Nada humano le es ajeno a Siri Hustvedt. Aquella frase de Terencio (dejando a un lado el masculino genérico) describe a la perfección la creación literaria y el modo de estar en el mundo de la escritora estadounidense, de una curiosidad y un afán didáctico ilimitados. Memorias familiares, reflexiones sobre la muerte, la ciencia, el arte, la literatura, la maternidad, el machismo… Todo tiene cabida en sus ensayos y sobre cualquier tema posa la escritura su mirada abierta y reflexiva, su prosa clara y sugerente, llena de ideas.
Ya había disfrutado mucho con el estupendo Los espejismos de la certeza, que leí hace un tiempo, y me ha vuelto a encantar el estilo de Hustvedt en Madres, padres y demás. Apuntes sobre mi familia real y literaria, editado por Seix Barral con traducción de Aurora Echevarría, que publicó hace unos años, justo después de la pandemia del Covid-19. De hecho, este gran trauma colectivo también se cuela en algunos de sus relatos.
La autora ve peligrosa la especialización excesiva y cree en el humanismo, en mostrar interés por muy distintas disciplinas y campos del saber. Recuerda una visita de adolescente al Monumento de las Cuatro Esquinas, donde confluyen las fronteras de Arizona, Colorado, Nuevo México y Utah, para reflexionar sobre lo artificial de las fronteras, y también como metáfora de su trayectoria como “vagabunda intelectual”, cruzando fronteras disciplinarias, desde las humanidades hasta las ciencias. Habla de cómo sufrió el purismo en la academia, unido al machismo.
Hustvedt tiene una admirable trayectoria intelectual de muchas décadas a sus espaldas y un talento incuestionable, a pesar de lo cual no dejó nunca de escuchar comentarios machistas que recordaban que estaba casada con Paul Auster y que incluso sugerían que los libros de ella estaban en realidad escritos por él. Cuenta algunas experiencias desagradables, como cuando le preguntaron si sus conocimientos sobre neurociencia le venían de su marido, que no leyó un artículo de neurociencia en su vida, o aquella entrevista en la que le dijeron a ella que su obra era doméstica y a él, que la suya era intelectual. Más allá de sus vivencias personales, la autora reflexiona sobre la milenaria historia patriarcal y misógina.
Varios de los relatos están escritos durante la pandemia. En uno de ellos refleja su estremecimiento con la cifra diaria de contagios y con sonido de las sirenas de las ambulancias. Denuncia cómo los ricos que se fueron a vivir a sus casas del campo mientras que las personas más humildes sufrían peores condiciones en medio de la pandemia. Y, como siempre en sus escritos, también comparte una visión científica. “El viroma humano consiste en todos los virus de nuestros cuerpos y desempeña un papel esencial en nuestras respuestas inmunitarias. Algunos virus benefician a sus huéspedes; otros los matan”, escribe.
En medio de la pandemia, la autora alerta del desarrollo de “una retórica que da voz a una fantasía perniciosa de la persona aislada y autonomía que se dio luz a sí misma y no necesita a nadie”. Pasado el tiempo, cuesta no ver un vínculo entre el auge de discursos extremistas llenos de odio con lo sufrido en la pandemia. También destaca que esa crisis sanitaria mundial dejó claro que estamos interconectados y mostró de forma más evidente las desiguales sociales. Pide no olvidarse de lo vivido y aprender de ello, algo que parece claro que no ya ocurrido.
Como tantas otras personas, la autora también se volcó en la literatura durante la pandemia, y comparte algunas de sus lecturas en aquel tiempo. Poe ejemplo, releyó el Decamerón de Boccaccio, cuyo prólogo trata de la peste negra y las distintas reacciones ante la plaga, tan parecidas a las que ella percibe en Nueva York con la Covid-19. Y, entre ellas, la necesidad de las historias incluso en un momento así, o, precisamente por vivir un momento así, más que nunca.
Algunas de las más bellas páginas de este libro están dedicadas, precisamente; a la lectura. Hay reflexiones precisas, aquí van unas cuantas. “Las novelas que amo, los libros que siempre me acompañan, son todos verdaderos”, leemos. “Todos los libros son inventados, no solo por su autor sino también por quienes los leen”, añaden poco después. “Somos lo que leemos. Las lecturas que hacemos pasan a formar parte de nuestra memoria e imaginación”, cuenta igualmente. También critica los prejuicios y estereotipos sobre las lecturas supuestamente femeninas. Escribe que “todavía hay detractores de la novela que la ven como un entretenimiento ligero para las mujeres porque ellas son quienes las devoran con más fervor. Los hombres de verdad no leen libros de ficción. Mastican hechos históricos y exploran los secretos de la naturaleza”.
Entre las obras que más elogia la autora están Persuasión, de Jane Austen, y Cumbres borrascosas, de Emily Brontë.
El libro es una fuente inagotable de reflexiones sobre temas interesantes. Termino con tres más: sus memorias familiares, la muerte y el arte. La autora escribe en varios relatos de la vida de su familia. Cuenta, por ejemplo, que su madre sufrió la ocupación nazi de Noruega, antes de que la familia emigrara a Estados Unidos. La autora también habla del origen humilde de los suyos (“de niñas, mis hermanas y yo no pensábamos que nuestros abuelos fueran pobres. No era que no supiéramos lo que significaba esa palabra, simplemente no creíamos que se aplicara a los miembros de nuestra propia familia”) y de cómo moldeamos los recuerdos de nuestra infancia (“reconozco que los recuerdos de la niñez suelen estar coloreados en los tonos rosáceos de la alegría o en los sombríos de la desdicha, y con mucha menos frecuencia en la gama de grises de la ambivalencia”).
Sobre la muerte, la autora escribe que “el más corriente de todos los hechos corrientes sobre la existencia humana es también indeciblemente extraña”. También comparte una reflexión de Lewis Mumford, quien escribió que “la ciudad de los muertos es anterior a la ciudad de los vivos”, es decir, la gente quería vivir cerca de los lugares donde estaban enterrados sus antepasados y así es como nació la ciudad, “la necrópolis antes que la metrópolis”.
Por último, también me han gustado mucho los ensayos dedicados al arte. “No me interesa el arte que entiendo con facilidad. Sólo me interesa el arte que me lleva a interpelarme”, escribe. Tal vez por eso le fascina especialmente la obra de Louise Bourgeois, de quien escribe con pasión, como del resto de asuntos abordados por Hustvedt en este apasionante compendio de ensayos.

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