De Venecia a París (III)

 

Hace unos años, me entretuvo mucho el intenso debate del ICOM, Consejo Internacional de Museos, para lograr una nueva definición de la palabra museo. Les llevó 18 meses y generó no pocas discusiones. Al final acordaron esta definición: “Un museo es una institución sin ánimo de lucro, permanente y al servicio de la sociedad, que investiga, colecciona, conserva, interpreta y exhibe el patrimonio material e inmaterial. Abiertos al público, accesibles e inclusivos, los museos fomentan la diversidad y la sostenibilidad. Con la participación de las comunidades, los museos operan y comunican ética y profesionalmente, ofreciendo experiencias variadas para la educación, el disfrute, la reflexión y el intercambio de conocimientos”. 



A los expertos del lCOM les quedó quizá demasiado larga la definición, pero refleja bien la idea de que un museo es, o debería ser, mucho más que un lugar que expone obras artísticas. Debe contar una historia, enseñar, dialogar con el presente, cuestionarse a sí mismo. Y esto es lo que hacen en mayor o menor medida los museos que he podido visitar estos últimos días de ensueño en Venecia y París. En las dos ciudades, y éste es otro parecido evidente entre ellas, hay museos para elegir, una multitud interminable de ellos. Por algo han sido a lo largo de la historia dos ciudades de inspiración permanente y lugar de peregrinaje para artistas de todo el mundo. 



En el caso de París, podría hablar de museos que he visitado en viajes anteriores, como el Louvre, el Museo de Orsay, el Espacio Dalí o el Museo de Montmartre, pero por seguir con la regla autoimpuesta de esta serie de artículos, me limitaré a los que descubrimos esta vez. Han sido dos en París: el Museo Picasso y el Museo Carnavalet



Este último, abierto al público en 1880, se dedica desde entonces a contar la historia de París. No es trabajo menor. Es muy interesante ver las obras artísticas, documentos, restos arqueológicos y objetos que sirven para recorrer los siglos de historia de la capital francesa. Impresiona la sala dedicada a las víctimas de los atentados terroristas que sufrió París en 2015, contra la revista satírica Charlie Hebdo y en la sala Bataclan. Se reúnen objetos de ciudadanos que mostraban su apoyo a las víctimas y su compromiso con la vida en libertad contra la barbarie. 



El museo Carnavalet es inmenso y se pueden pasar allí unas cuantas horas. Además, ofrece una cafetería en un muy bonito jardín interior para pasar a descansar si se desea. Su segunda planta, dedicada a la Revolución Francesa, es quizá la más interesante y sugerente. Se explica en los carteles que al principio el museo era casi propagandístico de aquel fenómeno histórico, mientras que hoy busca reflejar todas las opiniones y mostrar rigor. Impresiona leer publicaciones de aquel tiempo y ver también objetos pertenecientes a la familia real destronada y asesinada. 



La historia, ésta más reciente, también está presente en el Museo Picasso de París, que cumple 40 años. Recorre por orden cronológico y temático las distintas épocas del genial pintor español, pero la zona del museo que más sobrecoge es la dedicada a los años de la Guerra Civil española, primero, y sobre todo de la ocupación nazi de Francia, después. Se pueden ver fotos de Dora Maar del proceso de creación del Guernica, y también muestras de la intensa producción de Picasso durante la ocupación, incluida una obra de teatro que escribió en ese periodo y que sólo representó ante sus amigos. Además, se exponen salvoconductos para circular por París, la petición de la nacionalidad francesa del pintor malagueño, publicaciones de la prensa de la época o entradas de cine que incluyen indicaciones para acudir al refugio más cercano si de pronto hay un bombardeo. 



La colección del museo Picasso de París se nutre de la enorme cantidad de obras que el autor conservó hasta su muerte. También hay poemas de él, por cierto. El museo no sólo no rehuye ni se pone de perfil sobre la polémica por el machismo de Picasso, sino que lo lidera, que es exactamente lo que debe hacer un museo, al hilo de lo que decíamos al principio. Nadie en su sano juicio defiende que una obra de arte tiene menos valor por las ideas políticas o las actitudes personales de su creador, pero eso no debe impedir que se debata sobre ello. El Museo Picasso de París lanzó un Seminario sobre la figura de Picasso, cuyas conclusiones se pueden ver en este enlace que publicita en sus salas. 



Picasso no viajó nunca a Venecia, pero algunas de sus obra sí pueden encontrarse allí, concretamente, en la colección de Peggy Guggenheim. Es uno de los innumerables museos de la ciudad de los canales, que nosotros dejamos para la próxima. Sí visitamos otros tres museos: la Galería de la Academia, el Museo Correr y el Museo del Palacio Grimani. En este último sentí uno de los más fuertes síndromes de Stendhal de este viaje repleto de momentos de sobrecogimiento e impacto ante tanta belleza. Fue en su Tribuna, a la que ninguna foto le hace justicia, y que es una asombrosa sala que hacía las funciones de antiquarium o museo privado, y que reúne esculturas clásicas. Desde 1587, la sala se quedó vacía, sin las esculturas, pero éstas volvieron a su lugar original en 2019, tras ser trasladas desde la Biblioteca Marciana del Palacio Ducal, por lo que ahora podemos disfrutar del privilegio de contemplarlas en su espacio original. Es maravilloso.



Al lado de la Tribuna, claro, el resto de salas del museo del Palacio Grimani no son tan espectaculares, pero merece una visita y, entre otros alicientes, reúne algunas obras de exposiciones pasadas de la célebre Bienal que convierte cada año a Venecia en la capital mundial del arte contemporáneo



La Galería de la Academia, cuya entrada está enfrente del puente homónimo, nos recuerda que Venecia siempre ha sido lugar de residencia de artistas, pero también foco de atracción de creadores de otras partes del mundo y motivo en sí misma de no pocos cuadros. Entre los muchos artistas representados en esta pinacoteca destacan sin duda Veronese y Tintoretto, con su profundidad de campo, sus claroscuros y su impactante modernidad. El museo recorre varios siglos de arte, desde la época bizantina hasta el Renacimiento. 



Por último, el Museo Correr, que fue el antiguo Palacio Real de Napoleón, otra conexión con París, es el museo municipal de Venecia y busca retratar la historia de la ciudad, igual que hace el Museo Carnavalet con la de París. A través de obras de arte, objetos y mapas, el museo expone la historia de la ciudad de los canales a través de los siglos. Destaca su colección escultórica, una sala biblioteca preciosa y el espacio dedicado a Andrea Mantegna, que cuenta una de esas historias fascinantes de cuadros misteriosos y casi perdidos. 

Mañana caminaremos muy cerca del Museo Correr en el cuarto artículo de esta serie de artículos de Venecia a París, dedicado a sus principales monumentos. Entre ellos, por supuesto, destaca la basílica de San Marcos, en cuya célebre plaza se encuentra este museo. 

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