El verano va tocando a su fin y, con él, algunas de las mejores cosas que trae esta época del año, como el cine al aire libre. Uno de mis preferidos de Madrid es el del Café del Instituto Francés, que se celebra en su patio, un rincón maravilloso de la ciudad. El viernes, en una de sus últimas sesiones, se pudo ver Niégalo de siempre, de Ivan Calbérac, una muy entretenida comedia, perfecta para el último cine de verano de este año para muchos.
Es muy revelador que en el cine francés se haya convertido prácticamente en un género en sí mismo las comedias con hombres muy conservadores de una cierta edad que se encuentran perdidos en el mundo actual, que consideran alejado de sus valores. Esa presencia constante en la cartelera de películas con este fondo, que además funcionan muy bien en taquilla, habla a las claras de la polarización política en Francia. Es cierto que la imagen del votante o simpatizante de la extrema derecha que se presenta en la pantalla es siempre el de un señor mayor muy conservador, cuando todas las encuestas muestran un inquietante auge de las posturas más extremistas entre los jóvenes, pero, en todo caso, estas películas intentan siempre tender puentes y defender una convivencia y un entendimiento entre quienes están en posturas políticas diferentes.
Niégalo siempre continúa en cierta forma la línea de esas películas, pero aporta una novedad divertida. No tarda mucho la película en plantear si conflicto: su protagonista (estupendo André Dussolier), un militar retirado muy conservador que detesta la canción Imagine y que se considera defensor de unos valores en peligro de extinción, descubre por casualidad que su mujer (inmensa Sabine Azéma) le fui infiel con un antiguo amigo (Thierry Lhermitte) hace 40 años. Ella le resta importancia, intenta hacerle ver que eso fue hace mucho tiempo y que, desde entonces, han tenido tres hijos y han sido felices durante décadas, pero él necesita enfrentarse cara a cara con ese hombre, porque se siente traicionado y muy dolido en su orgullo.
La premisa de la película es un tanto disparatada, pero sirve para presentar situaciones hilarantes en la relación entre ambos, en el reencuentro con ese antiguo amigo y también en la relación con sus hijos. Dos de ellos no son exactamente lo que espera este hombre tan rígido y conservador, mientras que el otro es militar, ha seguido sus pasos y va ya por su quinta hija. El contrapunto de los hijos, sobre todo los interpretados por Joséphine de Meaux, que guarda un secreto que sus padres terminarán descubriendo, y Sébastien Chassagne, al que su padre desprecia por ser marionetista, es de lo más interesante de la película.
También es interesante, y poco habitual, que se presente a personas ya mayores con sentimientos y pasiones. Estamos más que acostumbrados a ver en la pantalla a mujeres u hombres jóvenes indecisos entre dos intereses amorosos, pero es mucho menos frecuente que quien esté en el centro de este triángulo sea una mujer madura que, después de cuarenta años de matrimonio, se cuestiona si hizo bien y si debe seguir con su marido, compañero de vida y padre de sus hijos o debe intentar volver con aquel amante que hace tanto tiempo la hizo vibrar y con quien comparte su pasión por la música y la cultura.
Como sucede habitualmente en este tipo de comedias costumbristas, el desenlace es previsible y un tanto atropellado, pero Niégalo siempre se guarda una divertida sorpresa final que termina redondeando una película que, por supuesto, no es, ni pretende serlo, una obra de arte, pero que garantiza pasar un muy buen rato. Una comedia francesa de esas en las que se entiende perfectamente su arrollador éxito en taquilla.
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