Oviedo, la ciudad de los prodigios


Hoy Oviedo ha sido la ciudad de los prodigios. Esta gran novela de Eduardo Mendoza, como tantas otras del autor, transcurre en Barcelona, pero los prodigios del arte, la cultura y la ciencia se han reunido esta tarde en el ovetense Teatro Campoamor gracias a los Premios Princesa de Asturias, igual que ocurre cada tercer viernes de octubre desde hace 45 años. Mendoza, siempre genial, reconocido en la categoría de las letras, ha sido uno de los premiados más aclamados en la capital asturiana y también ha pronunciado uno de los discursos más ingeniosos y divertidos que se recuerdan. 

El escritor barcelonés, que ha sido muy generoso estos días y se ha entregado a sus lectores en multitud de actos celebrados en Oviedo, es de esas personas tan geniales y brillantes que engrandecen cualquier premio que ganen, por grande que sea ya el premio. El Cervantes hace unos años y ahora los Premios Princesa de Asturias son galardones aún más importantes desde que tienen a Eduardo Mendoza en su palmarés. El galardón ha ilusionado al escritor, alabado unánimemente, y a la vez él ha regalado todo su talento, ingenio y buen humor a estos premios. Estuvo especialmente atinado el jurado cuando dijo de él que es es un proveedor de felicidad con sus novelas. Imposible definirlo mejor. El propio Mendoza ha dicho hoy que es el mejor elogio que ha recibido en su vida. 

Es una delicia escuchar a Mendoza en cualquier entrevista o intervención pública y su discurso de hoy en el Teatro Campoamor no ha sido una excepción. Irónico, divertido, bienhumorado, completamente genial. Ha agradecido el premio y ha dicho que le sirve un poco para recordar la edad que tiene, porque, si no se mira al espejo, todavía se ve como una joven promesa de la narrativa española. “Lo último que se pierde en la vida no la esperanza, sino la vanidad”, ha afirmado, haciendo reír al público. También ha despertado carcajadas cuando ha afirmado que en parte le debe esto de ser escritor a la muy estricta educación que recibió, que le llevó a ser vago, malgastador y un poco golfo, y también a Barcelona y sus contrastes entre la burguesía y el aire canallesco y portuario (“las ciudades, como las novelas, son de todos y no son de nadie”). “Lo demás es mérito mío, que ya está bien de modestia”, siguió irónico, antes de afirmar que no le gusta nada el mundo en el que vive y que lo que más valora con el paso de los años es el respeto.  



Dicen que no se puede caer bien a todo el mundo, y es verdad, pero Eduardo Mendoza es de esas pocas excepciones que confirman la regla. Los Princesa de Asturias han tenido este año más premiados admirables. El filósofo Byung-Chul Han, premio de Comunicación y Humanidades que había pedido más fiesta y más siesta en algún acto previo a la ceremonia, hizo un vibrante y combativo discurso en el que citó a Sócrates para recalcar que la misión del filósofo es agitar, despertar, irritar y recriminar a los ciudadanos, para así espolearlos y estimularlos. 

Afirmó que la limitada libertad individual que nos propone el sistema neoliberal es una simple ilusión y que vivimos en un régimen despótico que explota la libertad y nos conduce a la autoexplotación. También que somos como el esclavo que le arrebata el látigo a su amo y se azota a sí mismo creyendo que así se libera, en un triste espejismo de libertad. Remató su discurso sentenciando que el legado del neoliberalismo es el vacío. Tuvo su gracia que este discurso que cuestiona tan abiertamente el sistema en sí mismo fuera tan aplaudido por un público de reyes, empresarios, políticos y poderosos, desde luego, tiene su gracia. 

