos, sino sus buenos sentimientos y que emocionaba a los espectadores. Y eso, claro, molestaba mucho a ciertos críticos ceñudos. He recordado aquel debate al ver El 47, una película encantadora que es la que tiene más nominaciones este año en los Goya. Porque no dudo que también habrá quien haga de menos al filme, por ese pecado para algunos de conmover en los espectadores. Algo tengo claro: ni las películas se pueden poner a competir unas contra otras, porque no tiene sentido más que como puro divertimento y para atraer a más personas a las buenas historias, ni, desde luego, existe eso que se llaman méritos estrictamente cinematográficos, porque el cine son tanto los planos, los diálogos y las interpretaciones como las emociones que despierta en los espectadores. Va todo junto y todo funciona bien en El 47

La película, dirigida por Marcel Barrena con guion suyo y de Alberto Marini, es magnífica. Cuenta una historia real ambientada en el barrio de Torre Baró de Barcelona, donde se asentaron cientos de inmigrantes de distintas partes de España que montaron allí sus precarias viviendas, abandonados por completo por las autoridades. Se muestra muy bien las duras condiciones de vida de esas personas, que tuvieron que salir de sus ciudades de origen y que no lo tuvieron fácil al llegar a Barcelona. El componente costumbrista del filme funciona a la perfección y sirve para recordar que esa fue la realidad de algunos barrios de las ciudades de nuestro país hace no tanto. 

La película está rodada a medias en español y catalán, porque así es la realidad en Cataluña y, desde luego, así lo era en la comunidad de emigrantes extremeños y andaluces que llegaron allí a empezar una nueva vida,  ante el clasismo y la altivez de no pocas personas. Los habitantes de ese barrio se enfrentaron al abandono de las autoridades, al desprecio de la gente bien de Barcelona que no termina de considerarlos como ciudadanos barceloneses, a la precariedad laboral, al clasismo que los desprecia como pobres y también a los últimos coletazos del franquismo, que duraron más allá de la muerte del dictador.  

Tengo pocas dudas de que esta película, que ha tenido un gran éxito de público y que también fue muy bien recibida por la crítica, escocerá en no pocos sectores. En ciertos ámbitos del nacionalismo catalán, sin duda, por la forma en la que muestra esa realidad de los emigrantes que hicieron grande y construyeron con su trabajo Cataluña, frente al menosprecio de algunos nacionalistas para negra que los llamaba charnegos. Y también, por supuesto en otros ámbitos en España, por el simple hecho de estar rodada en catalán, por increíble que parezca, o por su clara reivindicación de la unión vecinal, que para muchos tendrá un aire demasiado izquierdista, woke, progre o como lo llamen ahora. Por supuesto, que escueza en esos ámbitos es otro gran mérito de la película. 

En una sociedad que ensalza el individualismo extremo como la actual, conmueve y emociona especialmente ver historias reales con este sentimiento comunicativo, este orgullo de clase y esta dignidad de personas pobres que se unen para defender lo que merecen. Ayuda también al éxito de la película su elenco, encabezado por un siempre inmenso Eduard Fernández, que da vida a Manolo vital, y por Clara Segura, que da vida a la mujer en la ficción del protagonista de esta historia real, conductor de autobús que decidió secuestrar de forma simbólica el autobús 47 para hacerlo subir al barrio de Torre Baró. Gracias a esa movilización ciudadana, el bus llegó finalmente a ese barrio de Barcelona. 

El 47 es una película maravillosa que recupera un episodio de nuestra historia reciente que merece ser recordado y que, gracias al cine, podrá ser recordado ya siempre. Cine social, emotivo, histórico, bien construido y que conmueve. Cine del que vale la pena. Cine encantador y poderoso, que habla de diferencias de clase, de lucha colectiva y de historias humanas desde los márgenes, en este caso, de un barrio obrero de Barcelona. Una historia muy íntima desde un lugar y un tiempo muy concreto pero que, precisamente por eso es a la vez una historia universal. 

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