Hubo un tiempo durante los peores momentos de la pandemia en el que nos extrañaba ver grandes multitudes en la pantalla o encontrarnos con personajes sin mascarillas en series o películas. Era ese tiempo en el que nos preguntábamos cómo nos contaríamos en el futuro aquello que estábamos viviendo, algo tan tremendo, tan salvaje, que afectaba a la vez a buena parte de la población mundial y que nos obligaba a estar confinados. Por aquel entonces, aún con una sensación de irrealidad que tardaría mucho en abandonarnos, algo parecía claro: antes o después, de un modo u otro, la cultura, esa que tuvo que parar durante el confinamiento, pero que nos rescató, a la que nos aferramos con más fuerza que nunca, retrataría ese tiempo raro que estábamos viviendo, esa situación tan anómala.
Varias series de las que tuvieron que parar su rodaje por culpa del Covid-19 reflejaron en cierta forma la pandemia, otras optaron por hacer como si nada y la obviaron. Se publicaron ensayos sobre lo que significaba este gran trauma colectivo y también diarios de escritores y novelas. También se han empezado ya a estrenar las primeras películas hijas de ese tiempo, rodadas en mitad de la incertidumbre pandémica, como la notable Tenéis que venir a verla, de Jonás Trueba. Ahora, gracias a Filmin, podemos disfrutar en la plataforma hasta el 25 de agosto de Guermantes, de Christophe Honoré, una auténtica genialidad que se pudo ver en el Atlántida Film Fest.
La llegada de la pandemia obligó a la Comedie Française a detener los ensayos para la representación de El mundo de Guermantes, obra basada en la novela homónima de Marcel Proust, con la dirección de Christophe Honoré. Cuando pasó el confinamiento y la vida empezó a volver tímidamente, la compañía retomó los ensayos, pero en julio de 2020, por las restricciones derivadas de la pandemia, se volvió a suspender la representación prevista para la rentrée. En lugar de volver cada cual a su casa por donde habían venido, el director y los actores decidieron hacer de la necesidad virtud y rodar una película que termina siendo un sublime juego metateatral, que coquetea con la verdad y que, más que ser un filme que retrata las dudas y los temores de un tiempo pandémico, que también, se convierte en una cinta que canta al poder del teatro, a la necesidad de contarnos historias para sentirnos vivos y, en definitiva, a lo que tanto añorábamos cuando un maldito virus lo puso todo en suspense.
En la película, los actores, que son los mismos actores de la Comedie Française que iban a representar esa obra, con sus propios nombres, y el director, que se representa a sí mismo en la pantalla, deciden seguir ensayando. Porque sí. Para que los personajes sigan con vida unos días más. Como última fiesta de despedida antes de pensar en otros proyectos y alejarse de un proyecto al que dedicaron meses y que no llegaría a nacer. A lo largo de tres días, con sus noches, los personajes hablan del teatro, del amor, del impacto del confinamiento y de todo lo que trajo la pandemia, de la amistad. Ensayan, comen, beben, vuelven a ensayar, comparten confesiones, cantan (maravillosa Le film de Polanski, de Yves Simon, gran descubrimiento) improvisan una noche en vela en el teatro, recorren lugares importantes en la vida de Proust, al que homenajean en varias de las mejores escenas de la obra.
La película dura 139 minutos, pero se hace corta. Es irresistible. O a mí me lo resulta. Reconozco que habrá a quien se le indigeste algo, pero yo no puedo quitar los ojos de la pantalla ante semejante lección interpretativa, realmente soberbia, ante tan sublime juego de unos artistas que deciden huir hacia adelante, no pararse y seguir apoyándose en la cultura, seguir construyendo algo, aunque el mundo ahí fuera se tambalee, o precisamente por eso. Entonces, cuando el miedo al dichoso virus, las restricciones y la tristeza imperante alrededor nos paralizaban y nos hacían difícil salir hacia adelante, un libro, una película o una obra de teatro servían para rescatarnos. Ansiábamos volver a vivir de verdad, a tener cenas con amigos, noches sin fin, momentos intensos, pasiones comprtidas. Lo mismo ocurre para los personajes de la película, que son en realidad actores en una situación similar a la que se refleja en la pantalla, en un juego de espejos entre realidad y ficción que resulta de lo más apasionante.
No recuerdo la última vez que disfruté tanto con un elenco entero de una película, porque aquí todo el mundo está en su sitio, cada uno de los intérpretes borda su papel y da una auténtica lección. Son Claude Mathieu, Anne Kessler, Eric Genovese, Florence Viala, Elsa Lepoivre, Julie Sicard, Loïc Corbery, Serge Bagdassarian, Gilles David, Stéphane Varupenne, Sébastien Pouderoux, Laurent Lafitte, Dominique Blanc, Yoann Gasiorowski, Mickaël Pelissie quienes se interpretan a ellos mismos, sin ser realmente ellos, o a otros personajes ficticios, sin ser realmente otros. Una genialidad hija de la pandemia que, de paso, nos recuerda por qué tenemos que leer a Proust. Hay una escena memorable en la que cada intérprete dice una frase de una obra del autor francés, pequeñas píldoras de conocimiento y sabiduría como esta: "lo que hay de admirable en la felicidad de los otros es que creemos en ella". Esta sensacional película, Guermantes, consigue, entre otras muchas cosas, trasladarnos esa felicidad que nos da la buena cultura, la que sigue ahí, firme, invencible, cuando todo lo demás está en riesgo.
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