Decíamos ayer que lo mejor que ofrecen Venecia y París es pasear por sus calles sin rumbo, pero por supuesto a ninguna de las dos les faltan lugares que visitar. Librerías, museos, monumentos, iglesias… Dijo Robert Kaplan de Venecia que “en la ciudad no puede pronunciarse una sola palabra que no sea un eco de algo que ya se ha dicho”, algo que cabría aplicar también a París, así que no voy a contar aquí nada que no se sepa ya de ambas ciudades, pero sí voy a seguir intentando plasmar en palabras la emoción de estos días inolvidables en la ciudad de los canales y en la del Sena, en la Serenísima y en la ciudad de la luz.
Son Venecia y París dos ciudades librescas por excelencia. Para empezar, tienen dos de las más bellas y famosas librerías del mundo: Acqua Alta y Shakespeare and company. Por supuesto, visitamos las dos.
Acqua Alta es una librería encantadora famosa porque, ante el riesgo de las inundaciones del fenómeno que le da nombre, conserva varios de sus libros en una góndola, pero también en bañeras y toda clase de artilugios para protegerlos de la crecida de los canales. Por supuesto, en sus estantes se encuentran libros sobre Venecia y también cómics de Corto Maltés, cuya presencia es constante en todas las librerías venecianas. También hay obras en distintos idiomas. Lo más llamativo es que cuenta con multitud de libros de segunda mano, así que es de esas librerías que invitan especialmente a perderse y buscar ejemplares raros, sin más orientación que los cartelitos que señalan los géneros de cada obra.
Venecia, tierra de comercio y que tuvo una industria editorial puntera, ha fascinado a lo largo de la historia a no pocos escritores. Hemingway era un asiduo, Shakespeare la retrató en varias de sus obras sin haberla visitado y Proust decidió incluirla en su monumental En busca del tiempo perdido después de viajar dos veces a la ciudad de los canales. Más allá de Acqua Alta, por supuesto, hay muchas más librerías en Venecia que merecen una visita. Son encantadoras, por ejemplo, las que rodean la universidad Ca Foscari, en el precioso barrio de Dorsoduro.
También llama la atención la librería Marco Polo, con muchos libros sobre el conflicto palestino-israelí en su escaparate, y especializada también en obras feministas. Paseando por las calles de Venecia no es difícil encontrar algún que otro puesto de libros antiguos y también librerías modernas con novedades y, ya digo, con su personaje más célebre Corto Maltés, bien presente siempre.
París también tiene innumerables rincones librescos, algunos de los cuales reuní en este artículo de mi anterior visita a la ciudad. Por supuesto, regreso a Shakespeare and company, posiblemente, junto a Acqua Alta, una de las librerías más visitadas del mundo. Es bellísima y tiene una historia preciosa. Me gusta comprobar que sigue viva, con temáticas muy variadas, más espacio, novedades y carteles que anuncian presentaciones de libros. Porque no es un museo que se limita a vivir de glorias pasadas, realmente ejerce esa función dinamizadora y vitalista de toda librería. Es cierto que atrae a tanto turismo que sus propietarios han tenido que prohibir hacer fotos en su interior y llevan desde hace años el control de aforo, lo cual se agradece para poder pasar un rato agradable con tranquilidad entre sus estantes. Por más veces que hayamos leído los carteles sobre la vida de Sylvia Beach, librera y editora, la primera que creyó en el Ulises de James Joyce, siempre nos paramos a leer la historia de quien, en palabras de Andre Chamson, hizo más para unir Inglaterra, Estados Unidos, Irlanda y Francia que los cuatro embajadores de estos países juntos.
Shakespeare and company es, si llegas a ella desde el otro lado del Sena, la puerta de entrada en la ribera izquierda y en el Barrio Latino, que tiene multitud de librerías. Viajar a París en septiembre u octubre es sinónimo de rentrée literaria, esa oleada de novedades literarias que llenan las librerías. Este año, 484 de golpe. Un festín. En la preciosa librería Ici del bulevar Montmartre, que también es cafetería, tienen hasta una pequeña publicación con sus flechazos de esta rentrée.
Más alejados de esa corriente arrolladora de novedades están los buquinistas frente al Sena, resistentes, siempre sorprendentes, y también las librerías de viejo del pasaje Jouffroy, la coqueta librería Ulysse, en la isla de San Luis, dedicada a los viajes, y Le Pieton de París, que sólo vende libros dedicados a la ciudad.
Los rincones librescos de París van más allá de las librerías y en este viaje descubrimos un paraíso para cualquier amante de la lectura, o de la belleza a secas: la Sala Oval de la Biblioteca Nacional de Francia. Por más que hayas consultado informado o incluso que hayas visto fotos antes de entrar en ella no estarás preparado para el impacto de esa monumental sala de lectura gratuita y abierta a cualquier que reúne más de 20.000 volúmenes. Además, hay varios paneles que permiten conocer la historia de la biblioteca y espacios donde puedes pararte a leer o a contemplar la majestuosidad de la Sala. Un lugar fuera del tiempo y el espacio, un oasis libresco.
No hace falta estar en Francia para seguir La grande librairie, el estupendo programa literario de France 5 que veo con frecuencia por streaming, pero cuando me pilla aquí me gusta intentar verlo, aunque sea un poquito, en directo en la televisión del hotel. Justo el programa de la semana en la que estuve en París estuvo dedicado a la religión y contó con la presencia de Javier Cercas, que habló en un muy buen francés de su último libro, El loco de Dios en el fin del mundo, en el que sigue al papa Francisco a su viaje a Mongolia.
Mañana, tercer artículo de la serie de artículos de Venecia a Madrid, dedicado a sus museos.
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