Raffaella, el musical, que puede verse en el Teatro Capitol de Madrid, es toda una una fiesta. No podía ser de otra forma tratándose de Raffaella Carrà, cuyas canciones son recibidas con júbilo unánime en cualquier celebración. Basta escuchar las primeras notas de cualquiera de sus temas en una boda, karaoke o verbena para que todo el mundo se venga arriba. Las canciones de la Carrà son sinónimo de explosión de libertad, alegría y buen rollo, y justo eso es lo que consigue este musical que cuenta su vida en algo menos de dos horas que se pasan volando.
Nada más entrar al teatro, las canciones de Raffaella Carrà predisponen para un espectáculo con tantos bailes, coreografías, brillibrilli y sensualidad como cabría esperar. Sin duda, el simple hecho de escuchar los grandes temas de la irrepetible artista italiana es ya de por sí un aliciente no menor de este musical, que cuenta con la dirección de Luciano Cannito, una arrolladora coreografía de Fabrizio Prolli y una muy vistosa y efectiva escenografía de Italo Grassi.
Esos temas que todo el mundo conoce, ha bailado y ha destrozado incluso en karaokes son un gran atractivo que juega muy a favor del espectáculo y que llevan en volandas la historia. Con todo, precisamente por eso, porque todos tenemos en mente estas canciones de interpretadas de forma muy singular y personal por Raffaella Carrà, el musical se enfrenta a dos retos mayúsculos que supera con creces: por un lado, contar bien la historia de la mujer de la artista y, por el otro, que resulte creíble. Lo consigue de forma admirable Lorena Santiago, que tiene el acierto de no imitar a la artista italiana, sino de conectar con su energía contagiosa, su sonrisa, su ritmo, su sensualidad y su buen rollo. Consigue así ser Raffaella sin caer en la imitación expresa, que habría sido garantía de estrepitoso fracaso.
El musical cuenta la historia de Raffaella Carrà Desde sus inicios como actriz y bailarina hasta su triunfal llegada a España, cuando sacude con su energía Televisión Española después de hacer revolucionado la RAI en su país natal. La gran historia de amor del musical es la de Raffaella con su madre, a la que está muy unida desde que su padre las abandonó cuando ella tenía dos años. En en musical se muestra la vida de la artista, segura de sí misma, siempre alegre y optimista, enfrentándose también a una sociedad y una televisión muy machista.
A través del personaje de Alessandro (Robert Matchez), un hombre gay en el armario en aquella Italia conservadora, se refleja también el apoyo natural, espontáneo y absoluto de Raffaella Carrà a la libertad sexual. Es bonita cómo se refleja porque la artista no necesita discursos ni términos concretos para posicionarse de forma nítida del lado de las personas LGTBI y de la libertad individual sin que te importe el qué dirán.
El musical dura unos 100 minutos y no tiene descanso, a diferencia de lo que suele ser habitual en este género, y eso juega a su favor, porque refuerza aún más su ritmo trepidante, de la mano de las canciones de la Carrà y de las coreografías, con constantes cambios de escenario y vestuario. Ese frenetismo, esos saltos en el tiempo, y la forma en la que se plasman en el escenario, atrapa al espectador y lo anima a acompañar con sus palmas las canciones y el avance de la historia hasta un éxtasis final en el que no faltan confetis, globos gigantes que caen del techo y más temas inolvidables de la artista italiana. Un fin de fiesta memorable.
Raffaella, el musical, en fin, es un plan inmejorable para desconectar y disfrutar. Diría que para gozarlo al máximo es recomendable, aunque no indispensable, que te gusten las canciones de Raffaella Carrà, pero, por desquiciado y loco que esté el mundo, ni siquiera contemplo la posibilidad de que exista alguien en él al que no le gusten. Entonces sí que tendríamos que empezar a preocuparnos de verdad.

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