Con la maravillosa Ordesa, Manuel Vilas consiguió hace dos años el prodigio de que una historia íntima, incluso impúdica a ratos, conectara con una legión de lectores porque también era una historia universal. Habla en ella el autor de sus padres, de sus recuerdos, de su propia vida, pero cualquier lector se siente interpelado por la sensibilidad de lo narrado. Eso es lo que logra la buena literatura, emocionar y conmover al lector, independientemente de que sus circunstancias se parezcan o no a la del protagonista. El libro tuvo un éxito enorme, de los que ya no quedan en el maltrecho mundo editorial, y llevó al autor a una extensa gira por todo el mundo, hablando de su obra, es decir, del amor a sus padres. Y mientras hacía esa gira, de ciudad en ciudad, de hotel en hotel, escribió Alegría, que es algo así como la continuación de Ordesa. No es una obra tan redonda como aquella, pero sí conserva su esencia y en algunos pasajes consigue remover como aquella.
El libro, que fue finalista en el premio Planeta, lo que implica un cambio de editorial del autor, que hasta ahora publicaba en Alfaguara, sigue la estructura, o la falta de ella, de Ordesa. Igual que en aquella obra, Alegría no tiene trama alguna, es una sucesión de anécdotas, de recuerdos, de pensamientos, de detalles de la vida de Vilas, de su pasado, del amor a sus padres y a sus hijos. No cuenta en esencia nada, contándolo todo. No va a ningún sitio, deambula por la mente del autor, por sus temores y preocupaciones, por sus manías y sus recuerdos felices, por su búsqueda insaciable de la belleza, de la alegría. Desborda sensibilidad y ternura el libro, en el que Vilas vuelve a exponerse con una honestidad brutal.
Como el libro no tiene estructura ni orden ni concierto, ni falta que hace, quizá lo propio es que la crítica, o lo que sea esto, tampoco lo tenga. Así que sólo compartiré algunos de los pasajes más bellos del mismo, destellos, frases que resumen la esencia de la novela.
La gente ha expulsado a la poesía de sus vidas, por eso hay tanta insatisfacción y amargura y odio.
Manuel Vilas es, por encima de cualquier otra cosa, poeta. Poesía es la mayoría de su obra y la poesía inunda sus obras en prosa, como ocurría en Ordesa. Lirismo de lo cotidiano, con las cosas más insospechadas, como unos zapatos, por ejemplo. Es difícil no darle la razón, la gente ha expulsado a la poesía de sus vidas. Vilas la abraza en todo momento.
Mi religión es el pasado.
Cita Vilas a Marcel Proust y, como él, afirma que su religión es el pasado. El recuerdo de sus padres, el amor que les profeso, los momentos felices que rememora, las conversaciones que mantiene con ellos, el modo en el que piensa en ellos cada día. Qué opinarían de esto o aquello, qué tal le habría caído su pareja actual a su madre, qué le diría de sus viajes por el extranjero para promocionar su novela. Alegría, igual que Ordesa, está repleto de pasajes hermosos en el que los padres del autor son protagonistas. Subrayo con especial fuerza estos dos: No me gusta mi cumpleaños porque mi padre y mi madre están muertos. Fueron ellos quienes inventaron ese fecha, y sin ellos esa fecha es polvo, viento, nada. (...) Mi padre amó Galicia porque allí se fue a vivir su hermano. No supo decirle a su hermano que le quería y se lo dijo a Galicia entera, eso es hermoso.
Hemos sido muchos a lo largo de nuestra vida: no tiene sentido que nos llamemos siempre con el mismo nombre.
El autor reflexiona sobre cómo ha cambiado su vida, sobre las familias que tuvo y ya no tiene. Primero, como hijo. Luego, como padre. Habla mucho de sus hijos el autor. De cómo mide la duración de las llamadas telefónicas con ellos, de lo que los necesita, de la ternura que le inspiran todos los jóvenes, porque todos le recuerdan a sus hijos, porque todos son, de algún modo, sus hijos.
Termino esta crítica, o lo que sea, con uno de los pasajes que más me han gustado, fascinado, incluso, de la obra. Está contando el autor algo aparentemente banal, que algunos invitados a su boda no le regalaron nada. Y de esa anécdota, de ese feo gesto, extrae esta maravillosa conclusión, que resume el libro entero y, con él, una forma de estar en el mundo:
Los detalles son siempre importantes, porque la vida son sólo los detalles de la vida. La vida en sí misma, como absoluto, no se presenta si no es a través de pequeños detalles. Por eso yo vivo obsesionado por los detalles, a mi padre le pasaba lo mismo, sabedores los dos de que en los detalles está la verdad que no nos atrevemos a pregonar. La verdad se esconde en esos pequeños gestos, nunca en las grandes afirmaciones.
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