El filósofo dijo también que nos hemos convertido en instrumentos de los teléfonos inteligentes y que las redes sociales nos aíslan,  y nos vuelven agresivos. Respecto a la inteligencia artificial, negó ser un catastrofista, pero aseguró que tiene el enorme riesgo de que el ser humano acabe convertido en esclavo de su propia creación. También contó que ha reflexionado mucho sobre el respeto, justo lo que Mendoza había dicho poco antes que era lo que más valoraba en otras personas, y que Han teme que se está perdiendo en nuestra sociedad. “No hay lazo social más fuerte que el respeto”, contó, un poco antes de que la princesa Leonor también apelara al respeto al diferente en su discurso. Dice mucho de nuestros tiempos que se llame tanto a algo que suena tan elemental, pero que echamos tanto de menos. 

La fotógrafa mexicana Graciela Iturbide, reconocida en la categoría de las Artes, leyó con alguna pequeña dificultad un bello discurso sobre la fotografía, a la que ha dedicado más de 50 años de su vida. Habló con especial cariño del mundo indígena de México y ensalzó el sincretismo y la influencia de los intelectuales y artistas españoles que llegaron a México exiliados durante la Guerra Civil. 

Por su parte, Mario Draghi, premio Princesa de Asturias de Cooperación Internacional, pronunció el último discurso de los galardonados. El italiano, salvador del euro durante su presidencia en el Banco Central Europeo (BCE), afirmó que casi todos los principios sobre los que se construyó la Unión Europea están hoy sometidos a tensiones. Defendió la diplomacia, el multilateralismo y la responsabilidad climática y clamó por la unidad de los políticos europeos y un refuerzo de la gobernanza y la legitimidad democrática en la UE frente a este nuevo mundo que amenaza los principios fundadores del proyecto europeo. Pidió un nuevo federalismo pragmático para impulsar a la UE, es decir, una Europa de dos velocidades en la que algunos países tomen impulso en distintos campos y con más ambiciones integradoras. 

Completan el palmarés de este año Douglas Massey, en la categoría de Ciencias Sociales, uno de los mayores expertos en migraciones, muy crítico con la desquiciada y criminal política migratoria de Trump; la tenista Serena Williams, ganadora de 23 Grand Slam y cuatro oros olímpicos, en la categoría de Deportes; el Museo Nacional de Antropología de México, en la de Concordia, y la genetista Mary-Claire King, premiada en la categoría de Investigación Científica y Técnica, quien finalmente no pudo acudir a la ceremonia por un sobrevenido problema de salud, después de haber participado en distintos actos en Asturias estos últimos días. El premio reconoce una carrera admirable, ya que entre otros avances determinó la similitud genética entre humanos y chimpancés, descubrió el factor genético relacionado con el cáncer de mamá y desarrolló el llamado índice de abuelidad, que ayudó a identificar y localizar a los niños desaparecidos durante la dictadura militar argentina de 1976.  Ahora estudia el posible origen genético de la esquizofrenia. 

La princesa de Asturias hizo un original discurso en el que recordó que su padre es un boomer, lo que provocó risas entre el público y también del propio rey, y en el que glosó los méritos de cada premiado con un tono distendido y propio de su edad. Fue emocionante el guiño a su hermana Sofía en su mensaje a Serena Williams, cuando dijo que “las hermanas cómplices son nuestras grandes compañeras de viaje”. Fue un discurso fresco y muy original. También más extenso que el de su padre y que los que había hecho los últimos años. 

En su discurso, el rey dejó caer que, tras varios años cediendo progresivamente más espacio a su hija en esta ceremonia, éste será el último año que hable en la entrega de los premios, aunque seguirá ligado a la fundación y a Asturias. El Jefe del Estado criticó el individualismo radical que impera en nuestros días, pero también la pulsión globalizadora que busca homogeneizar y eliminar las diferencias, y ensalzó el papel de la educación para reforzar la convivencia democrática. Como siempre, el sonido de los gaiteros interpretando el himno de Asturias puso el colofón a una cita que hace de Oviedo cada año la capital mundial del conocimiento y la cultura y este año, además, la ciudad de los prodigios. 

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