Venecia y París tienen tanto que ver y es tan fabuloso salir a sus calles sin plan establecido, a pasear sin rumbo, que hay que cuesta salir de ellas para hacer excursiones. Las dos tienen ciudades cercanas muy apetitosas, son muchos los planes de un día próximos a ambas, pero, claro, es que estás en dos ciudades únicas que nunca se acaban, tienes que pensarte muy bien eso de salir de ellas, aunque sea por unas horas.
Dicho esto, y ya tras haber conocido el imponente Palacio de Versalles en una de mis anteriores visitas a París, tenía pendiente desde hace tiempo ir a Giverny, a la casa en la que vivió cuatro décadas Claude Monet. Está a poco más de una hora en carretera de París y también se puede ir en tren a Vernon y, desde ahí, tomar un bus o incluso un tren turístico hacia esta chiquita localidad que tiene apenas 500 habitantes y cuya superficie no llega a los siete kilómetros cuadrados. Giverny enamoró a Monet y no extraña. El viaje en carretera desde París, bordeando el Sena y pasando cerca del parque natural de Vexin, es ya muy agradable, y al llegar a Giverny maravilla el precioso entorno natural en el que se encuentra.
El principal atractivo de Giverny es la casa de Monet y, sobre todo, sus jardines, espléndidamente conservados, pero también se puede visitar la tumba del pintor al lado de la pequeña iglesia de la localidad. En ese cementerio reposan también los restos de siete soldados británicos fallecidos en la Segunda Guerra Mundial. Giverny está en la región de Normandía, con resonancias históricas claras a la contienda.
A Monet, nacido en Montmartre y que vivió un tiempo en Argelia, donde fue enviado siete años a hacer el servicio militar y en Londres, donde se exilió en la guerra franco-prusiana, se enamoró de Giverny por su belleza paisajística y por su luz. Obsesionado con la pintura al aire libre y con la idea de captar la luz, el reflejo del cielo en el agua, el impacto del viento, encontró en Giverny el escenario ideal para sus trabajos. Normandía fue la región perfecta para los impresionistas, por su paisaje y por la velocidad con la que el clima cambia constantemente a lo largo del día. Ahí desarrolló su famosa serie de los nenúfares, pintados obsesivamente en distintas horas y épocas del año.
La casa reúne varias réplicas de obras de Monet, que recrean su taller, y también las otras estancias del hogar. Sus jardines, plenos de colores, ya con las bellísimas tonalidades otoñales, son la joya de la casa, pero es que además, tiempo después de adquirir la casa y los terrenos, Monet decidió ampliar aún más sus jardines y construyó un deslumbrante jardín acuático con aire japonés que se puede visitar atravesando una pasarela. Ahí se encuentran sus famosos nenúfares, que floren en julio. Un lugar mágico que invita a sentarse a contemplar sin prisa.
En Giverny también se puede visitar un museo de los impresionistas que cuenta con un acuerdo con el Museo de Orsay que le permite exponer obras de los principales pintores de este estilo.
Monet pintó 37 obras de Venecia, que empezó durante su su estancia en 1908. La ciudad de los canales, con la luz y el agua, ofrecía un escenario ideal para los gustos del pintor. Todo conectado en este viaje de Venecia a París. En la ciudad de los canales, por supuesto, también se pueden hacer interesantes excursiones. Verona, por ejemplo, no está lejos. Queda para la próxima vez.
También es muy fácil visitar las pequeñas islas próximas a Venecia, como Murano, conocida mundialmente por sus cristales, y Burano, algo más pequeña, a la que se puede llegar en la misma línea de vaporetto. Es la que visitamos nosotros. Esta pequeña isla de 7.000 habitantes situada a apenas siete kilómetros de Venecia tiene como singularidad el colorido de sus casas, todas ellas pintadas de muy vivos colores distintos. Es muy agradable pasear arriba y abajo, contemplando los reflejos de los colores en los canales, celebrando esa explosión cromática.
Burano cuenta también con la Parroquia San Martino, chiquita, pero muy bella, que reúne dos esculturas infrecuentes en la iconografía cristiana: una de San José con el Nilo Jesús y otra de la virgen de niña. La guinda a la visita de Burano es el paisaje fabuloso de Venecia al volver desde el vaporetto. Porque la Serenísima asombra y maravilla desde todos los ángulos posibles.
Mañana terminamos esta serie de artículos de Venecia a París con la gastronomía, siempre punto importante en los viajes.









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