Romería

 



Gracias a su admirable talento, Carla Simón ha logrado en apenas ocho años que cada estreno de una nueva película suya sea un acontecimiento. El viernes se estrenó Romería, con la que la directora concluye una especie de trilogía con tintes autobiográficos, tras la extraordinaria  Verano 1993 y la soberbia Alcarràs, que podría considerarse una tetralogía si sumamos el precioso corto Carta a mi madre para mi hijo. Todos esos trabajos son ejemplos de la maestría de Carla Simón para sublimar y trascender su historia personal, para convertir sus recuerdos y vivencias propias en historias universales, en puro cine que remueve y emociona. 

En Romería, que está a la altura de la excelencia de los anteriores trabajos de la cineasta, están todas las virtudes que hacen tan especial e irresistible su cine. Su naturalismo, su retrato lírico de la cotidianidad, la verdad en las actuaciones, el ritmo pausado con el que narra las historias... En el cine de Simón siempre es verano y siempre hay familias que pueden parecerse más o menos a la nuestra, pero con las que todo espectador se siente identificado, porque la directora refleja con maestría las dinámicas, los silencios y la complejidad de las relaciones en los entornos familiares. Narra historias íntimas y con una clara inspiración autobiográfica, pero son a la vez historias universales, porque todos tenemos una familia, porque sus dilemas, rencillas, amores y apegos nos interpelan en mayor o menor medida a todos. 

Si en Verano 1993 la directora contaba una historia inspirada en su infancia, cuando fue adaptada por una tía suya después de la muerte por culpa del sida de sus dos padres, y en Alcarràs mostraba la vida de una familia que trabaja el campo, igual que parte de familia materna, ahora en Romería se acerca a lo vivido con su familia paterna en Galicia. Da un poco igual cómo de fiel sea a su historia, porque a veces las ficciones son más verdad que eso que llamamos realidad. Poco importa cuánto de verdad haya en la película, no aporta nada analizar este o aquel detalle. Además, nada hay más frágil y engañoso que los recuerdos, como retrata el propio filme. Lo importante es lo que Simón hace con ese material autobiográfico. 

El personaje de Marina, que viaja a Vigo, donde vive su familia paterna, en busca de resolver un trámite administrativo para recibir una beca con la que poder estudiar cine y, de paso, también en busca de pistas sobre el pasado de sus padres, tiene semejanzas con la historia de la directora, pero la grandeza de la película reside en su sensibilidad y su capacidad de emocionar, la autenticidad de lo narrado trasciende su carácter autobiográfico. Hay naturalidad y mucha verdad, ni un ápice de impostura o artificialidad. En este caso, la directora da un salto arriesgado, con un enfoque más onírico y fantasioso en un momento de la película, que eleva aún más el filme, un reto superado con nota. 

Una vez más, Simón destaca en la dirección actoral. Deslumbra la joven y debutante Llúcia Garcia, impresionante, pero también está perfecto el resto del elenco, desde los jóvenes como Mitch, todo frescura, hasta los actores profesionales más veteranos como Tristán Ulloa o Miryam Gallego. Todo el elenco está en su punto exacto, sin alardes ni excesos, sin sobreactuaciones. 

La película, rodada en español, gallego y catalán, con alguna que otra frase en francés, está rodada mayoritariamente en escenarios naturales de Galicia. Marina acude a ese viaje con un diario de su madre, que leemos junto a ella a medida que agenda la película, y también con una cámara con la que graba los paisajes y escenarios que se encuentra, que también vemos en pantalla, con otra calidad de imagen. Funciona a la perfección ese juego de espejos, esa estructura narrativa. 

Marina conoce a su familia paterna y descubre cómo fue un tabú la muerte por sida de su padre. Como acostumbra, se apoya en detalles sutiles, a veces en guiños, en pequeñas miradas o gestos, para contar esos secretos, la ley del silencio que imperó en esa y tantas familias (ese plano de fotos de la comunión de los hijos) o también las diferencias de clase. La historia es dura, pero también, siempre, luminosa y vitalista, llena de lirismo y de autenticidad. No sobra ni falta una coma en un diálogo ni un segundo de un plano. Todo está en su sitio. Toma riesgos, de la que sale siempre airosa. El tono tan característico del cine de Simón, su excelencia en fondo y forma, siguen ahí. 

La directora ha contado que con Romería cierra su trilogía autobiográfica y que su próxima película girará en torno al mundo del flamenco, al que se hacen algunas menciones en la película. Sea lo que sea lo que venga, ahí estaremos esperándolo con ganas y con mayor disposición todos los que admiramos a Simón y hemos disfrutado cada uno de sus trabajos. 

Comentarios