Llevo desde que era niño acudiendo a la etapa final de la Vuelta en Madrid y hoy también me he acercado al Paseo del Prado. Tengo sensaciones enfrentadas. Me siento raro. Sabía que no iba a ser un día de ciclismo más, pero no imaginaba hasta qué punto no sería un día de ciclismo en absoluto. Se anunciaba un descomunal despliegue policial con más de 1.500 agentes blindando las calles de la ciudad. Pese a ello, las manifestaciones contra Israel han invadido el recorrido de la etapa y han obligado a cancelar la carrera de forma brusca.
Ya decía aquí hace unos días que nada hay más importante que el genocidio israelí en Gaza. La muerte de decenas de miles de inocentes es infinitamente más importante que todas las competiciones de todos los deportes. La presencia del Israel Premier Tech en la carrera, al que la organización de la Vuelta no podía expulsar y que no tiene ninguna limitación por parte de la UCI, ha provocado muchas protestas a lo largo de la carrera, debido al genocidio causado por Israel en Gaza. Muchas de estas protestas fueron pacíficas, pero otras generaron situaciones de riesgo para los ciclistas y para los propios manifestantes.
Hoy el día ha sido raro. La presencia policial es evidente. Los silbatos y gritos de los manifestantes, las sirenas de los coches de policía y los helicópteros opacan el tradicional sonido de este día, el de la megafonía de la meta. Frente a la Puerta de Alcalá hay coches y autobuses de equipos, ante los que algunos niños se hacen fotos, mientras personas con banderas y pañuelos palestinos con actitud reivindicativa y totalmente pacífica cruzan las pocas calles que no están cortadas por la policía. Veo muchos carteles contra las atrocidades de Israel. Unas turistas despistadas preguntan cómo cruzar al otro lado del Paseo del Prado.
Al menos tres realidades conviviendo juntas: la de los aficionados que esperan al paso de los ciclistas, la de los manifestantes que acuden a protestar contra Israel y la de los curiosos y paseantes, que en Madrid son siempre cientos y cientos, disfrutando de una soleada tarde de domingo. Es un día caluroso y todos ellos llenan sus botellas de agua en las fuentes. Se quejan los manifestantes del despliegue policial y se quejan los aficionados de lo mismo, porque les dificulta acercarse a ver a los ciclistas. “Boicot a Israel”, “cada niño muerto es un hijo nuestro”, “stop Israel” son algunos de los cánticos.
Nada más asomarme al recorrido de la Vuelta, a la altura de la Plaza de la Lealtad, escucho un barullo y veo unas vallas derribadas por los manifestantes. Llegan noticias al móvil de imágenes similares en Callao y en Atocha. Me alejo del lío, ya con la certeza de que será imposible que la carrera llegue al centro de Madrid. No habría sido sensato. Los ciclistas, mientras, seguían pedaleando acercándose a la ciudad. Bajo hacia Atocha y, a la altura de Neptuno, el ambiente está aún más enrarecido y la tensión va en aumento. Hay más vallas derribadas y se escuchan sonidos de cargas policiales. La gente empieza a correr. Hay familias con niños, manifestantes pacíficos y una minoría de violentos. También hay aficionados que empiezan a entender que no podrán ver la carrera. Una mujer increpa a un manifestante y le espeta que deberían hacer algo así hacer ante el Congreso, no en una prueba deportiva.
Después de algunos momentos de tensión, incluida alguna que otra carrera, decido volver a casa. En la calle Alfonso XII, frente al Retiro, más imágenes de contrastes, casi distópicas: furgones policiales calle arriba, personas tranquilas paseando, muchos turistas, profesionales de los equipos y de la organización de la Vuelta con caras de preocupación. Frente a la Puerta de Alcalá pasan los autocares de los equipos, que en busca de los ciclistas, que para entonces ya han echado pie a tierra, porque la etapa se ha cancelado, con buen criterio. Reina el caos, pero con gente disfrutando de un domingo veraniego de lo más calmado. Todo a la vez.
El fracaso del dispositivo policial es una de las caras de la moneda. Los manifestantes celebran la suspensión de la etapa como un triunfo. Es innegable han logrado una imagen simbólica muy potente que da la vuelta al mundo y que habla del rechazo social al genocidio israelí. Todo ello, claro, con el componente de politiqueo de siempre, porque horas antes de lo ocurrido el presidente del gobierno mostró su apoyo a los manifestantes contra Israel en la Vuelta y representantes de Podemos participaron ayer en los actos de protesta en la etapa que pasó por Navacerrada. Es previsible que esto dé paso a una batalla política poco edificante. Habrá gente muy hiperventilada y sectaria en todos lados. Será un poco insoportable y resultará muy triste.
Vuelvo caminando a casa y alterno en el móvil las retransmisiones de TVE y de Eurosport. En el canal público deciden que un especial informativo sucede a la retransmisión deportiva, porque la etapa ya se había cancelado. Pienso que no debería ser tan difícil entender que las manifestaciones son legítimas y que eso es compatible con criticar la violencia y las situaciones de riesgo para otras personas. También creo, porque lo he visto, que no se puede generalizar y afirmar que todos los manifestantes eran violentos, porque es falso. Y creo, por cerrar como empecé, que nada importa más que lo que está ocurriendo en Gaza, y eso es incuestionable, pero también que la Vuelta ha pagado los platos rotos de otros, porque ni su organización tiene capacidad real de expulsar al equipo Israel Premier Tech ni criticar los actos violentos es defender la política genocidia del gobierno israelí en Gaza.
Claro que las movilizaciones sociales logran objetivos y por supuesto que las protestas molestan e incomodan a otros por definición, pero hoy es indudable que ha habido momentos de riesgo y de violencia. Es más, en esa misma calle en la que cada año veo el final de etapa de la Vuelta me he manifestado decenas de veces por causas que he considerado justas. No puedo compartir más la indignación de los manifestantes ante la política genocida de Israel en Gaza. Y, por cierto, en esas manifestaciones no es difícil identificar a alborotadores y a minorías violentas que rompen el tono pacífico generalizado. Hoy he visto eso con claridad. Es muy reconocible. Hay gente que habla como si la Vuelta fuera una especie de sucursal del gobierno israelí. Es disparatado.
El genocidio es intolerable y nadie puede cuestionarlo si tiene un mínimo de sensibilidad y sentido común. Y, a la vez, lo de hoy y las distintas reacciones ante lo ocurrido demuestran también una realidad más profunda y muy inquietante que trasciende a lo que ha pasado en la Vuelta: que cada vez vivimos en una sociedad más fragmentada, que no compartimos ya ni un relato común elemental sobre los hechos y que no hay el menor interés por escuchar al que piensa distinto. Yo no necesitaba ver lo que he visto hoy para saber que la inmensa mayoría del pueblo español está contra el genocidio de Israel en Gaza. Pero hoy no puedo decir que esté contento. Soy aficionado al ciclismo, me repugnan las violaciones a los Derechos Humanos de Israel, empatizo y comparto todas las críticas a la política asesina de Netanyahu, me desagradan algunas imágenes de violencia que he visto hoy en el final de etapa y creo que señalar a la Vuelta y sólo a la Vuelta es incomprensible. Y todo eso a la vez. Porque somos seres humanos complejos y porque nada me aterra más que el sectarismo imperante.



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