Un día en la vida de Abed Salama

 



Un día en la vida de Abed Salama. Anatomía de una tragedia en Jerusalén, es un libro impresionante. La obra de Nathan Thrall, editada en España por Anagrama con traducción de Antonio Ungar, toma como punto de partida un grave accidente de tráfico en el que se vio envuelto un autobús escolar palestino en una carretera controlada por Israel el 16 de febrero de 2012. Es más que una anatomía del accidente, como reza su subtítulo. En realidad es un retrato preciso y demoledor de las condiciones de vida de los palestinos. 

A través de las historias de personas implicadas en el accidente, como Abed Salama, padre de Milab, uno de los niños que iba en ese autobús, el autor desentraña en realidad la enorme complejidad de esa zona del mundo, llena de injusticias, desigualdades, desamparo, odio y falta de humanidad. El autor es periodista, lo cual se nota para bien en el rigor de la obra y en su estilo. En las últimas páginas del libro se detalla las entrevistas e investigaciones sobre las que se ha basado para escribir este libro de no ficción que es una  extensa crónica periodista rica en historias personales y en claves para entender el conflicto palestino-israelí. El libro, que da saltos atrás en el tiempo para narrar las historias de distintos testigos o personas afectadas por el accidente, tiene un estilo directo y descriptivo, casi en ningún momento valorativo. 

Estos días se habla con mucha ligereza de Israel y Palestina, y todavía hay quien sigue diciendo, por ejemplo, que la masacre perpetrada por el Estado israelí tras los atentados perpetrados por el grupo terrorista Hamas es un acto de legítima defensa. O quien cree que todo empezó en aquella zona del mundo el pasado 7 de octubre y no mucho tiempo atrás. O quien piensa que de verdad toda la sociedad israelí aplaude la política criminal de Netanyahu. La realidad es mucho más compleja. La historia de aquella zona del mundo, las decisiones de los sucesivos gobiernos israelíes, las idas y venidas del proceso de paz, la expansión de los colonos que ocupan territorio palestino, la vida bajo control permanente de millones de palestinos, la pobreza y las humillaciones, todo esto, en fin, se debe tener en cuenta si se quiere entender lo que ocurre en Israel y Palestina, cuál es el origen y los antecedentes del conflicto. Y este libro, partiendo de un suceso concreto, así lo hace. 

En cualquier otro lugar del mundo, un trágico accidente de carretera es justo eso, sólo un accidente. En Palestina es mucho más complejo. Porque el accidente ocurrió en una carretera usada mayoritariamente por palestinos y gestionada por Israel, conocida como la carretera de la muerte por la gran cantidad de siniestros acaecidos allí. Porque los puestos de control israelíes generan un enorme tráfico para los palestinos, para que los israelíes puedan circular con normalidad en otras rutas. Y también porque, el día del accidente, las ambulancias, los servicios de emergencia y la estación de bomberos israelíes más cercanos estaban a un minuto y medio de distancia, pero tardaron media hora en llegar. Los padres también señalaron la responsabilidad de las autoridades palestinas.

Fue un trágico accidente un día lluvioso, con un conductor posiblemente temerario y un bus antiguo. Fue una tragedia horrible. Pero cuenta una historia, la de los palestinos, la de la ocupación israelí, la de la búsqueda infructuosa de un acuerdo de paz por la convivencia. Por ejemplo, se explica que muchos palestinos se ven forzados a llevar a sus hijos a cargos colegios privados como única manera de evitar el control militar israelí cada día al llevarlos a la escuela. O que existe lo que se llama el Karnit, un fondo gubernamental israelí para las víctimas de accidentes de tráfico, siempre que las víctimas sean de Israel o turistas, no palestinos con carnets de identidad verdes (con menos derechos y libertad de movimientos). Esto provocó que las familias de los niños palestinos muertos en este accidente no recibieran ninguna compensación. 

También estremece leer que, tras el accidente, hubo numerosas publicaciones en redes sociales israelíes celebrando las muertes de niños palestinosTambién hubo colonos que recaudaron dinero para las familias de los fallecidos. De nuevo, la complejidad y los matices.

Además de ser una crónica extraordinaria, el libro tiene también una clara capacidad didáctica. Es una aproximación rigurosa y humana a la vida cotidiana de los palestinos. Más allá de los despachos oficiales o los discursos de los gobernantes, el libro baja a la tierra, entra en las casas, muestra detalles muy concretos del día a día de los palestinos a través de la historia de personas reales (el autor sólo cambia el nombre de cuatro de ellas para proteger su seguridad). Así es como sabemos de la existencia de distintos carnets para los palestinos (verde y azul), con distintos derechos, dentro de un estado policial y de vigilancia constante. O asistimos a la primera intifada de 1987 y a los primeros y los segundos Acuerdos de Oslo, tras los cuales, por cierto, se enriqueció el entorno de Arafat.

Son varias las historias personales relatadas en el libro. Por ejemplo, la de Huda Dahbur, médica de la UNRWA, cuyo hijo, Hadi, estuvo año y medio en prisión condenado por lanzar piedras a los muy armados soldados israelíes. O la de Radwan Tawan, el conductor del autobús siniestrado. O la de Dany Tirza, el arquitecto del muro.

El libro permite conocer realidades como la existencia de ZAKA, una organización ultraortodoxa y jaredí que recoge a los fallecidos para el entierro, o la realidad de los judíos mizrajíes, inmigrantes de Oriente Próximo y del nordeste de África, despreciados en Israel. Once de los doce ministros en el primer gobierno israelí eran askenazíes. De nuevo, matices y rigor alejados de los retratos de brocha gorda que solemos hacer de la región. Porque la sociedad israelí tampoco es monolítica, naturalmente. Porque todo es mucho más complejo que como lo presentamos. 

El libro, ya digo, muy impactante e ilustrativo, concluye con una demoledora frase referida al accidente de autobús que narra, pero que bien podría hacerse extensible al conflicto palestino-israelí y todo el dolor causado durante décadas: “absolutamente nadie rindió cuentas por ninguno de estos actos”.

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