Para cuando el concierto de anoche de Marino Sáiz en la sala Galileo parecía haber llegado a su fin, tras La farola, ya habíamos transitado por toda clase de emociones. Había sido una noche extraordinaria para celebrar los diez años de Tripolar. Interpretó canciones de ese disco, pero no todas (“porque es muy deprimente”, contó él mismo), pero también todo tipo de temas anteriores y posteriores al disco, incluida una copla deliciosa que ya cantó en su cabaret hace unos años. Estábamos dispuestos a irnos a casa pensando en que ojalá fueran así todos los lunes cuando Sáiz desveló la última sorpresa de la noche. Bajó del escenario, se juntó con el público, se subió a una mesa e interpretó un solo de violín que fue, sin duda, uno de los instantes más prodigiosos, emotivos y bellos que he vivido nunca en un concierto. Fue un momento inolvidable. Impresiona lo que es capaz de transmitir con su violín.
En la entrada de la Galileo Galilei, ese templo de la música en directo en Madrid, aparecen los carteles de las próximas actuaciones y, al lado de cada artista, un pequeño rótulo que indica su estilo. En el caso de Marino Sáiz leemos “fusión” y no nos parece mal. Por qué no. Quizá porque “inclasificable” quedaba demasiado largo. Lo cierto es que es imposible etiquetar su música, porque no se puede decir que sea cantautor, aunque compone sus propios temas, ni tampoco sólo violinista, aunque su virtuosismo con el instrumento es admirable, porque es artista, cantante y músico, con una clara vocación teatral y cabaretera. Tampoco tiene un género definido, hay temas un poco de todo tipo, desde un bolero a una copla.
Contó Marino, muy feliz y emocionado durante toda la noche, que agradecía mucho a su público que acudiera a cada uno de sus espectáculos aunque en realidad nunca supiéramos qué nos íbamos a encontrar exactamente. Lo cierto es que, en efecto, no necesitamos saber qué ocurrirá esa noche, porque lo que queremos es seguir la estela de su talento, ya sea en un concierto o el cabaret, en una pequeña sala o en un teatro, con sus propias canciones o embelleciendo y mejorando las de otros. Da un poco igual. Sabemos que saldremos llenos de energía y buen rollo (pese a esa tenebrosa presencia constante de la muerte en sus canciones, que también es un poco marca de la casa).
También tienen un punto espectáculo de comedia sus conciertos. Nada más empezar contó que su idea inicial es que el tema con el que abrió el recital, Apocalipsis, fuera una nana para su sobrino, pero se le acabó yendo de las manos y le quedó más bien tremenda como para dedicársela a un niño. Habló mucho de la muerte, fue irónico y genial, se río de sí mismo y sus manías, bromeó constantemente con el público. Cuando habló de sus posibles nuevos proyectos, contó en broma que podría también hacer monólogos. Un poco, en realidad, ya los hace. Y es un magnífico aderezo a sus conciertos, de los que se sale con un subidón ánimo considerable. “Mis canciones son triste, pero luego compenso”, bromeó él mismo, siempre juguetón con el público, coqueteando con ellos en todo momento.
Ha envejecido muy bien el disco Tripolar. Sonaron espléndidas muchas de las canciones de aquel trabajo, como G, Tengo miedo, La alfombra negra o Los espejos nunca mienten. Son temas que hablan del desamor, el miedo, la amistad, los sueños, la pasión, las vulnerabilidades, la misantropía, la sensación de extrañamiento en este mundo en el que la gente corre mucho para no pensar o, por supuesto, la muerte. Son canciones llenas de matices, muy ricas desde un punto de vista musical, y con letras muy potentes.
Marino Sáiz, que es el violinista de muchos grandes artistas, pero que es mucho más que eso (“aquí hay más de lo que ves”), estuvo acompañado anoche por algunos de ellos. Puso su violín al servicio de Un día de estos, que cantó junto a Marwán, en otro de los momentazos de la noche; llamó al escenario a Andrés Suárez, de cuyo bandón forma parte y con quien, naturalmente, cantó Lunas distintas, una de las mejores canciones de Tripolar, y, ya en los bises, interpretó ¿Y ahora qué? junto a Funambulista.
Se acordó, como siempre, de Andrés Lewin, productor de su disco, fallecido hace ocho años. Cantó la portentosa Vuela, un himno bellísimo en favor de la diversidad y la igualdad LGTBI, que muchos conocimos gracias a él (“vuela, que esta tarde va salido el arcoíris, y la lluvia se ha llevado al enemigo, que ya nadie tiene ganas de insultarte, que hace tiempo ya que de un tiempo a esta parte se suman los amigos”). Justo después interpretó La necesidad, un bello tema que Marino Sáiz compuso para reflejar lo mucho que echaba de menos a su amigo. Fue muy emotivo. Otro himno LGTBI, Mujer contra mujer, no suele faltar en sus conciertos y anoche, por supuesto, también hizo vibrar la Galileo.
La cita de anoche invitaba a echar la vista atrás y, aunque no tengo tatuado ningún verso de sus canciones, y tampoco estuve en la presentación de su disco, me alegra recordar que llevo muchos años disfrutando del talento de Marino Sáiz. Hace algo más de diez años escribí por primera vez de él en el blog, en la crónica de un concierto de Luis Ramiro. Escribí entonces:
Fue un momento precioso del concierto cuando Luis Ramiro cedió el escenario al violinista que impecablemente le acompañó durante toda la noche. Es Marino Saiz, que además de violinista es cantautor y quien sacará en breve su primer disco. No sé si muchos de los asistentes lo escucharon ayer por primera vez. Sí fue mi caso y, desde luego, creo que es alguien a seguir. Cantó con gran sentimiento Lunas distintas, un tema precioso en el que narra aquel momento de una relación en el que una de las dos partes da el 100% y otra apenas el 20%, contada desde la perspectiva de esta última que, como bien dijo Sáiz, es algo poco frecuente. Preciosa la imagen de las lunas, llena la del miembro de la pareja entrega a la relación, llorosa por querer parecerse a ella la de quien no quiere como quiso. Después, Ramiro y Saiz cantaron juntos Mujer contra mujer de Mecano en otro de los grandes momentos de la noche.
Llegaron después, entre otros, una noche única en Libertad 8 en marzo de 2017, un concierto en la sala Fizz de Barcelona en vísperas de Sant Jordi en 2017, otra noche memorable en Galileo en la que reunió a muchos de los mejores cantautores ese mismo año, un concierto inolvidable en Libertad 8 un año después, el loquísimo, libérrimo y genial Marino Cabaret que montó el el Lara en 2019 o el muy antinavideño y genial concierto en la sala Morocco de Madrid en diciembre de ese mismo año.
Esta década que celebró anoche Marino Sáiz no ha sido particularmente buena en cuanto a noticias de actualidad, como canta en una de sus canciones, el mundo sigue gobernando por idiotas y hasta hemos sufrido una pandemia mundial, y, a veces, como escuchamos en otro de sus temas, dan ganas de hacer las maletas y huir a otro planeta, pero nunca nos ha faltado la música, que es siempre bálsamo y refugio, incluso sin palabras, como demuestra la emoción única que despiertan los portentosos solos de violín de Marino Sáiz. Anoche, casi ya al final del concierto, el artista iba a decir que tiene un público que no se merecía, pero rectificó a tiempo y dijo que, bueno, sí lo merecía, con esa pose irónica y autoparódica que acostumbra a tener en los conciertos. Que no tenga la menor duda de que, en efecto, se merece este público, que seguirá, seguiremos cada nuevo paso que decida dar encima de un escenario. Hasta la próxima.
Comentarios