Love, Victor T2

 

La segunda temporada de Love, Victor es una preciosidad, mucho más redonda, madura y atrevida que la anterior. A medida que avanza, añade más y más ingredientes a la coctelera, más subtramas, más temas atractivos que abordar con honestidad. Aunque querer abarcarlo todo puede ser un riesgo, más aún en una serie con capítulos de menos de media hora, la mezcla resulta sorprendentemente exitosa, con mucho más poso que la temporada anterior, gracias a un guión efectivo y valiente, que funciona a la perfección, igual que el elenco interpretativo, más asentado y con el que el público se encariña con facilidad, incluso cuando los personajes se equivocan o tienen actitudes decepcionantes.


Es un acierto que la serie vaya más allá de la salida del armario de Victor (Michael Cimino), que hasta ahora solía ser el punto final de las todavía escasas representaciones de personajes LGTBI en series y películas. Es tan poco lo que se ha mostrado aún, tanto lo que queda en avanzar en representatividad, que de la presencia de personas no heterosexuales en cine y televisión casi podía decirse hasta hace nada, parafraseando a García Márquez, que este mundo “era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo”. Casi todo es aún tan nuevo y reciente en representación LGTBI que Love, Victor entra en terrenos inexplorados y cuenta historias pocas veces contadas antes, al menos, en series mainstream, no digamos ya en una producción del universo de Disney y con un chico gay como protagonista. Es una serie que hace mucho bien a muchas personas, una historia preciosa, realista y honesta. Un lugar feliz, en definitiva, que cada viernes nos ofrecía media hora de entretenimiento, diversión y ternura. No sé si es la mejor serie que he visto este año, pero sin duda es la que más me ha hecho disfrutar y emocionarme.

La segunda tanda de episodios comienza justo donde concluyó la primera, con el protagonista contando a sus padres que es gay. Sabíamos que había dado ese paso, pero no la reacción de sus padres, que será uno de los hilos conductores de estos diez nuevos episodios. Su madre (Ana Ortiz) se niega a hablar de Benji (George Sear) como el novio de su hijo, que es lo que es. Para ella, muy católica, es un impacto enorme enterarse de que su hijo es homosexual. Lo quiere y sabe que debe apoyarlo, pero no encuentra la manera, es superior a sus fuerzas. Sin duda, esa relación entre Victor y su madre, y la evolución de ésta, es de las tramas mejor construidas y más poderosas de la serie. Extraordinaria de inicio a fin. El padre del protagonista (James Martínez), sin embargo, acude a charlas de asociaciones de padres de hijos LGTBI y pone todo de su parte para comprender a su hijo y estar a su lado.

Otro de los muchos aciertos de la serie es que cada personaje secundario tiene sus propias tramas. Los padres del joven, por ejemplo, afrontan su separación. La serie no pierde la inocencia de la primera temporada, que es parte de su encanto, pero crece y va más allá en todos los sentidos. Todos los personajes evolucionan y la producción también da un paso adelante, o unos cuantos, en representación LGTBI. Porque, como le escuchamos decir a Benji en un momento de la serie, todo el mundo piensa que salir del armario es fácil hoy en día, pero no lo es. Porque hay muchos pequeños detalles que lo ponen difícil, muchas trabas en el camino de la igualdad plena. 

En la primera temporada conocimos a Victor como jugador de baloncesto del equipo del instituto. En esta tanda de episodios, salir del armario (en una escena preciosa, por cierto) y sufrir el rechazo de parte de sus compañeros de equipo es todo uno. Aunque ha habido tímidos avances, como la creciente presencia de deportistas abiertamente LGTBI en los Juegos Olímpicos, el deporte, sobre todo algunos como el fútbol, tienen un problema con la diversidad. Está bien reflejado en la serie, igual que el daño que hacen los prejuicios y los estereotipos. A Victor le hacen sentir incómodo y rechazado en los vestuarios de su equipo, pero tampoco se siente integrado del todo en el grupo de amigos de su novio. En una de las mejores escenas de la serie le escuchamos preguntar cuál es el nivel exacto de ser gay para que todo el mundo lo acepte, porque aparentemente es demasiado gay para sus compañeros de equipo, pero demasiado poco gay para los amigos de Benji. 

La relación entre Victor y Benji también está contanda con mucha honestidad y verdad. Se muestra el lado chispeante y feliz del comienzo de una historia, pero también las dificultades, en especial, cuando una de las dos partes de la pareja lleva tiempo viviendo fuera del armario y, sin embargo, todo es nuevo para la otra. La química entre ambos intérpretes, que quizá no era un punto fuerte de la primera temporada, se ve aquí mucho más reforzada y Benji, tal vez el personaje del que menos sabíamos, al que menos matices se le habían dado, también se muestra aquí más a fondo, conocemos más de su historia. También en esto crece Love, Victor

La serie se atreve a mostrar el rol en ocasiones opresor de la religión, tanto por la iglesia a la que acude la madre de Victor, cuyo sacerdote no duda en decir que el joven no irá al cielo por el hecho de ser gay, como por la religión musulmana de Rahim (Anthony Keyvan), que le hace temer contarle a su familia quién es de verdad. Pero también hay otras tramas interesantes, como los problemas de salud mental de la madre de Felix (Anthony Turpel), quien vuelve a ser de lo mejor de la serie. O el sufrimiento de Mia (Rachel Naomi Hilson) por la obsesión con el trabajo de su padre, que le hace poner a su familia siempre en un segundo plano. Hasta el hermano pequeño de Victor tiene sus momentazos, en especial, aquel en el que se entera de que el protagonista es homosexual y reacciona con una maravillosa naturalidad. 

La serie sigue teniendo algún guiño a la película de la que es continuadora, Love, Simon, pero se va haciendo mayor y parece necesitarlos cada vez menos, va soltando amarras. La segunda temporada de una serie es siempre una prueba de fuego y Love, Victor la ha superado con nota. El clifhhanger con el que concluye esta tanda de episodios abre la puerta (nunca mejor dicho) a una larga y ávida espera de la continuación de esta historia que muchos desearíamos haber podido disfrutar de adolescentes y con la que muchos más, adolescentes, treinteañeros o de cualquier otra edad, nos emocionamos y seguimos con esa pasión un tanto irracional, que siempre es la mejor, quizá la única pasión posible digna de tal nombre, que despierta aquello que nos atrapa de verdad. Para hacer más llevadera la espera habrá que leer algún libro del Simonverse de Becky Albertalli, como el original con el que comenzó todo este mundo de ficción que sentimos y nos emociona de un modo tan real. 

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